CAPÍTULO 22
La charla con Logan había sido tan profunda que, por un momento, olvidé que estaba en medio de una fiesta llena de desconocidos y conocidos irritantes. Era sincero, amable y atento. ¿Qué más podía pedir?
Pero entonces, Logan desapareció con la excusa de buscar bebidas. Pasaron diez minutos, luego quince. Tal vez alguien lo interceptó, o tal vez los vasos tenían un poder especial para convertirlo en un ilusionista.
Caminé por la casa como un satélite desorientado, intentando esquivar las conversaciones superficiales y el estruendo de la música que amenazaba con reventarme los tímpanos.
Y ahí, en la sala, los vi: Nicole y las chicas estaban alrededor de una mesa con vasos rojos, riendo y gritando mientras Aiden estaba hundido en un sofá cercano, con la mirada perdida y claramente desinteresado. Parecía un príncipe aburrido en medio de un circo.
—¡Alex! ¡Acércate! —gritó Nicole, agitándome la mano como si fuera un semáforo humano.
Antes de que pudiera reaccionar, ya me había agarrado del brazo y tirado hacia la mesa como si fuera una muñeca de trapo.
Aiden levantó la vista lo suficiente para notar mi presencia y me lanzó una de esas miradas suyas: un vistazo rápido, cargado de algo indescifrable, antes de ignorarme por completo.
Frío, tibio y caliente.
Prefiero caliente.
Prefiero caliente.
Cierra la boca.
Prefiero caliente.
¡Cierra la maldita boca!
Estupendo. Ahora tenía una guerra civil en mi cabeza.
—¿Qué es esto? —pregunté, mirando la mesa con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
Nicole, siempre con su energía incansable, me explicó el juego como si estuviera enseñando a un grupo de preescolares a sumar.
Ah, claro. Beer pong. Lo había visto en After. Lo había leído también...
¿Qué? ¿De dónde crees que salió lo pervertida?
—Básicamente, el objetivo es emborracharse. —dijo Nicole, con una sonrisa radiante que hacía parecer esta idea una invitación al paraíso.
—Claro, porque esa es exactamente la actividad que me hacía falta esta noche. —respondí, mi tono más seco que un desierto.
Nicole rio y me empujó un vaso. Mientras tanto, Aiden seguía en el sofá, ignorando todo y a todos, aunque de vez en cuando su mirada flotaba hacia la mesa... y tal vez hacia mí. O eso quería creer.
—Vamos, Alex. —dijo Nicole. —Es solo un juego. Y te prometo que si ganas, te sentirás increíble.
Lo dudaba mucho, pero en ese momento, cualquier cosa parecía mejor que seguir deambulando por la casa como un alma en pena. Además, si tenía la oportunidad de vencer a alguien en algo, aunque fuera un juego tonto, valía la pena intentarlo.
—Vale, pero si pierdo, culpo al vaso. —respondí, agarrando la pelota mientras Nicole y las demás se emocionaban como si acabara de firmar un contrato para ser la próxima estrella de un reality show.
Miré la mesa, los vasos rojos alineados como soldados listos para la batalla, y luego a Aiden, que finalmente parecía mostrar algo de interés.
—¿Quieres jugar o solo vas a mirar? —le solté, arqueando una ceja.
Su sonrisa fue lenta, casi perezosa, pero ahí estaba.
—Depende. ¿Eres buena? —preguntó, levantándose con una tranquilidad que casi me hizo rodar los ojos.
—Mejor que tú, seguro. —respondí, con una sonrisa llena de desafío.
La noche, al parecer, estaba a punto de ponerse interesante. Solo hay un mínimo inconveniente.
Me volvía loca cuando me emborrachaba. Literalmente, loca. Hacía cosas que luego me dejaban noches en vela pensando: "¿Cómo sigue el mundo girando después de que hice eso?".
En mi defensa, es un problema de familia. Mi padre es insoportable cuando bebe. Y yo, como hija ejemplar, no podía ser menos. Así que, en definitiva, esa noche no iba a tomar ni una gota. Ni aunque Ian Somerhalder, el hombre entre los hombres, se materializara frente a mí con una copa en la mano.
¿Qué dices?
Por ese hombre me quito hasta el apellido.
Pero volviendo al presente:
—No puedo tomar. —dije, con una firmeza que casi me hizo creer que tenía autocontrol.
Las chicas hicieron un puchero colectivo, una obra de arte de manipulación emocional. Nicole, sin embargo, no iba a rendirse tan fácil.
—Oh, vamos. No seas aguafiestas.
—No. —respondí firme.
—Sí. —insistió, sonriendo como si acabara de ganar.
—Que no, Nicole. No puedo.
—¿Estás embarazada? —soltó, sin ningún aviso, con toda la delicadeza de un martillo.
—¿¡Qué!? ¡No! —respondí, escandalizada.
—Entonces bebe. —dijo, como si hubiera ganado un caso en la corte suprema.
Antes de que pudiera procesar lo absurdo de la conversación, ya tenía un vaso de whisky en la mano. Y no solo eso, las chicas empezaron a animarme como si estuvieran en un partido de fútbol y yo fuera la única esperanza del equipo.
No lo hagas.
Lo hice.
Sí, sí, ya sé que dije que no lo haría. ¡Me obligaron! Era eso o ser etiquetada como la aburrida del grupo para siempre.
El whisky bajó por mi garganta como un dragón en llamas. Sentí que mi alma se desprendía del cuerpo y consideraba mudarse a un lugar más pacífico, como un monasterio.
—¡Listo! —dije, con los ojos llorosos. —Ahora puedo morir feliz.
Nicole rio, dándome una palmada en la espalda.
—¿Ves? No fue tan malo.
—Claro, porque mi esófago en llamas no cuenta. —refunfuñé, dejando el vaso en la mesa como si fuera una bomba que podía explotar en cualquier momento.
Y así empezó mi descenso al caos.
Cállate.
Oh no, ahora nos volvemos locas.
Basta.
Que estrés contigo.
Dije: basta.
En el momento en que traté de reaccionar, llevaba cinco tragos encima. Y no cualquier trago, no, señor. Whisky directo, porque si voy a hundirme, que sea en un mar de fuego.