CAPÍTULO 43
Me despierto más tarde de lo habitual. Es sábado, lo cual significa que no tengo entrenamiento y que puedo ser una completa vaga sin que nadie me juzgue. Bueno, excepto yo misma, pero ya estoy acostumbrada a ignorar mi voz interior.
Me doy la vuelta en la cama y de repente recuerdo: Aiden había dormido aquí anoche. Giro rápidamente hacia el otro lado, pero el espacio está vacío. Genial, se fue. ¿A dónde? ¿Quién sabe? Ese chico tiene la capacidad de esfumarse como si fuera Batman, pero sin la capa y con más actitud.
Miro hacia su cama. Tendida. Impecable. Tan perfecta que da rabia. Resoplo. ¿Es que no puede ser normal y dejarla hecha un desastre como cualquier humano?
Rebusco mi móvil y, para variar, no tengo mensajes. Claro, porque Aiden es de esos que creen que el mundo gira a su alrededor y no necesita avisar nada. Genial. Le escribo:
¿Dónde estás?
No contesta. Obvio. Seguramente está por ahí haciendo cosas importantes como mirar al horizonte con cara de serio. Suspiro y dejo el teléfono a un lado. Ya me enteraré cuando vuelva.
Me arrastro al baño y mientras el agua caliente me despierta, pienso en algo ridículo. ¿Y si uso el maquillaje que me regalaron? Lo encuentro en un rincón del baño, todo desorganizado, esperándome como si fuera la solución a mis problemas.
¿Me... maquillo?
Decirlo en voz alta suena tan mal que casi me da un ataque de risa. Me miro en el espejo, la cara aún medio dormida y el cabello desordenado, y suelto una carcajada.
¿Desde cuándo Alex se maquilla? ¿Qué será lo próximo? ¿Usar un vestido y sonreír como princesa de cuento?
Cierro el estuche con un golpe, como si estuviera conteniendo un demonio.
No, gracias. Prefiero asustar gente con mi cara natural.
Salgo del baño y reviso el móvil. Nicole me ha escrito. Quiere que pase por la residencia de chicas. Miro el chat de Aiden de nuevo. Sigue vacío. Claro que sí. Bueno, si él quiere ser misterioso, yo puedo serlo más.
Voy al armario y rebusco algo que grite no quiero hablar con nadie. Opto por unos vaqueros desgastados y una camiseta roja con letras enormes que dicen: NO ME HABLES, NO TE VOY A ESCUCHAR. Perfecto. Me miro al espejo y sonrío. Es exactamente la vibra que quiero hoy.
Antes de salir, miro mi teléfono una vez más. Nada. Aprieto los dientes.
—Muy bien, Aiden. No quieres contestar. Perfecto. Pero cuando vuelvas, más te vale tener una buena excusa, porque si no, voy a llenarte los zapatos de arroz crudo.
Con esa amenaza en mente, salgo de la habitación. Hoy no tengo paciencia, pero sí mucho caos acumulado.
Cuando llego a la residencia de chicas, Nicole me abre la puerta como si fuera anfitriona de un programa de premios. Su sonrisa es tan amplia que podría competir con un comercial de pasta de dientes. Antes de que pueda reaccionar, me atrapa en un abrazo que me deja sin aire.
—¡Alex! —grita—. ¡Pasa, pasa!
—¿Qué te fumaste? —respondo, arrugando la nariz mientras me suelta.
—¡Nada! Solo estoy feliz de verte —contesta sonriendo.
Entro a la sala y el caos me golpea como una bofetada. Maddie y Lizzie están sentadas frente a un espejo gigante, rodeadas de montañas de maquillaje. Pintalabios abiertos, brochas esparcidas como si hubieran sido lanzadas en una batalla campal, y bases volcadas que parecen pequeños charcos. Lizzie tiene un espejo de aumento a dos centímetros de su cara, mientras Maddie le aplica algo que parece ser un delineador, creo, pero más bien parece un arma de tortura.
—¿Qué demonios están haciendo? —pregunto, horrorizada—. ¿Maquillándose a las diez de la mañana?
Maddie se gira hacia mí, sujetando una brocha como si fuera una varita mágica.
—Practicando, genia —responde con toda la seriedad del mundo—. El delineado perfecto no se hace solo.
—Sí, porque Lizzie siempre termina pareciendo un panda después de cinco minutos —añade con un tono burlón.
—¡Oye! —protesta Lizzie, fulminándola con la mirada y lanzándole una esponja.
Intento dar un paso atrás, pero Nicole es más rápida. Me agarra del brazo y me empuja hacia una silla como si estuviera arrestándome.
—¡Es tu turno, Alex!
—¿Qué? No, ni loca. Yo no—
—¡Sí, sí! —me interrumpe Maddie, mientras Lizzie empieza a rebuscar entre el desastre, sacando un tubo de algo que parece pegamento industrial.
—¡No me toquen! —grito, intentando levantarme, pero Nicole me pone las manos en los hombros, obligándome a sentarme.
—Relájate, Alex. Esto te hará bien.
—¿Bien? Estoy perfectamente bien con mi cara de siempre. ¡Déjenme en paz!
—Esto no es una petición, es un servicio público —declara Maddie, sujetándome la cara con ambas manos como si fuera una escultura y no un ser humano.
Lizzie se acerca con una paleta de sombras que parece sacada de un arcoíris psicodélico.
—Cierra los ojos y acepta tu destino.
—¡¿Mi qué?! —chillo, pero ya tengo a Maddie sosteniéndome la cabeza mientras Lizzie aplica algo pegajoso en mis párpados.
—¡Esto es ilegal! ¡Voy a demandarlas! —grito, tratando de zafarme, pero Maddie no suelta.
—Quédate quieta o te haré un delineado de mapache a propósito —me amenaza Lizzie.
—¡Esto es un secuestro!
Después de lo que parecen horas de tortura cosmética, Maddie se aparta y me observa con orgullo.
—¡Perfecta! Ahora sí pareces una obra de arte.
Me acerco al espejo y me quedo boquiabierta. Mi cara está impecable, pero no puedo darles la satisfacción de admitirlo.
—Genial, ahora parezco un payaso caro. ¿Cuánto maquillaje me echaron encima? ¿Cinco kilos? —gruño, tocándome la cara.
Nicole, que estaba sentada en la cama observando todo el espectáculo, me sonríe con esa cara de "te lo dije".
—Te ves increíble. Ahora... —se inclina hacia adelante, con los ojos brillando de curiosidad—. Cuéntanos, ¿qué pasa con Aiden?