Levantarme tarde esa mañana pasó de ser un correteo insufrible a un grandioso descubrimiento. “¡Rayos!” grité al saltar de la cama. “¿Cómo es posible que programe tres alarmas y no escuche ninguna?”, pensé mientras lanzaba mi pijama al suelo y entre saltos me ponía el uniforme de la escuela. Bajé las escaleras lo más rápido que pude.
—¡No te tropieces! —Papá me gritó desde la cocina. Él estaba preparando uno de sus desayunos rápidos. Entré a la cocina y tomé un sándwich.
—¡Buenos días! Lo siento tengo prisa, nos vemos luego —dije mientras me despedía y le di un rápido beso en la mejilla.
—¡Cuídate hija! ¡No vayas...! —alcancé a escuchar cuando pasada por la puerta de entrada con patines en mano.
—¡Rayos, no puedo llegar tarde otra vez! —rugí sentada en la acera de mi casa, con el cordón de los patines entre mis dientes atándolos a toda prisa.
Deslicé ferozmente el patín sobre el asfalto al empezar mi marcha, y un agudo chillido salió de las pequeñas llantas. Patiné a toda marcha, mis piernas ardían por el esfuerzo muscular; pero eso no me detendría, tengo práctica patinando a contra tiempo. Esquivaba personas a mi andar y de vez en cuando salté sobre algún niño que se atravesaba en mi camino.
Di vuelta a la esquina con mucha velocidad y justo un chico cruzó la calle sin fijarse.
—¡Cuidado! —grité al distraído chico mientras fracasaba en mi intento de esquivarlo. Volteó a ver rápidamente, sus ojos se abrieron e intentó apartarse; pero fue demasiado tarde, me estrellé contra él y hechos manojo caímos al pavimento.
Vi borroso por unos segundos, sacudí mi cabeza para enfocarme y entonces me percaté que estaba sobre él, mis mejillas ardieron y no precisamente por el golpe. Me levanté lo más rápido que pude.
—¿Estás bien? —pregunté, esperando que no estuviera herido, mientras me acomodaba y sacudía mi uniforme lleno de polvo, llevar falda negra y corta, en esos momentos no era un acierto. Vi al desorientado chico sacudir su cabeza. Le extendí mi mano para ayudarle a levantarse.
—Estoy bien, no pasa nada —contestó, tomando mi mano.
—¡Aghh! —gritó de dolor, cuando apoyó su pie izquierdo. Apenas logré sostenerlo para que no volviera a caer.
—¿Estás bien? —volví a preguntar preocupada, sosteniéndolo de su cadera.
—Es mi tobillo, creo que me lo lastimé —dijo, observando su pie.
—Mejor no lo apoyes. Siéntate aquí, deja me quito esto para ayudarte.
Me agaché a desatar mis patines y mientras lo hacía vi el rostro del chico sentado en la acera. “¡Trágame tierra y escúpeme en japón!” pensé al notar que quién tenía frente a mis ojos era nada más que el mismísimo Danz Coreler, o al menos creo que así se pronuncia su nombre. Uno de los chicos más populares de la escuela. “Sí, en efecto, estoy oficialmente muerta. ¡Genial! ahora pasaré de ser un fantasma a ser occisa” Las chicas de la escuela iban a matarme y no solo ellas, el entrenador es lo que más me preocupaba, porque Danz era parte del equipo de básquet.
Suspiré y traté de sacar esos pensamientos de mi mente, en ese momento lo importante era ayudarlo. Volví a extender mi mano para que él se levantara y caminamos en dirección a la escuela, que era el lugar con enfermería más cercano.
—Gracias por ayudarme. Pero... ¿No te molesta caminar descalza? —preguntó mientras apuntaba con su dedo hacia mis pies.
Cerré mis ojos y mordí mis labios, “maldita sea” pensé, porque por la prisa olvidé ponerme los zapatos y Danz pensaría que estaba loca, porque justo ese día llevaba puestos mis calcetines de Inuyasha, un personaje de anime que me gustaba mucho y porque ya tenía dieciséis años y según los demás, no estaba en edad de ver "muñequitos" como terriblemente le llaman al anime.
—Emm... No te preocupes —dije para disimular mi descuido— Lo importante es llevarte pronto a la enfermería. No quiero que tu pie se inflame antes de que lo puedan revisar.
Me agaché a ponerme los zapatos que llevaba en mi mochila, para ocultar mis calcetines, una cosa era que los viera este chico y otra que los viera toda la escuela.
—Por cierto ¿te duele mucho? Realmente lo siento. No sé cómo fui tan descuidada —agregué.
—Tranquila, también es mi culpa. Yo crucé la calle sin fijarme. —respondió esbozando una dulce sonrisa.
Lo vi discretamente, mientras avanzábamos. Nunca había estado tan cerca de él; así que no sabía que tenía esos ojos amarillos, intensos como el sol. Pude observarlo más detenidamente, sus cejas levemente curvadas, nariz delgada y respingada, labios gruesos y carnosos, su cabello un poco despeinado; pero que lo hacían ver muy bien. Su rostro con forma de diamante, que tanto remarcaba la maestra de arte y dibujo, según ella, es lo más codiciado en un hombre. Me parecía escucharla decir: "Mentón, mandíbula y pómulos importantes, resaltando sus rasgos masculinos. No lo olviden, hagan bien el trazo". Ella mataría por llevar a Danz como modelo de la clase.
Entre tambaleos y pequeños saltos de Danz, intentando no apoyar su pie lastimado, logramos llegar a la enfermería, en medio de las curiosas miradas de algunas chicas que no habían entrado a sus salones. Nuestro trayecto por el pasillo se sintió eterno, no pude hacer más que intentar ocultar mi rostro.