Sobre Hielo

Capítulo 46

CAPITULO 46

El sol se filtra débilmente por las cortinas del dormitorio, iluminando las pocas cosas que aún quedaban en mi maleta. Aiden estaba recostado contra la puerta, con los brazos cruzados y esa mirada intensa que hacía que mi estómago se revolviera de formas inexplicables.

—¿De verdad tienes que irte toda la semana? —preguntó finalmente, su voz sonando tranquila, aunque podía notar el tono ligeramente molesto.

Suspiré, cerrando la maleta y girándome hacia él.

—Son las vacaciones, Aiden. Es mi padre, mi hermano... no puedo no ir.

Él bufó, mirando hacia otro lado, pero luego dio un paso hacia mí, como si luchara consigo mismo para no decir algo más.

—Podrías quedarte aquí conmigo —dijo finalmente, su tono más bajo, como si quisiera que las palabras no pesaran tanto.

Lo miré, tratando de ignorar el nudo en mi garganta.

—No voy a desaparecer, Aiden. Son solo unos días.

—Lo sé —respondió rápido, aunque no parecía convencido.

Luego se acercó más, envolviéndome con sus brazos antes de que pudiera decir algo más.

Apoyó su barbilla en mi cabeza, y durante unos segundos, nos quedamos en silencio. Sentir el calor de su abrazo casi me hizo dudar de irme, pero sabía que tenía que hacerlo.

—Prométeme que no harás nada estúpido mientras no estoy —murmuré contra su pecho, tratando de aligerar el momento.

Él soltó una risa baja, esa que tanto me gustaba.

—No puedo prometerte eso, Alex.

Sonreí, aunque el peso de la despedida seguía ahí. Me separé lo justo para mirarlo a los ojos.

—Te escribiré todos los días.

—No quiero mensajes —dijo, inclinándose para besarme suavemente—. Quiero que vuelvas pronto.

Sus palabras hicieron que el calor subiera a mis mejillas.

—Eres un idiota, Aiden —susurré, devolviéndole el beso, corto pero cargado de promesas.

—Y tú eres mi novia. No lo olvides.

Tomé mi mochila y, con un último vistazo hacia él, salí de la habitación. Sabía que iba a extrañarlo, aunque no esperaba cuánto.

La casa de mi padre, Jones, era exactamente como la recordaba: acogedora, con la madera ligeramente desgastada, pero llena de recuerdos. Al entrar, el aroma a café y pan recién horneado me envolvió como un cálido abrazo.

—¡Alexandra! —La voz de mi padre resonó en el pequeño vestíbulo mientras salía de la cocina con una sonrisa en el rostro.

—Papá —saludé, envolviéndolo en un abrazo. Era reconfortante estar en casa después de todo lo que había pasado en el campus.

—¡Y mírate, siempre tan puntual! —dijo una voz detrás de él.

Mi hermano, Alexandre, apareció con su típica sonrisa traviesa. Llevaba una camisa desabotonada y una actitud relajada que siempre hacía que la gente pensara que no tenía preocupaciones en la vida.

—¡Alexandre! —grité antes de lanzarme sobre él para abrazarlo. Aunque éramos gemelos, nuestras diferencias eran evidentes.

Él era el carismático, el encantador. Yo... bueno, yo estaba más ocupada fingiendo ser él.

—¿Cómo va todo en el campus? —preguntó mientras me soltaba y me miraba con curiosidad—. ¿Sigues aplastando a los rivales con mis habilidades de hockey?

—Lo intento —respondí con una sonrisa.

—Oye, hablando de eso, ¿cómo van los chicos? —preguntó, cruzándose de brazos—. ¿Alguien sospecha?

Sacudí la cabeza rápidamente. —No, todo bajo control.

—Bueno, disfruten de las vacaciones. Y por favor, sin peleas esta vez —dijo Jones, dándonos una mirada significativa antes de regresar a la cocina.

Alexandre y yo nos miramos y compartimos una sonrisa cómplice. Sabía que esta semana sería un respiro necesario... o eso esperaba.

(...)

El sol comenzaba a desaparecer detrás de las montañas cuando finalmente me dejé caer sobre el sofá, agotada después de otro día interminable ayudando a mi papá con la construcción de la casa.

La verdad, no estaba segura de si alguna vez sabría lo que estaba haciendo. Solo sabía que mis manos estaban llenas de astillas, polvo por todos lados, y el eco de sus gritos resonaba en el fondo mientras trabajaba en algo que, seguramente, tendría que rehacer más tarde.

—¡Alexandra! —gritó desde afuera—. ¡¿Qué haces ahí tirada como si hubieras corrido un maratón?! ¡El cemento no se mezcla solo, niña!

Me hundí más en el sofá y suspiré. ¿Cómo le explicaba que no era normal cargar sacos de cemento como si fuera un entrenamiento militar? ¿Qué esperaba, que me pusiera a cantar canciones mientras lo hacía?

Antes de que pudiera contestar, entró de golpe, sacudiéndose las manos llenas de polvo y dejando un rastro blanco por toda la alfombra.

—¡Dios! ¿Esto parece un funeral o qué? —dijo, señalándome con el martillo, como si fuera yo la culpable de que su día fuera tan caótico—. ¿Qué pasa contigo?

—Nada, papá. Solo estoy cansada. He cargado más madera que un castor en primavera.

—¿Cansada? ¡Cansada! ¡A tu edad yo trabajaba tres turnos, cazaba mi propia cena y aún me daba tiempo de perseguir chicas! —Se dejó caer en una silla frente a mí, adoptando una postura tan relajada que parecía un rey en su trono.

—¿Perseguir chicas? —levanté una ceja, claramente sorprendida.

—¡Sí, claro! —exclamó, señalando con el martillo como si estuviera predicando una verdad universal—. Pero tú no necesitas saber de eso. Mejor dime, ¿quién es ese idiota con el que siempre hablas por teléfono?

Mi cuerpo se tensó al instante. No podía ser. ¿Cómo sabía él?

—¿Qué? —respondí, intentando sonar tranquila, aunque mi corazón latía a mil por hora.

—Ese, el que te pone cara de tonta cuando te llama a la noche. ¿Cómo se llama? ¿Alonso? ¿Andrés?

—Aiden, papá. Se llama Aiden —dije, más por inercia que por otra cosa.

Mi papá se detuvo y me miró como si acabara de decir que Aiden era el presidente de la NASA.

—¿Aiden? ¿Qué clase de nombre es ese? —rió, agitando el martillo en el aire—. No podía ser algo más normal, como... no sé, Juan o Mario. ¡Seguro es un debilucho!



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 14.01.2025

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