Sobre Hielo

Capítulo 28

CAPITULO 28

Era un hecho: iba tardísimo a mi presentación. Y Aiden, el hombre más tranquilo del planeta, manejaba como si estuviéramos en un paseo dominical. Mis pensamientos homicidas comenzaron a tomar forma, y no me quedó otra opción: atacar.

—Querido —dije con voz dulce, tan dulce que hasta a mí me dio escalofríos. Aiden, al escucharme, me lanzó una mirada que podría haber derretido el acero. —¡¿PUEDES ACELERAR EL MALDITO AUTO?!

—¿Por qué gritas? —respondió, con una calma irritante.

—Porque en cuanto me subí te dije que debía ir a un lugar urgente. ¡Acelera!—dije entre dientes.

—No puedo ir más rápido.

Esto tenía que ser una broma.

—¿Qué?

—No puedo ir más rápido —repitió, tan tranquilo como si acabara de anunciar que había pan tostado en casa. —La policía me pondrá una multa.

—¡No te pondrán una multa! ¡Acelera el maldito auto!

—No puedo.

Dios, hoy me mandaste un espécimen especial.

—No me hagas matarte aquí, Aiden. Lo haré, te lo juro.

—Alexandra, llegarás a tiempo, ¿vale? Solo mantén la calma —respondió, moviendo las manos frente a mí en un gsto que parecía intentar tranquilizarme. —Woah, woah.

—¡No seas un gilipollas!

—¿Has pensado alguna vez en actuar como una dama? —dijo, con ese tono condescendiente que tanto me sacaba de quicio.

—No. Pero voy a actuar como un macho ahora mismo si no aceleras este maldito auto —espeté, con los ojos entrecerrados y cruzándome de brazos como si eso fuera suficiente para intimidarlo.

Aiden soltó una risa baja, como si mis amenazas fueran una especie de broma privada que solo él entendía. Eso, por supuesto, solo hizo que mi furia aumentara.

—¿De qué te ríes? —le espeté.

—De ti —respondió, con esa media sonrisa arrogante —. Es fascinante cómo logras insultarme y amenazarme al mismo tiempo. Tienes talento.

—¡No necesito tus cumplidos ahora, Aiden! —gruñí, golpeando ligeramente el tablero del auto. —Necesito que pongas el pie en el acelerador antes de que yo lo haga por ti.

—¿Y cómo planeas hacerlo desde el asiento del copiloto? —preguntó, con una ceja arqueada, claramente disfrutando de mi mal humor.

—Oh, confía en mí, encontraré la forma —dije, con los ojos entrecerrados.

Aiden soltó un suspiro exagerado, como si toda esta conversación fuera un agotador trámite.

—Alexandra, no voy a matar a nadie ni a recibir una multa solo porque tú eres incapaz de calcular el tiempo.

—¡No fue mi culpa que me llevaras a visitar a tu madre en un hospital psiquiátrico sin previo aviso! —repliqué, señalándolo con un dedo acusador. —¿O ya olvidaste ese pequeño detalle?

—¿Otra vez con eso? —respondió, rodando los ojos. —De verdad, debes aprender a manejar tus prioridades.

—¡Mis prioridades estarían perfectamente manejadas si no estuviera atrapada en este auto contigo manejando como si estuviéramos en un maldito desfile!

Él no respondió de inmediato, pero su sonrisa se amplió, lo que solo me hizo querer lanzarle algo.

—Eres adorable cuando estás enojada.

—¡No soy adorable, soy peligrosa!

Aiden me lanzó una mirada rápida, claramente evaluando cuánta amenaza real había en mis palabras, y luego volvió a enfocarse en la carretera.

—Mira, ya casi llegamos. Relájate un poco, ¿sí? —dijo, como si todo esto fuera un paseo casual y no una carrera contra el tiempo.

Respiré hondo, intentando no arrancarle el volante de las manos.

—Si llego tarde por tu culpa, Aiden, te juro que...

—Lo que sea que estés a punto de jurar, no lo cumplirás. Pero aprecio el esfuerzo —me interrumpió, con un brillo burlón en los ojos.

No dije nada más. Sabía que seguir discutiendo solo lo divertiría más. Así que me quedé en silencio, con los brazos cruzados y mirando fijamente por la ventana, mientras en mi cabeza planeaba al menos cinco maneras distintas de vengarme.

Mis palabras parecieron surtir efecto porque, para mi sorpresa, Aiden aceleró. Pegué mi frente contra la ventana, dejando escapar un suspiro que llevaba acumulando desde hacía rato. El paisaje comenzó a moverse más rápido, pero no lo suficiente como para calmar mi ansiedad.

En ese momento, mi teléfono vibró. Lo saqué del bolsillo y leí el mensaje que apareció en la pantalla:

Alexandra, ¿dónde demonios estás? Estas personas llevan media hora esperándote. Ya no tengo idea de cómo distraerlos, así que muévete o perderás esta oportunidad.

Sentí que el estómago se me hundía hasta los pies.

En medio de mi frustración, todo lo que pude hacer fue cerrar los ojos y dejar que las palabras salieran:

—Por favor, Aiden. Acelera más el auto. Voy a perder lo único que me ha importado en esta vida —dije, con una suavidad que ni yo reconocí.

Aiden me lanzó una mirada rápida, su expresión se tornó seria por primera vez en todo el día.

—Está bien.

¿Así de simple? No hubo sarcasmo ni una sonrisa burlona. No me lo podía creer.

No le respondí. Necesitaba preparar mi mente para lo que venía, para entrar y enfrentar a esas personas importantes que, en este momento, probablemente estuvieran considerando a alguien más.

Tomé la bolsa a mi lado y, sin pensarlo dos veces, me metí detrás del auto como si fuera un espía en plena misión secreta. Aiden me lanzó una mirada de reojo, claramente sin poder creer lo que estaba viendo.

Con la rapidez de una atleta olímpica (aunque un tanto torpe, pero igual valía el intento), comencé a sacar el atuendo de patinaje y a cambiarme en el asiento trasero, como si fuera lo más normal del mundo.

—¿En serio vas a hacer esto aquí? —preguntó Aiden, con una mezcla de asombro y pavor, mientras echaba un vistazo rápido al retrovisor, probablemente preguntándose si la policía ya me había marcado como una amenaza pública.

—¡¿Qué?! —grité, mientras luchaba con el vestido ajustado que no quería entrar por el lugar adecuado—. ¿No ves que voy tarde, Aiden? ¡Esto no es un desfile, es una carrera contra el tiempo!



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 03.01.2025

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