CAPITULO 40
El aire frío dentro del estadio de hockey sobre hielo se sentía aún más denso esa mañana. Los patines crujían sobre el hielo mientras los chicos se alineaban, pero algo en el ambiente estaba fuera de lugar. La tensión era palpable, casi como si la tormenta estuviera a punto de estallar.
Desde el principio, el entrenamiento fue más intenso de lo normal. Logan estaba desatado. Sus lanzamientos parecían más agresivos, más personales. Cada disco que disparaba hacia Aiden no solo iba rápido, iba con furia. La vibración del palo contra el hielo retumbaba como una amenaza silenciosa.
Aiden, por supuesto, no se quedaba atrás. Cada vez que Logan enviaba el disco con esa fuerza, Aiden lo detenía con una precisión impresionante. Su equipo sabía que, si había alguien capaz de hacerle frente a los disparos de Logan, ese era él. Pero la situación no era normal. No se trataba de un entrenamiento, no era solo hockey; había algo más.
Logan lanzó otro disco con tal velocidad que casi ni siquiera vi cómo se movió. Aiden lo interceptó, pero el impacto hizo que su cuerpo se tambaleara por un segundo, como si la fuerza de Logan lo hubiera alcanzado no solo en el hielo, sino en algún lugar mucho más profundo. Aiden se puso de pie rápidamente, su rostro tenso y sus ojos ardían de rabia.
—¡Logan, basta! —gritó, haciendo que todos en el hielo se detuvieran por un momento.
Pero Logan no se detuvo. De nuevo, con un movimiento decidido, lanzó otro disparo. El disco se desvió justo frente a Aiden, rozándole el casco con un estruendo que hizo que el aire vibrara. Aiden, ahora furioso, no pudo más.
—¡¿Qué diablos te pasa?! —le gritó, sus palabras duras como el hielo bajo sus patines.
Logan, con el rostro encendido de rabia, no dejó de mirar a Aiden, su pecho subiendo y bajando con cada respiración agitada. En lugar de responder, lanzó otro disco con tal velocidad que Aiden apenas tuvo tiempo de esquivarlo.
—¡Logan Lancaster! —el entrenador Sullivan, que hasta ese momento estaba observando en silencio, dio un paso adelante, su voz cortante—. ¡Eso es suficiente! No estás aquí para golpear a tus compañeros, estás aquí para entrenar, ¿me entiendes?
Logan, por fin, dejó de disparar. Sus ojos seguían fijos en Aiden, pero no dijo una palabra. El equipo entero se encontraba en un silencio incómodo, las miradas intercambiándose rápidamente, todos sabían que algo no estaba bien.
Aiden, respirando con pesadez, miró al entrenador y luego a Logan, su mandíbula tensa. Sabía que tenía que decir algo, pero algo lo retenía.
—¡Si no puedes controlarte, entonces mejor sal del hielo, Logan! —gritó Aiden, esta vez con voz más firme y llena de frustración.
Logan no lo miró directamente, pero sus ojos seguían ardiendo de enojo. El entrenador, con una expresión de desaprobación, se acercó a Logan.
—¡Lo único que necesitas controlar aquí es tu temperamento, Logan! —gritó Sullivan, su voz autoritaria llenando la pista—. ¡Esto es un equipo, y si no lo entiendes, te vas a quedar afuera!
Los chicos, que habían observado en silencio, comenzaron a moverse hacia sus posiciones, pero nadie podía sacudirse la sensación de incomodidad que llenaba la pista. El entrenamiento, que había comenzado con tanto ritmo, ahora parecía estar atrapado en un limbo.
Mi cuerpo estaba tenso, y por alguna razón, me estaba comenzando a sentir como si todo fuera a estallar en cualquier momento. Las jugadas se volvían más duras, las palabras más cortantes. Todo lo que había pasado en las últimas semanas parecía haber acumulado una presión imparable. Estaba demasiado consciente de lo que estaba sucediendo, de cómo Logan me miraba cuando veía a Aiden, y de cómo Aiden parecía ignorarlo, o tal vez lo hacía a propósito.
El clímax llegó cuando, después de un pase bastante fuerte que Aiden dejó pasar, Logan no pudo más.
—¡Ya basta, Aiden! —gritó, su voz cargada de rabia. —No puedo seguir con esto. Si vas a seguir con esa actitud, entonces no soy parte de este equipo. Me voy.
El aire se tensó al instante. El entrenador, que hasta ese momento había estado observando en silencio, se giró rápidamente hacia Logan, pero antes de que pudiera decir algo, Aiden ya había respondido, sin perder la compostura.
—¿Qué pasa, Logan? ¿No puedes manejarlo? Si no te gusta mi estilo de juego, puedes irte tú también —dijo Aiden, con esa calma que siempre lo caracterizaba. Pero estaba claro que no era solo sobre el hockey. La situación entre ellos ya era personal. Y lo sabía, lo sentía en el ambiente.
Logan estaba al borde de estallar. Su mandíbula se apretó mientras miraba a Aiden, y yo veía cómo la rabia y el dolor se mezclaban en su mirada. Lo entendía. Vale. Esto es todo mi culpa. Debí haber sido clara desde el principio con Logan.
—¿Vas a hablar de mí y de lo que hice con Alexandra ahora? —Logan no podía callarse más. Estaba a punto de explotar, y lo sabía. Su mirada se centró en Aiden. —Sabes que me gustaba, ¿verdad? Y tú no tuviste ningún problema en besarla, como si nada, como si no hubiera una historia entre nosotros.
Buenoooo. Tampoco era asi, no había ninguna historia, quise decirle, pero eso significaba delatarme ante los chicos. Puede que no haya sido sincera con mis sentimientos, pero nunca le dije que me gustaba.
Aiden se mantuvo estoico, pero lo vi apretar los dientes.
—Lo que pasó con Alexandra no te concierne, Logan. No sé qué demonios esperabas que hiciera —respondió, más fríamente que nunca.
Yo estaba entre ellos, sintiendo que la tensión me apretaba el pecho. Los dos se estaban lanzando dardos invisibles, y yo solo quería que todo terminara, que el maldito entrenamiento de una vez por todas fuera solo sobre el hockey. Pero no lo era. No podía serlo.
Fue entonces cuando me decidí a intervenir. No quería que Logan tomara una decisión que pudiera arruinar nuestra oportunidad mañana. No podía dejar que su rabia lo cegara ahora.