CAPITULO 27
Después de darle la dirección al taxista, me quedé mirando por la ventana, el corazón latiendo demasiado rápido. Reconsideraba lo que estaba haciendo. ¿Qué demonios se suponía que encontraría en esa dirección? Actuaba como una tonta, dejándome arrastrar por los caprichos y órdenes de Aiden como si no tuviera voluntad propia.
"Alex ve. Alex lleva. Alex trae." La voz en mi cabeza no paraba de burlarse, recordándome cómo siempre terminaba haciendo exactamente lo que él quería. Joder, ya era hora de poner un límite. Si iba a enfrentarme a lo que fuera que me esperaba, Aiden iba a pagarlo caro.
El taxi avanzó por las calles de la ciudad, y con cada kilómetro que nos acercábamos, mi nerviosismo crecía. No tenía idea de lo que estaba a punto de enfrentar. ¿Era un juego más de Aiden? ¿Otra de sus pruebas retorcidas para ver hasta dónde llegaría por él?
El taxista rompió el silencio, su voz áspera y cansada.
—¿Segura de que esta es la dirección? Parece un lugar bastante... tranquilo para alguien con tanta prisa.
No respondí de inmediato, mi mirada aún fija en el paisaje que pasaba a toda velocidad. Pero finalmente, asentí.
—Sí, estoy segura.
Aunque, por dentro, no estaba tan convencida. ¿Por qué siempre terminaba así? Saltando al vacío sin paracaídas solo porque él lo pedía. El recuerdo de su voz, de su orden seca y molesta, resonó en mi cabeza. "Y no te estoy preguntando."
Cerré los ojos y respiré hondo. Que sea lo que tenga que ser, me dije, mientras el taxi giraba en una esquina y se detenía frente a un edificio discreto. El reloj en el tablero marcaba las 7:45. Tenía quince minutos para averiguar qué significaba el dichoso 6 antes de que todo explotara.
Pagué al taxista y salí, mis piernas temblando ligeramente mientras me acercaba a la puerta principal. ¿Qué diablos me esperaba aquí?
El taxi se detuvo frente a un edificio que gritaba "hospital psiquiátrico". El letrero en la entrada decía "Clínica San Vital", y una enfermera que fumaba junto a la puerta me lanzó una mirada de "¿otra más?".
Miré la dirección en mi teléfono. Coincidía.
—¿Es aquí? —murmuré, más para mí que para el taxista.
—Pues no parece un parque de diversiones —respondió, con tono seco.
Pagué sin responder y bajé, ajustándome el bolso mientras una pregunta rondaba en mi mente: ¿Qué clase de juego retorcido era este?
Al entrar, el olor a desinfectante me golpeó de inmediato. Todo era blanco y estéril, con un leve eco de pasos por los pasillos. Caminé hacia la recepción, donde una mujer con un moño tirante me miró por encima de sus gafas.
—¿Tiene cita? —preguntó con tono mecánico.
—Eh... no. Vine de parte de Aiden. —Solté las palabras como si fueran una especie de clave mágica. Por un segundo, pensé que me iba a echar, pero en lugar de eso, asintió con una seriedad desconcertante.
—Sala 6. Al fondo, a la izquierda.
Claro, la maldita Sala 6. Respiré hondo y caminé, mis pasos resonando en las baldosas mientras mi mente se llenaba de posibilidades: ¿un paciente peligroso?, ¿algún loco que debía rescatar?, ¿un chiste cruel para divertirse a mi costa?
Cuando llegué, abrí la puerta lentamente y me congelé al ver la escena. Allí, sentado en una silla de plástico junto a una cama, estaba Aiden. Pero no era él quien llamó mi atención, sino la mujer en la cama. Una mujer de cabello desordenado, ojos brillantes y una sonrisa que no parecía completamente cuerda.
—Aiden... —comencé, sin entender nada—. ¿Qué está pasando aquí?
Él levantó la mirada hacia mí, y por un segundo, algo pasó por su rostro. ¿Culpa? ¿Tristeza? Era tan fugaz que no pude identificarlo antes de que su expresión volviera a ser la de siempre: dura, impenetrable.
—Mi madre —dijo simplemente, señalando a la mujer con un leve movimiento de cabeza.
Parpadeé, intentando procesarlo. ¿Su madre? La mujer me miró, sonriendo como si yo fuera parte de una especie de broma privada.
—¿Eres la novia de mi Aiden? —preguntó con una voz cantarina que me puso la piel de gallina.
—¡No! —respondí demasiado rápido, sintiendo el calor subir a mi rostro.
Aiden no dijo nada, pero había una chispa de algo en sus ojos. ¿Diversión? ¿Molestia? Era imposible saberlo con él.
—Hoy es día 6 —dijo Aiden finalmente, como si eso lo explicara todo. Pero no lo hacía. Para nada.
—¿Y eso qué tiene que ver con esto? —solté, exasperada.
—Siempre la visito los días 6 —respondió, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Mi cerebro tardó unos segundos en conectar las piezas, y cuando lo hizo, solo pude mirarlo, boquiabierta.
—¿Me trajiste aquí para esto? ¿Para que conociera a tu madre?
Aiden se encogió de hombros, como si mi indignación fuera un problema menor.
—Tenías que saberlo algún día.
—¡¿Saber qué?! —grité, lanzando las manos al aire. —¿Que tu madre está loca? ¡Esto no era un requisito en mi lista de cosas pendientes, Aiden!
La madre de Aiden comenzó a reír, un sonido extraño y casi infantil.
—Me gusta esta chica, hijo. Tiene carácter.
—Genial —murmuré, masajeándome las sienes. —Encantador primer encuentro.
Aiden simplemente se levantó de la silla, metiendo las manos en los bolsillos.
—¿Terminaste el drama? —preguntó con su habitual tono indiferente. —Porque yo ya terminé aquí.
Lo miré, incrédula. Este hombre es el colmo. Pero antes de que pudiera decir algo más, él ya estaba cruzando la puerta. Me giré hacia su madre, que seguía sonriendo con los ojos llenos de un cariño desquiciado.
—Es un buen chico —me dijo, como si quisiera tranquilizarme.
—Claro, buenísimo —respondí sarcástica, y salí casi corriendo tras él.
Lo alcancé en el pasillo, mis pasos resonando con fuerza detrás de él. Aiden seguía caminando como si nada, con las manos en los bolsillos y su postura relajada, lo cual solo alimentaba mi furia.