CAPÍTULO 48
Una semana después de regresar, Aiden me invitó a conocer a su madre oficialmente. Ya la había visto el día que me chantajeó para ir a la clínica, pero eso no cuenta como "conocerla". Necesitaba cambiar esa primera impresión. Era mi suegri, después de todo, y quería ganármela.
—¿Estás seguro de que le caeré bien a tu madre Abigail? —pregunté, ajustándome el cabello por quinta vez en el espejo retrovisor del auto.
Aiden sonrió mientras mantenía la vista en el camino.
—No te preocupes, Alex, te amará tanto como yo.
Lo miré de reojo, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que debería.
—Si sigues diciendo cosas como esa, voy a terminar creyéndolas.
Él se encogió de hombros mientras una sonrisa se deslizaba por sus labios.
—Por eso las digo.
Cuando llegamos al zoológico, noté una gran cascada al fondo. Frente a ella, había una señora de espaldas y una enfermera que parecía tener un día complicado, porque la señora estaba inclinándose peligrosamente hacia el agua, como si estuviera considerando saltar.
—Aiden, ¿estás viendo eso? —dije, señalando a la escena con incredulidad. —Esa señora parece haberse vuelto loca.
—Es mi madre —respondió, sin siquiera mirarme.
Mierda del diablo.
Tu maldita bocota, Alex. ¿Por qué hablas antes de pensar?
Quise desaparecer en ese instante. ¿Era demasiado tarde para fingir una demencia y salir corriendo? Pero antes de que pudiera reaccionar, Aiden ya había avanzado hacia la señora, dejando que me hundiera sola en mi miseria existencial.
Mientras caminaba detrás de él, repasaba mentalmente mis opciones.
—Si me voy ahora, ¿Aiden terminará conmigo? —murmuré para mí misma.
Vale, primera impresión y ya me había burlado de mi suegri. Genial, Alex, eres una maldita genio.
Aiden saludó a su madre con calma, pero antes de que pudiera decir algo más, ella se lanzó a sus brazos como si no lo hubiera visto en años.
—¡Mi bebé hermoso! —exclamó Abigail con una energía explosiva, estrujándolo tan fuerte que me dolía solo de verlo.
Aiden, que normalmente parecía una estatua imperturbable, hizo una mueca de incomodidad.
—Mamá, me estás... aplastando.
Ella lo soltó, pero inmediatamente agarró sus mejillas y las estiró como si fuera un niño pequeño.
—¡Mírate! Sigues igual de guapo, pero estás tan delgado. ¿No estás comiendo bien? ¡Porque si no, esta niña tendrá que responderme! —dijo.
—Mamá, ella es Alex. Mi... novia.
Al decir "novia", Aiden hizo una pequeña pausa, como si estuviera esperando una reacción.
Abigail, su madre, me miró de arriba a abajo como si fuera una pieza de museo. No se veía especialmente impresionada, pero tampoco aburrida.
—¿Tu qué? —preguntó, frunciendo el ceño, como si acabaría de escuchar una palabra completamente nueva y rara. —¡Oh, Dios mío! ¿Eres la novia de Aiden? Yo pensaba que era un espejismo. —Soltó una risa descontrolada y luego miró a Aiden, como si estuviera buscando alguna señal de que todo esto no fuera solo una broma.
Me quedé parada, sin saber si me estaba burlando de mí o solo estaba haciendo un comentario aleatorio. ¿Se suponía que debía responder?
—Hola, señora... digo, señora Adams —tartamudeé, intentando sonreír mientras su mirada me escaneaba como si fuera un espécimen raro del zoológico.
—¿Señora Adams? ¡Dios, qué anticuada suena esa porquería! Llámame Abigail, cariño. O mejor, Abby. O mejor aún, ¡Suegra Perfecta! —dijo, riendo tan fuerte que hasta los pájaros cercanos alzaron vuelo.
Aiden suspiró profundamente, claramente acostumbrado al espectáculo.
—Mamá, ¿podemos dejar los dramas y ver los pandas?
—¿Pandas? —repitió Abigail, entusiasmada. Luego miró a la enfermera. —¡Escucha, Matilda! Mi hijo quiere ver pandas. ¿No es adorable? ¡Aiden, siempre tan considerado!
—Es Martha... —corrigió la enfermera en voz baja.
—¡Eso dije, Matilda! —Abigail agitó la mano con impaciencia. —Anda, tráeme un helado mientras paseo con mi futuro nieto y mi nuera.
—¡No somos...! —comenzó Aiden, pero Abigail ya estaba arrastrándonos hacia la dirección opuesta con una energía que rivalizaba con un huracán.
Mientras caminábamos, Abigail comenzó a señalar animales al azar, inventando datos ridículos que nadie le había pedido.
—Mira, Alex. ¿Sabías que los flamencos son rosados porque comen pizza de camarones? —dijo, completamente seria.
—Uh... no, no lo sabía —respondí, fingiendo interés mientras Aiden cubría su rostro con una mano, claramente deseando no estar ahí.
—Y los elefantes... —continuó, deteniéndose frente a su exhibición—, tienen una memoria tan buena que probablemente recuerdan más cosas sobre Aiden que tú.
Aiden resopló, murmurando algo como "ojalá me olvidaran". Yo solo quería desaparecer mientras Abigail me guiñaba un ojo cómplice.
El paseo continuó con más comentarios absurdos y situaciones incómodas, pero, de alguna manera, no podía dejar de reír internamente. Abigail era un caos, sí, pero uno que resultaba extrañamente encantador.
Todo parecía estar en calma hasta que Abigail, que hasta ese momento había estado extrañamente callada, se giró hacia mí con una expresión seria.
—Alex... tengo algo que decirte —dijo, cruzándose de brazos mientras me miraba directamente a los ojos.
Mi corazón se detuvo. ¿Qué había hecho ahora? ¿Acaso se había enterado de que pensé que estaba loca antes de conocerla?
—No me gusta que estés con mi hijo.
El aire pareció congelarse. Sentí que el color se me iba de la cara, y mis palabras se atoraron en mi garganta.
—Y-yo... eh... lo siento, no quise... —balbuceé, sin saber exactamente qué estaba pidiendo perdón, pero segura de que era mi culpa.
Miré a Aiden en busca de apoyo, pero lo único que vi fue cómo sus labios se curvaban lentamente, luchando por no soltar una risa. ¡El muy traidor estaba disfrutando esto!