Sobre Hielo

Capítulo 23

CAPÍTULO 23

El aire frío de la noche me golpeó la cara cuando Aiden me arrastró, literalmente, fuera de la casa. Yo estaba entre tambaleándome y riéndome como si todo esto fuera la comedia más brillante del mundo.

—¡Aiden, no tan rápido! —protesté, tratando de zafarme de su agarre. —¡Mi dignidad se quedó en la mesa de ping pong!

—No creo que tengas mucha dignidad que rescatar después de lo que hiciste ahí dentro. —respondió, seco, mientras seguía tirando de mí hacia su coche.

Nicole y las chicas estaban afuera también, riéndose y hablando, esperando un taxi. Cuando nos vieron, Lizzie fue la primera en levantar una ceja al verme tambaleándome como un borracho en una película de domingo.

—Dios, Alexandra. Estás como la mierda. —dijo, cruzándose de brazos y mirándome de arriba abajo.

—¿Quién demonios la obligó a tomar? —preguntó Maddie, sacudiendo la cabeza con una mezcla de diversión y lástima.

Yo levanté un dedo en el aire como si estuviera a punto de pronunciar un discurso épico.

—¡Nadie me obligó! Fue... eh... bueno, fue Nicole. Pero también fue... mi destino —me palpee el pecho, orgullosa de mi misma.

Nicole, que estaba a un lado tratando de parecer inocente, levantó las manos como si acabara de ser acusada de un crimen mayor.

—¡Oigan! Ella decidió jugar. No es mi culpa que tenga la tolerancia al alcohol de un hámster.

—¡Soy un hámster fuerte! —proclamé, llevándome una mano al pecho con orgullo.

Lizzie y Maddie soltaron risas mientras Aiden me miraba con el ceño fruncido, como si estuviera lidiando con una ecuación que simplemente no cuadraba.

—Ya basta. —dijo Aiden, su voz cortante. —Voy a llevarla a casa.

—Oh, vamos, Aiden. Nosotras podemos llevarla a casa. No hace falta que seas un caballero enojado.

Yo levanté un brazo como si estuviera en una película de acción.

—¡Sí! Mis chicas me rescatarán, caballero oscuro. —me tambaleé al decirlo y casi me caigo.

Aiden me atrapó antes de que tocara el suelo, rodando los ojos como si estuviera lidiando con un rompecabezas particularmente complicado.

—¿Ah, sí? —dijo, mirando directamente a Nicole. —¿Sabes siquiera dónde vive?

Nicole abrió la boca, pero nada salió. Se giró hacia Lizzie, que parecía más perdida que un pingüino en el desierto.

—Eh... creo que vive en... ¿dónde es que vives, Alex? —Nicole me miró con ojos interrogativos.

—En mi casa. —respondí, orgullosa de mi lógica infalible, antes de soltar una risita tonta.

Aiden suspiró, su paciencia claramente al borde del colapso.

—Eso pensé. —dijo, luego se giró hacia Nicole. —Yo me encargo.

—¡El suelo está frío! —grité, como si acabara de descubrir América.

—Alex, arriba. —dijo Aiden, tirándome suavemente del brazo.

—¿Y si hacemos una pijamada? —pregunté, mirando a Maddie y Lizzie con una sonrisa brillante.

—Claro, pero primero vas a casa. —respondió Aiden, con una mezcla de cansancio y firmeza que no admitía discusión.

Nicole frunció los labios, claramente no muy contenta con la idea.

—¿Estás seguro? Puedo llamar al taxi y...

—Ya dije que me encargo. —repitió Aiden, su tono firme y sin margen de discusión.

Entretanto, estaba más ocupada intentando contar las estrellas en el cielo.

—¡Hay como veinte! —exclamé, señalando al azar.

—Es la luna, Alex. —dijo Aiden, poniéndome de pie junto a la puerta del coche.

—¡Quiero tacos! —grité de repente, porque claramente, en mi cabeza, tacos solucionaban cualquier cosa.

Aiden no respondió. Simplemente abrió la puerta del copiloto, me empujó suavemente dentro, y cerró la puerta. Desde el asiento, pude ver a Nicole cruzada de brazos, murmurando algo a Lizzie. Las chicas finalmente se subieron al taxi mientras Aiden daba la vuelta para entrar al coche.

Cuando se sentó, lo miré, tratando de parecer seria.

—¿Vamos por tacos?

—No. Vamos a tu casa.

Me crucé de brazos, indignada.

—Eres peor que mi padre.

—Gracias. —respondió, seco, antes de arrancar el motor.

Mientras el coche avanzaba, me apoyé contra la ventana, viendo las luces de la ciudad pasar, y dejé escapar un suspiro dramático.

—¿Sabes? Si fueras un poco más simpático, serías irresistible.

—Y si tú fueras un poco más sobria, serías más callada —replicó Aiden, sin apartar la vista de la carretera.

Touché. Pero esta guerra estaba lejos de terminar.

Decidí que era el mejor momento para demostrarle a Aiden que era la mejor compañía del mundo.

Primero, me incliné hacia adelante y me quedé mirando su perfil como un niño en su primer día de zoológico.

—Tienes una cara interesante, ¿sabes? Como... ¿una estatua romana? Pero menos... ¿piedra?

Aiden no dijo nada, pero sus nudillos se veían más blancos en el volante. Eso era bueno, ¿verdad?

Luego empecé a jugar con mi cinturón de seguridad, jalándolo como si fuera una cuerda de bungee.

—¿Qué pasaría si lo soltara mientras tú estás frenando? ¿Crees que volaría como un pájaro?

—¡Joder! ¡Si no sueltas el maldito cinturón, te voy a atar con él!

—¡Kinky! —respondí, soltando una carcajada y dejándolo caer al instante.

Decidí cambiar de táctica. Me giré hacia él, apoyando mi cabeza en el respaldo del asiento y observándolo como si estuviera intentando descifrar un enigma.

—Oye, ¿sabías que tienes unas orejas pequeñas? Como... orejas de elfo, pero sin la magia.

—Alexandra, cállate.

—¿Sabías que si dices mi nombre completo suenas como mi padre cuando me gritaba porque me comía los mocos?

Él soltó un largo suspiro. No un suspiro común. Era el suspiro de alguien que estaba cuestionando todas las decisiones que lo llevaron hasta este momento.

Luego vi la radio. Ah, la radio. Mi salvación. Presioné todos los botones a la vez.

—¡Oh, música de ascensor! ¡Es mi favorita! —exclamé mientras salía un ruido de estática.



#1625 en Novela romántica
#571 en Chick lit

En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 03.01.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.