Sobre Hielo

Capítulo 52

CAPÍTULO 52

Camino en completo silencio por la calle, cada paso se siente como una sentencia, un eco cruel de lo que he hecho. El peso de mi decisión me aplasta, y aunque sé que fue para protegerlo, no puedo evitar sentir que he destrozado todo lo que alguna vez fue nuestro.

La lluvia no se contiene. Se derrama sobre mí con una ferocidad que casi parece personal, como si el cielo estuviera llorando conmigo. Me detengo en seco, cerrando los ojos. Las gotas frías se mezclan con las lágrimas calientes que se deslizan por mis mejillas. No intento detenerlas; ya no tiene sentido.

Nunca comenzamos nuestra historia, y ahora sé que nunca podremos hacerlo. El pensamiento de estar con alguien más me repugna. Nadie será Aiden. Nadie me hará sentir viva y rota al mismo tiempo como él lo hizo.

Llevo una mano temblorosa a mi pecho, justo donde el dolor es más agudo, donde cada latido es una puñalada que me corta la respiración. Es un sufrimiento que no tiene nombre, una herida invisible que no deja de sangrar.

Finalmente, mis piernas ceden y entro a una cabina telefónica cercana, arrastrando mi maleta como si pesara una tonelada. Me dejo caer al suelo sin gracia, abrazándome las piernas mientras los sollozos que había contenido estallan sin control. Me agarro el pelo con ambas manos, tirando de él con frustración, como si eso pudiera aliviar el dolor.

"No quiero dejarlo. No quiero irme," susurro al vacío, mi voz quebrada y casi inaudible. La Alex valiente, la que siempre encuentra una salida, está perdida. En este momento, no soy más que un montón de escombros, deseando que Aiden me encuentre, me tome en sus brazos y me asegure que todo estará bien.

El amor debería hacernos fuertes, pero cuando desaparece, nos reduce a las personas más vulnerables que existen. Ahora entiendo cuán cruel puede ser.

Respiro hondo, intentando reunir fuerzas, pero mi cuerpo tiembla tanto que parece un esfuerzo inútil. El frío cala hasta mis huesos, pero lo ignoro. Lo único que siento es este vacío, esta ausencia que me devora.

Con movimientos torpes, levanto el teléfono de la cabina. El teléfono rojo parece burlarse de mí, brillando bajo la luz tenue como un juez implacable. Estoy hecha un desastre: ropa empapada, cabello pegado al rostro, ojos hinchados. Aiden solía decir que podía encontrarme hermosa incluso en mis peores días, pero ahora ni siquiera me queda eso.

Marco el número de mi casa con dedos temblorosos. Cada tono de espera se alarga como una eternidad, y mi mente se llena de un único ruego.

"Por favor... alguien conteste. Por favor..."

Mi vista se nubla y, por mucho que intente secar las lágrimas, no sirve de nada; se multiplican, incontenibles. Cada sollozo se siente como un torrente que no puedo controlar. Con un último intento de valentía, marco el número de mi casa y espero. Los tonos resuenan, largos y crueles, hasta que al fin escucho la voz de mi papá.

Por un momento me congelo, incapaz de pronunciar palabra. ¿Cómo puedo decirle que he fracasado en todo? Que no solo abandoné mis sueños de patinaje artístico, sino que también dejé a la universidad en ruinas. Que quiero irme, desaparecer. Que no puedo enfrentar la posibilidad de ver a Aiden derrumbarse por mi culpa. Mi corazón es demasiado débil para soportarlo.

—¿Hola? —dice su voz al otro lado de la línea, calmada pero cargada de preocupación.

Me abrazo las piernas con fuerza, presionando el teléfono contra mi oreja como si pudiera encontrar refugio en ese gesto.

—Soy yo... —respondo al fin, en un hilo de voz.

—¿Quién rayos eres? —replica, y casi puedo imaginar su ceño fruncido al otro lado. Una sonrisa pequeña, débil y fugaz, se escapa de mis labios.

—Alex.

—¿Calabacita? —El apodo hace que mi corazón se encoja, como si apretaran una vieja herida.

—Papá... —susurro, y de inmediato escucho el cambio en su tono, una mezcla de ternura y preocupación que casi me rompe por completo.

—¿Estás bien? ¿Estás llorando? —pregunta, alarmado.

Mi garganta se cierra por un momento, pero logro murmurar:

—Papá, creo que ya no voy a llevar más a Aiden a casa.

Esa frase, tan simple, abre las compuertas. Un sollozo fuerte y desgarrador escapa de mi pecho, y no puedo detenerlo.

—¿Qué pasó? ¿Te hizo algo? ¿Necesitas que vaya y le dé una lección? —responde con firmeza, como si estuviera listo para tomar un avión en ese instante.

—Él es... —mi voz se quiebra, y miro el techo de la cabina, tratando de reunir fuerzas para continuar—. Aiden es un buen chico, papá. No me ha hecho nada. Pero yo... yo le estoy haciendo daño. Mucho daño.

Un silencio tenso se instala al otro lado de la línea antes de que él hable con una calma que no esperaba:

—Tranquila, hija. Vamos a solucionarlo.

—No se puede recuperar lo que se rompió —balbuceo, mi voz rota por las lágrimas.

—Alex, sé que estás dolida por lo que pasó en la competencia —dice con suavidad, pero su tono es firme—. Pero esto no es el final. Si lo sigues intentando, puedes llegar más lejos. Solo necesitas volver a levantarte.

—No creo que pueda hacerlo —murmuro, sintiendo cómo la desesperanza me arrastra más y más profundo.

Al otro lado, su voz cambia, adquiriendo ese tono serio que siempre me ha puesto en alerta desde niña.

—Hija, nunca permitas que una idea mediocre limite la grandeza de tu alma.

Levanto la vista, observando cómo las gotas de lluvia caen sin cesar contra la cabina.

—Papá.

—Todo estará bien, calabacita.

—Papá... —susurré, mi voz temblando, quebrándose como un cristal fino al borde de romperse.

—No tienes que preocuparte por nada, lo vamos a solucionar.

Respiro profundo, pero el aire se queda atorado en mi garganta. Lo que estoy a punto de decir me pesa como una tonelada de ladrillos.

—Papá... voy a renunciar.

Un silencio absoluto llenó la línea, tan pesado que casi podía escuchar el eco de mi propio corazón latiendo frenéticamente.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 14.01.2025

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