CAPÍTULO 21
Llegué al matadero, quiero decir, a la residencia de Nicole, con un plan perfecto: entrar, saludar, tomar un vaso de agua fingiendo que soy sociable, y salir antes de que el aire de perfección me hiciera estornudar glitter. Pero el universo, en su infinita crueldad, decidió que no.
Nicole abrió la puerta como si estuviera presentando un reality show. Su sonrisa tenía demasiados dientes para mi comodidad, como un tiburón que acababa de recibir una gran noticia.
—¡Alexandra! —exclamó, porque mi nombre completo suena más como el grito de un hechizo y menos como el de una persona. Estiró los brazos hacia mí con la energía de quien abraza un oso de peluche, no a un ser humano con ansiedad social.
—Eh... hola. — Intenté sonar casual.
—¡Llegaste justo a tiempo!
—¿Para qué? —respondí, sospechando que esto terminaría en una de esas anécdotas que uno cuenta a su terapeuta.
—¡Para la transformación! —Y antes de que pudiera inventar una excusa (como que me olvidé el horno prendido, aunque no tengo horno), Nicole me agarró de la muñeca y me arrastró al interior.
Adentro, todo estaba tan impecable que casi esperaba que una alarma se activara por mi sola presencia. El aire olía a flores caras, y el lugar estaba lleno de chicas tan perfectas que parecía un catálogo de Pinterest en 4D.
—¿Quién es? —preguntó, Maddie, que estaba en la cama pintándose las uñas. El color era rojo sangre, probablemente como señal de advertencia.
—Alexandra —respondió Nicole, sonriendo con el entusiasmo de una influencer en su primer live.
—Ah, la chica pelea —soltó Lizzie.
—Sí, pero hoy será... otra cosa.
Ahí fue cuando supe que estaba condenada. ¿"Otra cosa"? ¿Qué significa eso? ¿Acaso me iban a convertir en una versión de Barbie? ¿O en un cupcake humano? La posibilidad de salir corriendo cruzó mi mente, pero había demasiados ojos perfectos mirándome como si yo fuera un experimento científico fascinante.
—¿Otra cosa? —repetí, mientras en mi cabeza ya calculaba cuántos pasos me separaban de la puerta y si era mejor lanzarme rodando por las escaleras o fingir un desmayo dramático.
—¡Sí! —Nicole exclamó, con la energía de alguien que toma cinco cafés antes de las nueve de la mañana.
Mientras las demás revoloteaban por la habitación, transformando ropa ordinaria en piezas de pasarela con una eficiencia que bordeaba lo sobrenatural, yo me desplomé en una silla que era, sin exagerar, más pequeña que mi paciencia. Me crucé de brazos y dejé que mi cara de "me niego a cooperar" hiciera el resto.
—No sé por qué insisten en esto. —gruñí, tratando de recuperar un mínimo de control sobre mi vida. —Podría ir con jeans y una camiseta, ¿no?
Nicole soltó una carcajada tan fuerte que pensé que necesitaría un desfibrilador.
—Alexandra, por favor. No puedes ir vestida como un hombre.
Mis ojos se entrecerraron. La rebeldía hervía en mi pecho.
—¿Ah, no? ¿Y quién decidió eso? ¿La ONU? Porque no me llegó el memo.
Nicole me miró con esa mezcla de paciencia forzada y superioridad moral que me daba ganas de tirar algo caro al suelo.
—Alex, queremos que luzcas increíble. —intervino Maddie.
—¿Sabes qué sería increíble? —respondí, con una sonrisa sarcástica. —Salir de aquí con mi dignidad intacta y no parecer la versión barata de una Kardashian.
—Esto es una misión de rescate, cariño. —interrumpió Lizzie desde la esquina, mientras se aplicaba rímel.
—¿Rescate de qué? —pregunté, alzando una ceja. —Porque si es de mí misma, déjenme aquí. Estoy muy cómoda con mi desastre personal, gracias.
Nicole me miró como si acabara de contarle que el sol salía por el oeste.
—De ti misma.
El silencio se apoderó de la habitación. Luego, Nicole suspiró dramáticamente.
—Bueno, supongo que podemos intentarlo con otro peinado...
—No estoy tan perdida. — gruñí.
—No, pero tu estilo sí. — replicó con una sonrisa radiante.
—Entonces, Alex. — dijo Lizzie, mirándome de reojo mientras se aplicaba brillo en los labios. — ¿Qué haces normalmente?
—¿Normalmente? — repetí, incómoda.
—Sí, ya sabes, en tu tiempo libre. ¿Qué te gusta hacer?
Antes de que pudiera responder, Nicole intervino.
—Seguro es algo artístico, ¿verdad? Tienes pinta de ser creativa.
—Eh... algo así. — respondí, jugando con una pulsera en mi muñeca.
Maddie dejó escapar un suspiro dramático.
—Debe ser algo aburrido, como pintar paisajes o escribir poesía.
Solté una carcajada involuntaria.
—Oh, claro. Paso mis tardes escribiendo poemas sobre la belleza de los tacos y los zambombazos en la pista de hielo.
Las tres chicas se detuvieron en seco y me miraron como si acabara de confesar que sacrificaba gallinas en la ducha.
—¿Pista de hielo? — repitió Lizzie, parpadeando.
—Si.
—Ya veo... — murmuró. —Es genial. El patinaje sobre hielo siempre ha sido mi sueño frustrado.
Nicole, sostenía un vestido rojo ajustado frente a mí.
—Este es el ganador. Te lo pones ahora mismo.
—No. — respondí, firme.
—Sí. — replicó ella, igual de firme.
—No puedo respirar en eso.
—Esa es la idea. — dijo Nicole con una sonrisa traviesa.
—Oh, no. No, no, no, no. —Me eché para atrás como si me estuviera apuntando con una pistola, porque en mi mente esto era igual de agresivo. —Eso no es lo mío.
—Claro que lo es. Solo que todavía no lo sabes. —Nicole respondió con esa seguridad tan irritante que tienen las personas que siempre ganan discusiones.
Y antes de que pudiera protestar más, las demás chicas comenzaron a rodearme. Eran como una jauría de lobos, pero con esmalte de uñas y ropa perfectamente coordinada.
—¡No pienso ponérmelo! —crucé los brazos, en una postura que pretendía decir "yo mando aquí" pero probablemente parecía más un intento de abrazarme a mí misma por consuelo.
—¿Segura? —Nicole alzó una ceja con una malicia.