CAPÍTULO 24
Aiden me llevó a su casa, o al menos eso es lo que creo, porque el coche parecía dar vueltas y vueltas como si estuviéramos atrapados en una película de terror con mala música de fondo.
Cuando llegamos, no tenía ni fuerza para moverme del asiento del coche. Aiden salió del vehículo, me miró como si fuera un proyecto a medio hacer y me ayudó a salir. O más bien, me arrastró.
—Vamos, Alex, puedes caminar, solo... un paso a la vez.
¡Ah, claro, como si fuera tan fácil! Me tambaleé un par de pasos antes de tropezarme con un charco invisible en el suelo. Aiden me miró, claramente frustrado, mientras yo hacía lo que podía para mantenerme de pie.
—¡Oh, Dios mío, Alex, por favor! ¿En serio? —Aiden dijo, y me pareció que hasta podía oír su mente gritar "¿Qué hice para merecer esto?"
—No me pongas esa cara, Aiden —respondí, levantando una mano como si fuera la más sabia del planeta—. Estoy... superbién. Solo necesito... un pequeño descanso... en el suelo.
Aiden me miró con cara de desesperación, pero no me dejó caer.
—No, no. Te vas a levantar. Vamos —pero antes de que pudiera reaccionar, ya estaba en el suelo, riendo como una maníaca.
—¿Sabes lo que es genial? —Empecé a hablar sin filtro—. El suelo. Es tan cómodo. ¿Por qué nadie me dijo que el suelo es tan... increíble?
Aiden me levantó de nuevo con la misma paciencia de un santo, pero por alguna razón no entendía mi sentido del humor.
—No entiendo por qué haces esto, Alex. Estás borracha, y no eres ni la mitad de graciosa que crees.
—¿Quién necesita ser graciosa cuando eres un caos andante? —respondí con una sonrisa torcida—. Soy como una obra de arte... un Picasso borracho. ¿No lo ves?
—¡Dios, Alex, lo que te hace el alcohol! —Aiden suspiró con exasperación—. Voy a tener que hacer que te duermas antes de que arruines algo más.
¿Dormir? No, eso no estaba en mis planes. No mientras podía seguir siendo el centro de atención, incluso si ese centro era... el desastre que había dentro de mí.
—¡Aiden, espera! ¿Sabías que soy una fuente inagotable de sabiduría borracha? —Le lancé una mirada profunda, como si realmente estuviera diciendo algo profundo y filosófico—. ¡He descubierto que el universo es un lugar mucho mejor si te caes un par de veces al día!
—Lo que necesitas es descansar y dejar de hablar —me dijo, ya visiblemente cansado de mi show—. Vamos, en serio.
—No, Aiden, escúchame... cuando... cuando caí por primera vez... fue como... una epifanía... una... una revolución interna... ¿Ves lo que quiero decir?
Aiden no sabía si estaba tomando en serio o si me estaba volviendo más loca de lo que ya estaba. Pero, de alguna manera, me arrastró hacia dentro de la casa.
Aiden se dejó caer al sofá con un suspiro de cansancio, como si llevarme hasta allí fuera su propia versión del fin del mundo. Estaba claro que la situación lo había agotado, pero yo no tenía ni un ápice de compasión en mis venas borrachas. De hecho, cuando me tiré hacia el sofá, casi le caí encima.
—¡Ups! —exclamé, soltando una risita tonta mientras me reacomodaba sobre él. No entendía cómo, pero lo logré, y ahí estábamos, mi cara casi pegada a la suya—. ¡Vaya! No es tan malo esto, ¿eh?
Aiden me miró como si fuera el último trozo de pizza en una fiesta y no supiera si seguir ignorándome o simplemente rendirse ante el caos. Yo, sin embargo, tenía una duda científica crucial que necesitaba resolver de inmediato.
—Oye, Aiden —empecé, como si estuviéramos en una charla profunda sobre el sentido de la vida—. ¿Sabías que los cisnes pueden ser gays?
Aiden me miró fijamente, claramente confundido, y por un momento, pensé que se había quedado sin palabras. Algo que no me pasaba mucho. Pero yo no estaba dispuesta a esperar demasiado para aclararlo.
—Sí, lo leí en un documental —continué sin esperar respuesta, claramente en mi propio mundo—. O sea, ¡es increíble! Estos cisnes, como... ¡pueden formar parejas con otros cisnes del mismo sexo y todo! Imagínate, ¡un cisne gay! ¿No es genial? ¡El amor en todas sus formas!
Aiden estaba casi hipnotizado por el desmadre que había convertido en una conversación científica.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó Aiden, claramente exasperado.
Me quedé mirando a Aiden como si fuera el más grande ignorante de la historia. ¿Cómo podía no saberlo?
—¡Lo que quiero decir, Aiden! —dije con gran énfasis, como si estuviera compartiendo la clave del universo—. Es que el amor puede ser tan libre y raro como quieras, incluso entre cisnes. Y tú... eres como un cisne gay en mi vida... pero no porque seas gay, sino porque... bueno, porque estás atrapado en esta locura conmigo. Y te quedas, ¡te quedas!
Aiden se echó hacia atrás, agotado, como si acabara de recibir un impacto directo de mi energía desbordante.
—Sí... claro, Alex... todo tiene mucho sentido ahora. —su tono era tan sarcástico que hasta yo me reí de lo absurdo que acababa de sonar.
Pero, para ser sincera, a esa altura ya no me importaba nada. Estaba demasiado feliz con mi descubrimiento de cisnes gays y de estar tirada en un sofá con Aiden. Aunque claro, no iba a dejar de ser insoportable de inmediato.
—¡Cisne gay! —repetí, riendo como si fuera la revelación más genial del planeta—. ¡Es lo más grande que he aprendido hoy!
Un estruendoso golpe proveniente del piso de arriba hizo que me sobresaltara, interrumpiendo mi momento de éxtasis cisnes-gays. Mi cabeza, aún embriagada por la mezcla de alcohol y caos, tardó unos segundos en procesar lo que acababa de suceder, pero la reacción de Aiden fue inmediata.
Se levantó del sofá como si lo hubiera picado una araña, completamente alerta y en modo de pánico, lo que me hizo pensar que tal vez estaba en algo más serio.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó con una expresión de preocupación que, por un segundo, me hizo pensar que se había olvidado de que estaba atrapado con una borracha descontrolada en su sofá.