Sobre Hielo

Extra 2- La boda

¿Quién dijo que para amar necesitas ser perfecto?

Todos anhelan un cuento de hadas impecable. Una vida llena de pasiones intensas y sueños de película.

Durante toda mi vida, nunca deseé ese tipo de amor. Ese amor puro y sincero. Vivía corriendo, como si el mundo se fuera a acabar al siguiente segundo. Ese acelere emocional, que te consume, que no te deja pensar y te arrastra sin preguntar.

Esa era mi vida. Hasta que lo conocí.

Amar. Si lo pienso bien, es una palabra hermosa... pero también peligrosa. Porque amar es arriesgarlo todo. Puede elevarte hasta el cielo o dejarte rota en el suelo. El primer amor no es el único que conocerás, y hay personas que aparecen solo para enseñarte lo que no es amor. Son personas que tropiezan contigo, que te ciegan, que desvían tu camino.

Yo me crucé con ambos. Y estuve a un suspiro de dejar ir al amor de mi vida. A esa persona que me completa. Que me mira y entiende lo que no digo. Que me abraza y reconstruye mis pedazos. Esa que sueña contigo hasta que uno de los dos deje de respirar. Pero que nunca deja de amarte.

La sala de recepción zumbaba de emociones. Nervios, risas, voces lejanas... Pero solo una cosa retumbaba dentro de mí: el fuerte latido de mi corazón. Aiden me había propuesto matrimonio el día que Dafne cumplió tres años. Sin dudarlo, le dije que sí, con una sonrisa que me explotaba en el rostro. Y hoy... tenía una pequeña sorpresa más para él.

Me miré nuevamente en el espejo, alisando con cuidado las capas de mi vestido blanco, girando lentamente sobre mí misma.

Mis manos temblaban un poco. No por miedo. Por emoción. Siempre soñé con formar una familia. Casarme. Pero con mi carácter, mi caos y mi impulsividad, me parecía una idea lejana. Nunca creí que alguien pudiera amar mi caos.

—Estás hermosa, hermanita —dijo una voz cálida a mi espalda.

Sentí los brazos de Alexandre rodearme suavemente. Su reflejo apareció a mi lado en el espejo: traje negro, corbata bien ajustada, mirada llena de orgullo.

—Serás una novia preciosa —añadió con una sonrisa que me encendió el pecho.

Sonreí sin poder evitarlo. Alexandre me giró con delicadeza y me abrazó. Su perfume familiar me llenó los sentidos. Mi hermano. Tan distinto ahora, pero igual de protector. Era todo un hombre. Rico, exitoso, amado por su equipo y su familia.

—Te quiero, hermano —le dije contra su pecho, aferrándome a él con cariño.

Entonces, la puerta se abrió lentamente.

Mi padre entró con paso firme... y se quedó quieto. No me había visto con el vestido. Al igual que Aiden, era parte de la sorpresa.

Jones se llevó una mano al corazón. Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos. Su expresión se rompió. Las lágrimas comenzaron a brotar como ríos incontenibles.

Mi rostro también se descompuso. Parpadeé varias veces, intentando contener las que se agolpaban en mis propios ojos.

—Papá, no llores... no quiero arruinar el maquillaje —dije, con una risa quebrada.

Él avanzó hacia mí sin decir palabra y me abrazó con fuerza. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo. Sentí sus lágrimas mojar mi hombro.

—Cariño... —murmuró— eres igual a tu madre.

Desde que falleció, no la había mencionado. Su voz tembló.

—Eres su viva imagen.

Tragué saliva con dificultad. Mi cara se arrugó, luchando contra las emociones.
Jones se separó apenas, posó sus manos en mis hombros.

—Nunca nos habías hablado de ella —dijo Alexandre, como si leyera mis pensamientos.

Papá asintió lentamente. Su mirada se perdió un momento en el pasado.

—Lo sé... —dijo con voz rasposa—. Ella era tan pura, tan tierna... Era hermosa —añadió con una sonrisa que se le dibujó entre las lágrimas—. Me enamoré apenas la vi.

Apretó mis manos y besó con ternura los nudillos, como si fuera una bendición silenciosa.

—Hoy no solo te casas, calabacita. Hoy te conviertes en una mujer realizada. Pero siempre serás mi niña pequeña... —su voz se quebró por completo—. Esa a la que prometí cuidar hasta que mi vida me lo permitiera.

Y entonces, por más que quise evitarlo, una lágrima rebelde escapó de mí también.

Mi padre no era de los que lloraban. La única vez que lo vi así fue cuando Alexandre casi muere de pequeño. Así que lo abracé con fuerza. Y esta vez no me contuve.

Sentí los brazos de Alexandre rodeándonos a ambos, su risa suave conteniendo la emoción. Me aferré a ese momento. Porque no te casas dos veces en la vida. La primera es la verdadera.

***

Aiden

—¿Puedes creerlo, Chase? Me voy a casar —dije, sintiendo cómo el corazón me retumbaba dentro del pecho como un tambor sin control.

—Ya lo creo —respondió con una risa—. Aunque honestamente, pensé que vería esto recién en mi lecho de muerte.

Rodé los ojos, pero no pude evitar reír con él. Chase, Yam y Logan estaban impecables en sus esmóquines, tan elegantes que casi parecían no pertenecer a nuestro mundo de hockey y locuras.
Mis padrinos de boda. Mis hermanos de otra vida.

—Soy un hombre afortunado —confesé, mirando mis manos, incapaz de quedarme quieto.

—Hasta puedo ver estrellas en tus ojos, hombre —dijo Yam con una sonrisa torcida.

Solté una carcajada baja, pero era verdad. Tenía los ojos brillando como nunca. La mayoría de nuestros seres queridos ya estaban sentados, esperando. Todo era real. Estaba pasando. Me froté las palmas con nerviosismo, mirando hacia la entrada, como si eso acelerara el tiempo.

Entonces, una vocecita suave, cristalina, se coló por los altavoces y congeló el mundo a mi alrededor.

Hola, papá. Soy yo —dijo con ternura—. Dafne.

Mis ojos se agrandaron. El estómago se me encogió.

No... por favor, no ahora.

Un murmullo general se levantó entre los invitados, una mezcla de ternura y sorpresa. Mi respiración se volvió inestable.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 14.04.2025

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