Sobre Hielo

Capítulo 34

CAPITULO 31

El entrenamiento en la pista de patinaje había sido agotador. Después de media hora repitiendo la misma rutina una y otra vez, apenas lograba mantener el equilibrio.

Elena había sido más paciente que de costumbre, pero eso no quitaba que me sintiera como un completo desastre cada vez que marcaba un giro fuera de tiempo.

—Alex, menos fuerza, más precisión. No es un combate de hockey —me recordó por quinta vez.

Me forcé a sonreír, aunque por dentro quería desaparecer. Finalmente, la sesión terminó y me dejé caer sobre la banca para quitarme los patines.

Mis piernas protestaban, pero la lista interminable de cosas que tenía que hacer no iba a esperar.

Al salir de la pista, decidí que era buena idea pasar por la biblioteca para buscar un libro que necesitaba para estudiar. Con algo de suerte, encontraría un rincón tranquilo para repasar un par de temas antes de la cena.

La biblioteca estaba tan silenciosa que podía escuchar el leve zumbido de las lámparas. El ambiente era perfecto para estudiar... o para cualquier cosa menos estudiar, como lo estaba haciendo ahora.

Aiden dormía sobre una mesa, con la cabeza apoyada en sus brazos cruzados y su cabello desordenado cayendo sobre su frente. ¿Qué hacía aquí? No tenía pinta de alguien que frecuentara la biblioteca, y mucho menos para quedarse dormido.

Apreté los labios, evaluando la situación. Podría irme, buscar el libro que necesitaba y olvidarme de esto. Pero mis pies no se movían. En lugar de eso, me acerqué como quien no quiere la cosa, sintiéndome como una ladrona de momentos ajenos.

—Tranquila, Alex. Solo vas a... checar que siga respirando, por si acaso —murmuré para mí misma.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, me senté frente a él, dejando mi mochila a un lado. Luego, poco a poco, apoyé los brazos sobre la mesa y me incliné hacia adelante, estudiando cada detalle de su rostro.

Santo cielo. Aiden, el frío y distante capitán, dormía como un bebé. Bueno, un bebé atractivo.

Mis ojos no podían evitar recorrer sus facciones, deteniéndose en cada detalle.

—Sus pestañas son demasiado largas —murmuré en un susurro—. ¿Qué clase de injusticia genética es esta?

La gente como yo tenía que lidiar con pestañas que parecían las patas de un insecto, y él dormía ahí como si fuera la portada de una revista.

—¿Y esa mandíbula? Siempre la tiene apretada como si estuviera a punto de pelear con el mundo... Pero ahora...

Su rostro estaba relajado, algo que jamás había visto despierto. Incluso parecía en paz, como si no fuera el mismo Aiden que conocía.

—Te ves tan tranquilo —pensé en voz baja, apoyando un poco más el peso sobre la mesa—. Casi como si fueras... normal.

Pero claro, eso sería pedir demasiado. Era Aiden. El rey del sarcasmo, la indiferencia y el arte de ignorarme en público.

No pude evitar sonreír al notar cómo su nariz se movía ligeramente cada vez que respiraba. ¿Era posible que hasta durmiendo tuviera esa actitud de "soy más cool que tú"? Quizás sí. Quizás respiraba con arrogancia.

Me incliné un poco más, evaluando el movimiento de su pecho al inhalar y exhalar. Por un instante, olvidé que esto era un acto absolutamente inapropiado.

—Alex, si alguien te ve, vas a quedar como una completa psicópata —me regañé.

Pero no podía irme. Había algo fascinante en verlo así, tan vulnerable y... humano. El Aiden que conocía era un iceberg en movimiento. Este Aiden parecía alguien al que podría entender.

—¿Cómo es que alguien puede parecer tan tranquilo y molesto al mismo tiempo? —murmuré para mí misma, notando cómo su ceño seguía ligeramente fruncido incluso mientras dormía.

Sin pensar mucho, apoyé mi cabeza sobre mis brazos, de modo que quedé acostada sobre la mesa, justo frente a él. Desde esa posición, podía verlo más de cerca, lo suficiente como para contar las pequeñas pecas que tenía cerca de la sien y que probablemente odiaría que alguien notara.

El tiempo pareció detenerse mientras lo observaba. Había algo hipnótico en su tranquilidad, en el contraste entre este momento y la persona que siempre mostraba ser. Y yo... bueno, yo ya no sabía si estaba ahí porque quería averiguar más sobre él o porque simplemente no quería irme.

—Solo un rato más —me dije en voz baja.

Sin darme cuenta, el cansancio me fue ganando. La biblioteca, con su silencio y la calidez de las lámparas, se convirtió en un refugio. Y antes de que pudiera evitarlo, cerré los ojos.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando desperté, lo primero que vi fue un par de ojos mirándome fijamente.

Aiden estaba despierto.

Y no solo despierto. Me estaba mirando como si yo fuera un acertijo que no sabía si quería resolver o ignorar por completo.

No dijimos nada.

Simplemente nos quedamos ahí, observándonos. Sus ojos seguían fijos en los míos, y yo no podía moverme, atrapada entre la sorpresa y algo que no sabía cómo nombrar.

Él parpadeó una vez, lento, como si quisiera asegurarse de que no era parte de un sueño extraño. Yo hice lo mismo, todavía apoyada sobre la mesa, con el corazón latiéndome en los oídos.

—¿Dormiste bien? —murmuró finalmente, su voz baja y algo ronca, como si acabara de despertar también.

Mi cerebro tardó un momento en registrar las palabras. Cuando lo hizo, me enderecé de golpe, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.

—Eh... sí. Digo, no... No sé. ¿Qué? —balbuceé, totalmente fuera de lugar.

Una sonrisa, apenas perceptible, se dibujó en las comisuras de sus labios. Fue tan breve que podría haberlo imaginado, pero ahí estaba.

—Te quedaste dormida —dijo, sin apartar los ojos de mí.

—Y tú también —repliqué automáticamente, aunque mi voz sonó más suave de lo que esperaba.

Su mirada no se desvió ni un segundo. Algo en su intensidad me hizo sentir como si estuviera siendo desarmada pieza por pieza. Sentí el calor subiendo otra vez a mi rostro, y esta vez fue imposible ignorarlo.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 14.01.2025

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