CAPÍTULO 51
El aire denso del edificio abandonado es tan pesado que se siente como si cada respiración me estuviera arrancando años de vida.
El lugar apesta a óxido y humedad, y el eco de cada palabra rebota en las paredes desnudas, amplificando el latido frenético de mi corazón. Estoy atada a una silla de metal que cruje con cada movimiento, y amenaza con desmoronarse en cualquier momento.
Mis muñecas arden bajo la presión de las cuerdas, y la sensación de impotencia es asfixiante.
Me arden los ojos, siento que me voy a desmayar en cualquier momento. ¿Así es como muero? Todo lo que pase para estar aquí y terminará en un segundo. No sabia que la vida podía llegar a ser tan impredecible.
Observo alrededor y mi pecho se agita, me cuesta respirar.
Intento mover las cuerdas que me mantienen atada, pero solo me hacen más daño.
Mason se acerca desde una esquina y verlo me produce repulsión. Siento lastima por Aiden por tener a un padre como él.
—No tienes que hacer esto —intento suavisar.
Mason ladea la cabeza a un lado, me tiemblan las piernas de solo verlo. Tengo miedo.
Intente ser valiente toda la vida, he tratado de no derrumbarme, pero esta vez no puedo fingir que no estoy triste, que no estoy asustada.
—Tú no decides aquí —trague en seco al sentir la amenaza de sus palabras.
—¿Que quieres de mí?
—Le dirás a Aiden que no lo quieres. Y que estar con él fue lo peor de tu miserable vida.
Mi pecho deja de latir al escuchar sus palabras. No puedo lastimarlo de esa forma.
Ya no estoy segura de que es peor, la muerte o lastimar a Aiden.
Tenemos pocos meses de conocernos. Pero Aiden no me abandonó en ningún momento. Incluso en mis peores momentos estuvo ahí. Eso lo destruiría.
—No puedo hacer eso —bajo la cabeza. Me pican los ojos, pero no quiero llorar. Sé que lo haré, pero necesito aguantar.
—No te estoy preguntando. Le diras que no lo quieres —insiste.
—¡No puedo hacerlo! —grité, mi voz rasgada y rota, resonando como un eco inútil en el vacío desolador.
Mason, con esa mirada fría y calculadora, se inclinó hacia mí, acercando un cuchillo afilado a mi cuello. El brillo metálico bajo la luz tenue del lugar hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.
—¡Le dirás que no lo quieres! —exigió, su voz cortante como el acero que sostenía.
—¡No! —Mi grito salió como un rugido desesperado, lleno de una terquedad que sabía que me costaría caro.
No había tiempo para prepararme. Sentí el filo del cuchillo rozar mi cuello, una línea ardiente que comenzó a sangrar al instante. Apreté los dientes con fuerza para no gritar, pero las lágrimas traicioneras comenzaron a rodar por mis mejillas. La sensación del líquido cálido deslizándose por mi piel era un recordatorio cruel de lo cerca que estaba de perderlo todo.
—No puedo hacerlo —murmuré, mi voz quebrada y apenas audible mientras bajaba la cabeza, intentando esconder la desesperación que me estaba devorando.
Mason sacó un teléfono y lo colocó frente a mí, con una sonrisa retorcida que hizo que mi estómago se revolviera.
—Vamos, querida. Es hora de que le digas la verdad.
—¿Hola? ¿Alex? —La voz de Aiden llegó a través del altavoz como un golpe directo al pecho. Sonaba preocupado, ansioso, como si pudiera sentir que algo estaba terriblemente mal.
No respondí. Me pecho sube y baja. Mason presiona más el cuchillo.
—Terminemos. —Las palabras salen de mi boca antes de que pudiera detenerlas, pero mi voz temblaba, incapaz de ocultar mi miedo.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¡¿Dónde demonios estás?! —Aiden sonaba furioso y desesperado al mismo tiempo, y cada palabra suya hacía que mis ojos se llenaran aún más de lágrimas.
Mason inclinó el cuchillo hacia mi cuello, su aliento cálido y desagradable golpeando mi oído cuando susurró:
—Si le dices una sola palabra sobre mí, él será freído.
Mis ojos se abrieron como platos. ¿Freído? ¿Qué estaba diciendo?
—¿De qué estás... hablando? —logré murmurar, mi voz casi inaudible por el temblor en mi garganta.
Mason soltó una carcajada, un sonido bajo y siniestro que retumbo por el lugar como una advertencia de que él tenía el control absoluto.
—Hay una bomba en su habitación —anunció con calma.
Dejé de respirar. Literalmente. Mi pecho se congeló, incapaz de procesar lo que acababa de decir. Mis ojos buscaron los suyos, esperando ver algún destello de mentira, de broma enfermiza, pero solo encontré la fría certeza de que lo decía en serio.
—¿Una bomba? —susurré, mi voz quebrándose.
—Sí. Y cuando explote, no solo tu amado Aiden morirá... —Se inclinó más cerca, sus palabras como cuchillas—. Sino todos los chicos en ese edificio.
Mis manos temblaban, y la silla rechinó bajo mi peso. Las imágenes de Aiden y sus amigos, de sus vidas destruidas en un instante, me atravesaron como dagas. No podía dejar que eso sucediera. No podía...
El nudo en mi garganta se volvió insoportable mientras mi mente intentaba encontrar una salida, una forma de salvarlo sin destruirme en el proceso. Pero el tiempo se estaba agotando, y Mason, con su sonrisa monstruosa, parecía disfrutar de cada segundo de mi agonía.
—¡Alex! —El grito desgarrador de Aiden resonó como un golpe directo al pecho. Fue una cachetada, un eco de su desesperación que me atravesó como una bala.
—No es cierto —murmuré, negando con la cabeza mientras mis labios temblaban.
Mi mente intentaba resistirse a la verdad que Mason estaba tratando de imponer. No podía creerlo. No quería.
Mason sonrió, una expresión torcida que solo acentuaba lo monstruoso de su presencia. Su mirada de triunfo me helaba la sangre.
—Ya que no me crees... —dijo con una calma que me puso los pelos de punta.
Se alejó unos pasos, rebuscando algo entre sus pertenencias. En cuestión de segundos, encendió un dispositivo y una grabación comenzó a reproducirse.