CAPÍTULO 57 FINAL
Habían atrapado a Mason. La policía había reunido suficientes pruebas para asegurarse de que nunca volvería a salir de prisión. Cuando me lo confirmaron, sentí que una enorme carga se desvanecía de mis hombros. Finalmente, todo había terminado.
Aiden, sin embargo, seguía luchando con la realidad de lo que había pasado. Estaba sentado en la cama, con mi móvil en las manos, repasando las conversaciones y las pruebas que había recopilado en secreto durante meses. Sus ojos se movían rápidamente por la pantalla, cada línea pareciendo un golpe directo a su corazón.
Por primera vez desde que lo conocí, vi lágrimas en él.
—Aiden, por favor, déjalo ya —susurré, intentando quitarle el móvil.
Pero lo sostuvo con fuerza, negando con la cabeza.
—Necesito entenderlo, Alex. Necesito saber por qué.
No tenía respuesta para eso. Lo único que pude hacer fue sentarme a su lado, con la mirada fija en el suelo, dejando que procesara todo a su manera.
Después de un largo silencio, escuché su voz, quebrada y casi irreconocible.
—No puedo creer que hayas soportado todo esto sola.
Una sonrisa débil escapó de mis labios, más amarga que dulce.
—¿Qué hubiera cambiado si te lo hubiera dicho? Al final, todo salió bien.
De repente, su mano golpeó la cama, no con fuerza, pero lo suficiente para que me sobresaltara.
—No, Alex. —Su voz sonó rota, cargada de frustración y dolor—. Casi mueres. Casi te pierdo. Nunca, jamás vuelvas a omitir algo así.
Giré mi cabeza hacia él, encontrándome con sus ojos llenos de lágrimas. El peso de su mirada me hizo encogerme.
—No podía permitir que te hiciera daño, Aiden. —Mi voz salió más débil de lo que esperaba.
—¿Y crees que no me duele verte así? ¿Qué no me parte el alma saber que estabas enfrentándote a él sola? —Sus palabras salieron atropelladas, casi desesperadas—. Alex, no puedo vivir sin ti.
Antes de que pudiera responder, me abrazó con una fuerza que casi me dejó sin aliento. Sentí su cuerpo temblar contra el mío, sus sollozos ahogados mientras escondía su rostro en mi cuello.
Mis brazos lo rodearon, intentando transmitirle toda la calma que yo misma no sentía.
—No sé cómo lo hiciste, pero odio y amo que seas la única persona que logra desarmarme. —Su voz era apenas un susurro, cargado de emoción.
—¿Siempre fuiste tan cursi? —intenté bromear, pero mi voz también temblaba.
Se apartó un poco para mirarme, una pequeña sonrisa asomando en sus labios, aunque sus ojos seguían brillando por las lágrimas.
—Quiero verte sonreír, Alex. Tenerte y conocerte fue un milagro. Y no quiero estar con nadie más que no sea contigo.
Mi corazón se apretó en mi pecho. No había palabras suficientes para expresar lo que sentía en ese momento. Así que me limité a decir lo único que podía.
—Te quiero.
—Yo más. —Aiden sonrió, inclinándose para besar mi frente con una ternura que me desarmó por completo.
Nos quedamos abrazados en la cama, dejando que el peso de los últimos meses se disipara poco a poco. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estábamos realmente en paz. Que, a pesar de todo, habíamos llegado al lugar donde siempre habíamos pertenecido: juntos.
(...)
El ruido ensordecedor del estadio se sentía como un eco lejano mientras ajustaba mis guantes. La última competencia regional. Todo por lo que había luchado llegaba a este momento, pero no era solo para mí; era para Alexandre. Este partido decidiría su futuro, y sabía que no podía permitirme fallar.
Desde el otro lado de la pista, vi al inservible de Peter, con su sonrisa arrogante y esa mirada que siempre me ponía los nervios de punta. Solo una distracción más que tenía que superar.
Aiden pasó junto a mí, y me dio una palmada en el casco.
—Vamos, Alex. Este es nuestro momento.
Lo miré, dejando que su confianza me anclara. No importaba lo que pasara, él estaba conmigo.
El puck cayó al hielo, y el partido comenzó con una explosión de energía. Los Blackhawks eran rápidos, brutales, y jugaban con una agresividad que me hacía jadear. Peter lideraba a su equipo con una precisión cruel, y no dejaba pasar oportunidad para meterse conmigo.
—¿Eso es todo lo que tienes, Golden Knights? —gritó tras esquivar uno de mis pases.
Lo ignoré, concentrándome en mi juego. Aiden se movía con una fluidez que dejaba boquiabiertos incluso a los espectadores más indiferentes. Cada vez que me pasaba el puck, sentía que podía lograrlo, que podíamos ganar.
Pero Peter no se detenía. Su presencia era como una sombra constante.
—Sabes, Alex —dijo cuando chocamos en una esquina de la pista—, ya sé quién eres.
El pánico se instaló en mi pecho.
—¿De qué hablas?
Peter se inclinó un poco más cerca, lo suficiente para que solo yo pudiera escuchar.
—Vi cómo te llamaron Alex en el último partido. Y ahora que te miro bien... todo tiene sentido.
Sentí que el hielo bajo mis patines se derretía.
El partido continuó con una intensidad que me hacía temblar. Cada pase, cada bloqueo, cada intento de anotar era una lucha. Peter logró anotar un gol, y el marcador estaba en su favor. Aiden intentaba mantenernos unidos, gritando órdenes, animándonos.
—¡Vamos, chicos! —gritó, su stick golpeando el hielo con fuerza. Sus ojos encontraron los míos. —No te distraigas, Alex. Estamos juntos en esto.
Asentí, tratando de calmar mi respiración. Pero Peter seguía allí, acechándome.
En una jugada rápida, Aiden me pasó el puck, y corrí hacia la portería contraria. Estaba tan cerca, podía sentirlo. Pero entonces, Peter se lanzó contra mí con una fuerza brutal.
Su stick se enganchó en mi casco, y todo sucedió en un segundo. Sentí el tirón, un dolor punzante en mi cuello, y luego... mi casco rodó por la pista. Mi peluca cayó al suelo, dejando mi cabello al descubierto.
El estadio entero quedó en silencio. Miles de ojos estaban clavados en mí.