CAPÍTULO 55
Mason se mueve por la habitación con la calma de alguien que ya había planeado todo. Cada paso resonaba en mis oídos como un eco cruel. Su rostro, tan parecido al de Aiden, me aterrorizaba aún más. Era como mirar una versión oscura y deformada de la persona que amo. Sus ojos eran pozos de locura, su sonrisa torcida una promesa de dolor.
—¿Sabes, Alex? —dijo, rompiendo el silencio como si estuviéramos en una conversación casual—. Siempre pensé que el amor era una debilidad. Algo inútil. —Jugueteó con el cuchillo, haciéndolo girar entre sus dedos con una facilidad inquietante—. Pero Aiden… ese mocoso… él creyó que podía juzgarme.
Tragué saliva, mi garganta seca como el desierto. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, pero me obligué a no parpadear. No podía mostrarle más miedo del que ya sabía que tenía.
—No tienes que hacer esto —logré susurrar, aunque mi voz era apenas un hilo tembloroso.
Mason se detuvo y me miró con una expresión de diversión enfermiza.
El cuchillo se movió de su mano al mío en un movimiento lento, casi ceremonioso. Lo deslizó con cuidado contra mi brazo, no para herirme aún, sino para dejarme sentir su presencia,
Mason se rió, una risa seca que resonó en las paredes vacías del edificio.
—¿Y sabes qué es lo peor? Tu querido Aiden me denunció. Su propia sangre. ¡Me traicionó! —gritó, golpeando la silla junto a mí con tal fuerza que el sonido me hizo saltar.
¿Cuantas veces debía escucharlo culpar a Aiden? Estaba harta.
Sus palabras eran un torbellino que me arrastraba, pero lo que realmente me aterrorizaba era el brillo en sus ojos. Mason ya no era un hombre; era una bestia acorralada, dispuesta a destruirlo todo para sentirse vivo.
—Pensé que Abigail me respaldaría —prosiguió, su tono volviéndose más oscuro—. Pero no, esa mujer solo tuvo ojos para su hijo. ¿Y sabes lo que hice entonces? Me aseguré de que nunca pudiera mirarme de nuevo. —Una sonrisa torcida se formó en su rostro—. Se volvió loca de tanto gritar.
Mis manos tiraron de las cuerdas con desesperación, intentando liberarme, pero cada movimiento solo hacía que las cuerdas se apretaran más.
—¡Eres un monstruo! —escupí, mi voz quebrada pero llena de rabia.
Mason se rió otra vez, inclinándose hacia mí con el cuchillo ahora apuntando a mi garganta.
—No, Alex. Soy un artista. Y tú… tú eres mi obra maestra final.
Cerré los ojos mientras sentía el frío metal rozar mi piel. Una lágrima rodó por mi mejilla, y mi mente gritó el nombre de Aiden, deseando que estuviera aquí.
Y entonces, como si mis pensamientos se convirtieran en realidad, la puerta se abrió de una patada.
¡BOOM!
El sonido fue ensordecedor, y mis ojos se abrieron justo a tiempo para ver a Aiden entrando como una tormenta desatada. Su rostro era una mezcla de rabia y desesperación, y su mirada ardía con una intensidad que nunca antes había visto.
—¡ALEJA TUS MALDITAS MANOS DE MI CHICA! —rugió Aiden, su voz profunda y cargada de furia hizo eco en cada rincón del edificio.
El sonido retumbó como un trueno en mi pecho. Mi mirada se levantó hacia él, el aire abandonó mis pulmones como si me hubieran golpeado. Detrás de Aiden, vi a mi padre, Jones, con los ojos encendidos por la rabia, y a Alexandre, rígido como una estatua, con los puños apretados. Pero en ese momento, para mí, todo lo que existía era Aiden.
—Mi querido hijito. —La voz burlona de Mason cortó el aire como un cuchillo. Sentí el filo frío de su arma contra mi cuello y una lágrima se deslizó por mi mejilla.
—¡Baja ese cuchillo, hijo de puta! —gritó Jones, su voz quebrada entre la furia y el pánico.
—¿Bajarlo? —Mason inclinó la cabeza hacia mí, su sonrisa retorcida tan cruel como su mirada—. ¿Por qué lo haría? Esto apenas empieza.
Mis ojos buscaron a Aiden, desesperada, rogando silenciosamente por algo, cualquier cosa. Su mirada estaba fija en la mía, su mandíbula apretada, y sus ojos, aunque llenos de lágrimas contenidas, brillaban con una determinación que me dejó sin palabras.
—¿Estás disfrutando del espectáculo, Aiden? —Mason ladeó la cabeza, presionando el cuchillo un poco más fuerte. El metal frío cortó superficialmente mi piel, y un hilo de sangre caliente resbaló por mi cuello—. Después de todo, es por tu culpa que estamos aquí.
—¡No te atrevas a tocarla delante de mí! —gritó Aiden, dando un paso adelante.
—¿Por qué no? —rió Mason, como si todo esto fuera un juego—. Después de todo, siempre has querido lo mejor para ella, ¿no es así? Bueno, el mejor final es este. Tú mirando mientras todo se derrumba.
—¡Mason! —grité con un hilo de voz, las lágrimas nublando mi vista—. ¡Déjalo en paz!
—Cállate. —Mason me zarandeó bruscamente, como si fuera una muñeca rota—. Ya no tienes voz en esto, pequeña.
De repente, Jones alzó algo en su mano, y solo entonces me di cuenta: una pala oxidada.
—¡Papá! —grité.
—Déjala ir, Mason —dijo Jones con un tono helado.
Mason soltó una carcajada estridente, un sonido tan vacío y cruel que me heló los huesos.
—¿Y si no lo hago? ¿Vas a golpearme con eso, viejo?
Antes de que pudiera terminar su burla, Jones avanzó con una velocidad que no esperaba de él. La pala impactó en el costado de Mason con un golpe seco, y él soltó un gruñido de dolor mientras el cuchillo caía de su mano al suelo.
—¡Alex! —Aiden corrió hacia mí mientras Alexandre desataba las cuerdas apresuradamente.
Tan pronto como mis manos quedaron libres, me lancé contra el pecho de Aiden, sollozando con fuerza. Sus brazos me rodearon con tanta firmeza que sentí como si quisiera protegerme de todo el mal del mundo.
—Pensé que no llegarías —susurré, mi voz rota entre lágrimas.
—Siempre llegaré, Alex. Siempre. —Su tono era firme, pero al mismo tiempo cálido.
Sentí sus manos temblar ligeramente mientras secaba mis lágrimas con sus dedos.