CAPÍTULO 33
Estaba sentada en la cama, con el teléfono en las manos. Logan me había enviado varios mensajes sobre la cita que ya había tenido con él. Aunque había sido divertida, no podía decir que me hubiera emocionado tanto como él.
Logan: ¡Te juro que lo pasamos genial anoche! ¿Te gustaría repetirlo pronto? Creo que quedamos bastante bien, ¿no?
Mi pulso se aceleró, pero no porque me emocionara, sino por la sensación incómoda que me dejó todo aquello. No era que Logan estuviera mal, pero algo dentro de mí seguía bloqueado, como si estuviera jugando un papel.
Yo: Sí, fue divertido.
Logan: ¡Qué bien! Vamos a hacerla aún mejor la próxima vez. Estoy emocionado por lo que viene.
Me quedé mirando su mensaje, forzando una sonrisa. Al menos Logan estaba feliz. Pero yo... no podía dejar de pensar en Aiden, en su silencio, y en esos momentos en los que, por alguna razón, sentí que tal vez, detrás de esa frialdad, había más de lo que había supuesto.
Dejé el teléfono a un lado, mirando al techo, mientras un extraño nudo se formaba en mi estómago.
El sonido de la puerta abriéndose de golpe me sobresaltó. Levanté la vista del escritorio justo a tiempo para ver a Aiden entrando al cuarto, tambaleándose como si apenas pudiera mantenerse en pie.
Cerró la puerta de un portazo, apoyándose contra ella por un instante, antes de avanzar hacia su cama con pasos lentos y pesados.
—¿Aiden? —pregunté, pero no respondió.
No fue hasta que la tenue luz de la lámpara reveló su rostro que mi estómago se tensó. Tenía el labio partido, un ojo comenzando a hincharse, y sus nudillos estaban destrozados, ensangrentados y con la piel rota. Su chaqueta estaba rasgada, y su camisa tenía manchas oscuras que no quería imaginar de qué eran.
—¡Aiden! ¡¿Qué demonios te pasó?!
Él no dijo nada. Ni siquiera me miró. Se dejó caer en la cama como si sus piernas no pudieran sostenerlo más y se quedó ahí, con los codos apoyados en las rodillas, la cabeza gacha y los ojos clavados en el piso.
—Oye, ¡háblame! —me acerqué rápidamente, pero él no reaccionó.
Era como si estuviera atrapado en otro lugar, como si la habitación, y el mundo entero no existieran para él. Estaba inmóvil, rígido, y su respiración era tan baja que apenas podía escucharla.
—Aiden, me estás asustando —susurré, arrodillándome frente a él para buscar su mirada.
Nada. Su mirada seguía fija en el suelo, perdida en un punto invisible.
Por un momento, no supe qué hacer. ¿Llamar a alguien? ¿A urgencias? ¿A la policía? Pero algo en su postura, en la forma en que sus manos se tensaban en los costados, me hizo entender que no iba a hablar con nadie.
Respiré hondo y me obligué a calmarme.
—Está bien. No tienes que hablar ahora, pero al menos déjame ayudarte, ¿sí?
No respondió, pero tampoco me detuvo cuando me levanté para buscar el botiquín. Las manos me temblaban mientras sacaba vendas, antiséptico y gasas. Aiden no era el tipo de persona que se dejaba ver vulnerable, mucho menos así. Esto era nuevo, casi aterrador.
Me senté frente a él otra vez y, con cuidado, tomé una de sus manos. Sus nudillos estaban tan hinchados que apenas podía distinguirlos.
—Esto va a doler un poco, pero tienes que aguantar, ¿vale?
Siguió sin decir nada. Ni un gesto, ni una palabra. Incluso cuando limpié las heridas con el antiséptico, lo único que hizo fue inhalar profundamente, pero no se movió. Era como si todo su cuerpo estuviera atrapado en un estado de tensión insoportable.
—¿Puedes, por favor, decirme qué pasó? —pregunté en voz baja, casi como un ruego.
Finalmente, levantó la cabeza, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, mi corazón se encogió. Había algo en su mirada que nunca había visto antes. No era solo enojo o frustración; era una mezcla de dolor y algo que no podía identificar. Algo roto.
Pero antes de que pudiera decir algo, su mirada volvió al suelo.
—No puedo.
Dos palabras. Eso fue todo lo que obtuve. Y aunque normalmente me frustraría, esta vez no lo hizo. Algo me decía que cualquier intento de empujarlo a hablar solo lo haría cerrarse más.
—Está bien, no tienes que decírmelo ahora —murmuré, volviendo a centrarme en curar sus heridas.
Con cada corte que limpiaba, cada venda que ponía, sentía que me hundía más en una preocupación que no podía expresar. Él siempre había sido el fuerte, el que lidiaba con todo sin pestañear. Cuando terminé, guardé el botiquín y me senté en mi cama, observándolo de reojo. Seguía en la misma posición, inmóvil, con la mirada fija en el piso.
—Si necesitas algo... cualquier cosa... solo dime, ¿vale? —dije en voz baja.
No respondió, pero su cabeza hizo un leve movimiento, casi imperceptible, como un asentimiento.
El reloj marcaba las tres de la madrugada, pero no había podido dormir. La habitación estaba sumida en un silencio incómodo, solo por el leve sonido de la respiración de Aiden. Había caído dormido hace un rato, pero incluso eso parecía inestable.
Me giré en la cama, intentando acomodarme, cuando escuché un sonido extraño. Me incorporé de golpe, alertada.
Aiden murmuraba algo entre dientes, palabras que no entendía, pero que sonaban urgentes, atormentadas. Su respiración era irregular, entrecortada, como si estuviera luchando por aire.
—¿Aiden? —mi voz se perdió en la oscuridad, apenas prendí las luces el cuerpo de Aiden retorciéndose me hizo altertarme.
Aiden se retorcía en su cama, susurrando palabras entrecortadas que no entendía. Su rostro estaba crispado, los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos.
Me acerqué lentamente, intentando no despertarlo de golpe.
—Aiden... —murmuré, tocando suavemente su hombro. Pero no reaccionó, seguía atrapado en su propio tormento.
¿Que demonios le había pasado? ¿Un fantasma? ¿Un alien? ¿Había ido a un club y había visto una orgía?