CAPÍTULO 53
Aiden
La lámpara de la mesita cayó al suelo con un estruendo en seco, rompiéndose en mil pedazos. La miré un segundo, casi sorprendido de lo fácil que era destruir algo que había estado entero hace solo un momento. Un reflejo, tal vez, de cómo me sentía por dentro.
Mis puños estaban apretados, y los nudillos se tornaban blancos por la tensión. Tiré otra almohada contra la pared, no porque fuera a arreglar algo, sino porque no sabía cómo sacar esto que me consumía por dentro.
¿Había hecho algo mal?
La pregunta no dejaba de girar en mi cabeza, una y otra vez, como un disco rayado que no podía detener. Mis manos temblaban al recordar su voz, las últimas palabras que me había dicho. Frías. Distantes. Vacías.
No era Alex.
Ella no era así.
No era mi Alex.
Mis pasos resonaban en la habitación mientras caminaba de un lado a otro, agarrándome el cabello como si pudiera arrancarme la angustia de raíz. Mi mente repasaba cada conversación, cada momento compartido. Buscaba desesperadamente una pista, algo que me dijera en qué fallé, pero solo encontraba el peso de mi propia culpa.
¿La había maltratado? ¿Le hice daño sin darme cuenta?
—¡Demonios! —grité, pateando la esquina de la cama con tanta fuerza que el dolor subió por mi pierna como un relámpago. Pero no importaba. No podía sentir nada más que el vacío en el pecho.
Y entonces, una idea se deslizó como una sombra venenosa: ¿Y si todo había sido una mentira?
Me detuve en seco, la respiración acelerada. Mi corazón martilleaba contra mis costillas como si quisiera salirse de mi pecho.
Tal vez Alex nunca me quiso.
El pensamiento era un veneno lento, pero mortal.
Tal vez solo me usó.
Mis manos cayeron a mis costados, flojas, como si toda la energía me hubiera abandonado.
Y entonces, como un golpe bajo, mi mente fue directo a Logan.
Él siempre estaba cerca. Siempre.
Recordé cómo encontraba excusas para estar a su lado, cómo sus ojos parecían iluminarse cuando ella entraba en la habitación. Cómo esas malditas sonrisas que le dedicaba parecían ser más para ella que para nadie más.
El dolor en el pecho se intensificó, convirtiéndose en una presión insoportable.
¿Y si Alex lo quería a él? ¿Y si todo este tiempo había estado jugando conmigo?
Me desplomé en el borde de la cama, inclinándome hacia adelante y enterrando el rostro entre las manos. No quería creerlo, pero no podía evitarlo.
Ella me dijo que ya no me amaba.
La frase era como un eco constante, rebotando en las paredes de mi mente. No importaba cuánto tratara de distraerme, siempre volvía a eso.
Una lágrima caliente resbaló por mi mejilla.
Es irónico cómo la partida de alguien puede doler tanto. Como si ella se hubiera llevado mi corazón consigo, dejando solo el cascarón de lo que alguna vez fui.
Mis dedos se tensaron alrededor de la sábana arrugada. Cerré los ojos, intentando apagar las imágenes de su sonrisa, el sonido de su risa, la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba de algo que le emocionaba.
Pero eran como fantasmas que se negaban a irse, recordándome todo lo que había perdido.
"No era real", susurré para mí mismo, mi voz rota. "Nunca lo fue".
Quería odiarla. Quería odiar a Logan. Quería odiar al mundo entero. Pero lo único que sentía era un dolor desgarrador, una herida abierta que no dejaba de sangrar.
Alex... ¿por qué?
Me recosté sobre la cama, mirando el techo mientras las lágrimas seguían cayendo. La almohada bajo mi cabeza se humedeció rápidamente, pero no me importó.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente solo.
La almohada aún tenía su olor. Era suave, dulce, pero con ese toque caótico que siempre fue Alex. Algo en ella nunca podía encajar perfectamente, y eso era lo que me volvía loco. La abrazaba como si fuera su cuerpo, como si pudiera sostener lo que se había escapado de mis manos.
Cerré los ojos, agotado, el pecho pesándome como si hubiera cargado con el mundo entero. Extrañaba su caos.
Sus muecas cuando algo no le gustaba, la forma en que fruncía el ceño con esa intensidad que solo ella podía tener, y cómo podía mandarme a comer mierda y aun así hacer que la amara más.
Era su manera de dominar el mundo, su caos perfectamente imperfecto.
Y yo, un idiota, no sabía vivir sin eso.
El sueño me venció entre lágrimas y suspiros, abrazado a esa almohada, aferrándome al último rastro de Alex que quedaba en mi vida.
El primer rayo de sol me golpeó como una bofetada. Me moví incómodo, el cuello torcido y la almohada todavía entre mis brazos. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba. O mejor dicho, dónde no estaba ella.
Mi teléfono vibró en la mesita de noche, pero no fue el sonido lo que llamó mi atención. Había muchas llamadas perdidas.
Jones.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Por qué me estaba llamando su padre?
Tomé el móvil con manos temblorosas. Las llamadas empezaban alrededor de la medianoche y continuaban hasta hace un par de horas. Cincuenta intentos.
Antes de que pudiera marcarle de vuelta, sonó un golpe en la puerta. Mi cuerpo se tensó. Nadie solía venir a mi residencia sin avisar. Me acerqué despacio, el teléfono todavía en la mano, y abrí la puerta con cuidado.
Lo primero que vi fue a Jones. Estaba ahí, con su rostro grave y el ceño fruncido, pero lo que realmente me dejó sin aliento fue la persona detrás de él.
Alexandre.
El hermano de Alex.
Tenía la misma expresión que ella cuando estaba a punto de perder la paciencia, esa mezcla de enfado y determinación. Me crucé de brazos, intentando controlar la marea de emociones que amenazaba con arrastrarme.
—Aiden —dijo Jones, su voz grave y seria como siempre—. Necesitamos hablar.
Alexandre no dijo nada. Solo me miró, y en ese momento supe que esto no sería una conversación cualquiera.