CAPÍTULO 50
Aiden entró en el cuarto sin decir palabra, y al ver cómo me había acurrucado en la cama, todo en él parecía lleno de una calma tensa. El sonido suave de la puerta al cerrarse marcó el fin de mi sollozo, pero las lágrimas seguían cayendo, aunque no quería hacer un escándalo de todo.
Él no dijo nada al principio, simplemente se sentó a mi lado en el borde de la cama. Me quedé ahí, con la vista fija en las sábanas, sin atreverme a mirarlo.
Y luego, lo sentí. Sus brazos me rodearon con cautela, con una suavidad que me hizo sentir un nudo en el estómago. No respondí. No me moví. Mi cuerpo estaba tan tenso que pensé que podría romperse, pero Aiden no me dejó ir.
En vez de hablarme, simplemente se quedó ahí, aferrándose a mí, esperando que el desmoronamiento de mis emociones siguiera su curso.
Al principio, me resistí. Mis hombros seguían temblando por los sollozos, pero no podía decir nada. Él seguía allí, abrazándome, sin intentar hacerme sentir mejor, sin presionarme a decir algo.
El silencio entre nosotros era pesado, pero de alguna manera también era lo único que hacía que mi cuerpo se sintiera algo menos roto. El abrazo que me daba era cálido, pero a mí no me servía. Lo sentía lejano, como si toda la tristeza estuviera demasiado lejos para alcanzarlo, incluso en sus brazos.
—Alex —dijo después de un largo rato, su voz suave, pero cargada de preocupación. A pesar de su tono, algo en mí no podía responder.
No le contesté. No le dije nada. Simplemente me quedé allí, bajo su abrazo, mientras él suspiraba y, al final, se quedó en silencio también.
Me sentía tan... vacía. No podía hablar. No quería hablar. Solo actué como si su presencia no estuviera cambiando nada. Me limitaba a seguir en ese estado, como una corazonada sorda de lo que realmente necesitaba.
Aiden no insistió, ni trató de obligarme a decir algo.
Después de ese día, pasaron tres días. Yo no había hablado con nadie, ni siquiera con mi padre. Al principio, trató de acercarse, preguntándome si estaba bien, pero yo me limitaba a responder con monosílabos, o simplemente a no contestar en absoluto.
Pero Aiden... Aiden sí hablaba. Él lo hacía con mi padre. Los escuchaba a escondidas, siempre que Aiden pensaba que yo no estaba prestando atención.
Una tarde, cuando Aiden pensaba que yo había salido a hacer algo, escuché el timbre del teléfono. Sabía que era mi padre, porque Aiden siempre le hablaba de esa manera, sin molestarse en disimular.
—¿Cómo está? —preguntó Jones, preocupado.
Aiden susurró algo desde el otro lado de la habitación, con el teléfono pegado a su oído.
—No lo sé, Jones. Ella está... no dice nada. Se está apagando. Es como si estuviera ahí, pero no estuviera.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar esas palabras.
—No te culpes —dijo rápidamente, dándole un tono reconfortante, aunque su voz también sonaba cansada. —¿Ha dicho algo? ¿Ha hecho algo para salir de eso?
Aiden estaba en silencio por un momento. Su voz se volvió más baja, casi inaudible para mí.
—No. No ha dicho nada, solo... me ignora. Y no sé cómo ayudarla, Jones. Quiero ser el que la haga sentir mejor, pero no sé ni por dónde empezar. Ella está... dolida, y no sé cómo repararla.
Sentí un nudo en la garganta. Aiden pensaba que todo lo que me pasaba estaba relacionado con él, con lo que había hecho o dejado de hacer.
Pero lo cierto era que ni siquiera yo entendía lo que estaba pasando dentro de mí.
Mi padre, por su parte, suspiró.
—Es difícil, lo sé. Pero no te rindas con ella. No puedes hacer todo tú solo. Sé paciente, Aiden. Sé paciente con ella, pero también sé paciente contigo mismo.
Aiden permaneció en silencio, procesando las palabras de mi padre. Pasaron unos segundos antes de que su voz se oyera de nuevo, aunque esta vez sonaba más calmada, como si estuviera intentando convencerse a sí mismo de que podía manejarlo.
—Sí, tienes razón. Solo... quiero que sea feliz, Jones. Eso es todo lo que quiero.
Mi corazón se apretó aún más al escuchar esas palabras. Aiden... creía que si hacía lo suficiente, yo volvería a ser la persona que era antes.
Pero la verdad era que ni yo misma sabía quién era ahora. Todo lo que había logrado, todo lo que había soñado, parecía tan lejano de mi realidad en ese momento.
Escuché a Aiden murmurando algo más mientras mi padre le respondía. No podía seguir allí, escuchando todo eso. Me levanté lentamente del sofá, cubierta con la manta, y me dirigí hacia la puerta del cuarto.
Me detuve al borde de la puerta, escuchando cómo Aiden seguía hablando con Jones por teléfono. Sus palabras se desvanecían poco a poco mientras yo intentaba escapar de ese torbellino de emociones.
Durante la semana siguiente, Aiden hizo todo lo posible para que me sintiera mejor. Todos los días, sin falta, me traía la comida que más me gustaba.
Sabía que mi plato favorito era un guiso de pollo con verduras, y me lo traía cuidadosamente preparado, con una sonrisa que pretendía ser alentadora.
—Aquí tienes, Boo —decía, con esa voz llena de esperanza que siempre intentaba transmitirme.
Solo lo miraba, tomaba el tenedor con desgano y comía en silencio. A veces, ni siquiera le respondía. El dolor de haber fallado en la competencia seguía fresco, y no podía quitármelo de la cabeza.
Aiden no se rendía. Al principio pensaba que simplemente lo estaba haciendo porque le preocupaba, pero luego me di cuenta de que él estaba sufriendo al verme tan distante, tan apagada. Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía salir de esta nube gris que me rodeaba.
En un intento desesperado por aligerar el ambiente, decidí escribirle a Dean. Él siempre sabía cómo hacerme reír, y aunque no creía que pudiera cambiar mi estado de ánimo, al menos podría intentar distraerme.
Dean me respondió al instante, animándome con mensajes divertidos y bromas sobre cosas que hacíamos juntos. Pero, incluso con sus intentos, no sentía que mejorara. Las palabras solo llegaban a mi mente y se desvanecían rápidamente. Lo que me pasaba no era algo que se pudiera arreglar con simples bromas.