Sobre Hielo

Capítulo 47

CAPITULO 47

La tarde era tranquila hasta que Aiden, con esa mirada calculadora y misteriosa que siempre parecía ocultar algo, anunció:

—Voy a cocinar.

Lo miré desde el sofá con una ceja arqueada, como si acabara de decir que iba a conquistar la luna.

—¿Tú... cocinas? —pregunté, claramente incrédula.

—Claro que sí, Alexandra —respondió con esa calma imperturbable mientras abría los armarios, buscando algo.

—Prepárate para llamar a emergencias —murmuró Alexandre, cruzándose de brazos en la entrada de la cocina, con una sonrisa divertida.

Aiden no se molestó en responder. En cambio, empezó a sacar un paquete de fideos instantáneos, algunas especias y un par de ingredientes que no recordaba haber visto antes en casa.

—¿Fideos picantes? —pregunté, ladeando la cabeza.

—Te va a encantar. Confía en mí —dijo con una confianza que solo él podía proyectar, mientras calentaba agua en una olla.

En ese momento, mi padre apareció, deteniéndose en seco al ver a Aiden en la cocina.

—¿Qué estás haciendo, muchacho? —preguntó con un tono entre curioso y crítico.

—Cocinando para Alex —respondió Aiden sin levantar la mirada, concentrado en medir las especias como si fuera un científico en su laboratorio.

Mi padre frunció el ceño, evaluándolo como si estuviera juzgando si era digno de estar en nuestra casa. Finalmente, asintió.

—Bueno, al menos no es completamente inútil. Alexandre, ve a ayudarlo, no quiero que queme mi cocina.

Alexandre, encantado por la oportunidad, se unió a Aiden como si fuera su asistente personal. La escena que siguió parecía sacada de un programa de competencia culinaria: Aiden mezclaba especias con precisión quirúrgica, mientras Alexandre intentaba cortar verduras como si fuera un chef profesional, aunque la mayoría de sus cortes eran más estilísticos que útiles.

Mi padre, por supuesto, no podía quedarse callado. Desde la mesa, con una cerveza en la mano, comenzó a dar instrucciones no solicitadas.

—Eso está demasiado grueso, Alexandre. Muchacho, no mezcles tan rápido, se va a derramar.

—¿Va a comer con nosotros o solo criticar? —respondió Aiden con su típico tono frío, lo que provocó una carcajada de mi parte y una mirada de aprobación de mi padre.

Finalmente, los fideos estuvieron listos. Aiden me sirvió un plato con esa seguridad que tanto me desconcertaba.

—¿No estará demasiado picante? —pregunté con desconfianza, acercándome el tenedor con cautela.

—Pruébalo.

Tomé un bocado, y en cuanto el sabor se expandió en mi boca, sentí que me había tragado un volcán en erupción.

—¡¿Qué es esto?! ¡Voy a morir!

Alexandre se dobló de la risa mientras Aiden, con una pequeña sonrisa satisfecha, me ofrecía un vaso de agua sin prisa alguna.

—Te dije que sería interesante.

Mi padre observaba la escena con una mezcla de diversión y orgullo.

—Está bien, muchacho. Tienes agallas. Pero la próxima vez, haz algo que no mate a mi hija.

Aiden se encogió de hombros, manteniendo su calma.

—No es culpa mía que no aguante el picante.

Entre risas, burlas y algún que otro comentario sarcástico, la cocina se llenó de un ambiente inesperadamente cálido. Incluso mi padre, que normalmente era más reservado, parecía disfrutar de la dinámica caótica entre todos.

Después de que mi lengua finalmente dejó de arder y juré nunca volver a comer algo preparado por Aiden, él anunció:

—Haré algo diferente.

—¿Vas a torturarme otra vez? —bromeé, acercándome a la cocina con cautela.

—No si me ayudas. Aunque no estoy seguro de si eso lo hará mejor o peor.

Le saqué la lengua, pero igual me puse a su lado, lista para demostrar que también tenía habilidades culinarias.

—¿Qué hacemos? —pregunté, mirando los ingredientes que había sacado: pollo, arroz, algunas verduras y una salsa que no reconocía.

—Arroz salteado. Simple y sin picante, lo prometo.

Me dio la tarea más básica: cortar las zanahorias en cubos. Y aun así, logré hacer un desastre, con trozos que eran más triángulos que cuadrados. Aiden me miró de reojo, claramente intentando no reírse.

—¿Qué haces? —preguntó Aiden, acercándose para mirar mi tabla de cortar.

—Cortando zanahorias, obvio.

—Esto no es cortar, Alex. Esto es arte abstracto.

—¡Hey! —protesté, pero antes de que pudiera decir algo más, un chorro de aceite caliente saltó de la sartén y me dio directamente en la mejilla.

—¡Alex! —Aiden dejó todo de golpe y se acercó rápidamente.

Sentí el calor en la piel, pero antes de reaccionar, él ya estaba frente a mí, sosteniéndome suavemente la cara con una mano mientras inspeccionaba el pequeño punto rojo.

—¿Te duele? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Estoy bien, Aiden. No es nada grave.

—No te muevas.

Me quedé quieta mientras él tomaba un paño húmedo y lo presionaba contra mi mejilla con cuidado. Su rostro estaba tan cerca que podía sentir su respiración. Mi corazón empezó a latir más rápido, pero no por el dolor, sino por la intensidad en su mirada.

—Siempre encuentras la forma de preocuparme —dijo Aiden, su voz suave pero cargada de una intensidad que me hizo sentir como si las palabras flotaran en el aire entre nosotros.

Me quedé muda, completamente atrapada en el momento, hasta que...

—¡¿Piensan cocinar o qué?! —La voz de mi padre rompió la burbuja como una explosión.

Ambos giramos la cabeza hacia él, que estaba de pie en la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa burlona.

—Si van a estar tan ocupados en sus cosas, mejor llamo una pizza.

Aiden suspiró y me soltó, regresando a la sartén con una expresión que no sabía si era de fastidio o vergüenza. Yo, por mi parte, me sonrojé como nunca.

—Estamos cocinando, papá. Cálmate —dije, intentando sonar tranquila.

—Sí, claro. Cocinando...mis pelotas.

Ignoro ese comentario porque definitivamente no es algo que quiera responder.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 14.01.2025

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