Sobre Moon y otras cosas que nunca comprenderé

Sobre cómo empecé a subir a los tejados con Moon

Moon estaba subida en el borde de la terraza.

Parecía que todo a su alrededor estuviera muerto. No había viento, su largo cabello se mantenía quieto, estático, no ondeaba ni se movía a todos lados como el día en que la conocí.

Se giró completamente, cambiando sus pies de posición sin ningún tipo de reparo, como si no estuviera al borde del precipicio, y me miró. Una de sus sonrisas enigmáticas se dibujó en su cara. Una sonrisa que decía mucho más, aunque ya no recuerde el qué.

Entonces, suavemente y sin prisa, sin que su expresión facial cambiara en absoluto, se dejó caer hacia atrás. Pero no corrí hacia ella. No lo hice, porque tenía claro que Moon no iba a morir.

De repente, yo era ella. Lo veía todo con sus ojos. Estaba (estábamos) cayendo muy lentamente, y a nuestro alrededor había muchas cosas que flotaban. No conseguía verlas bien pero, aunque no tenían la forma propia, por algún motivo sabía perfectamente que eran personas. Pero no personas físicas, no. Eran algo más.

 

Abrí los ojos y tardé unos segundos en darme cuenta de que había despertado y que, por ende, todo lo que acababa de ocurrir había sido un sueño. Un sueño que, pese a ser completamente surrealista, lo había sentido demasiado real.

En otra situación, habría intentado inútilmente volver a dormirme para poder ver cómo seguía y cómo terminaba —si es que lo hacía—, pero algo me hizo no querer volver allí. No era miedo, sencillamente sabía que no debía hacerlo.

El sol ya había salido hacía rato, a juzgar por el color blanco tan intenso del cielo. Otro día nublado. Miré al reloj y vi que aún no eran las seis. Me dolía la cabeza, no sé si por la luz, por la hora o por el suelo.

Bajé a la cocina a tomar un vaso de agua y, al pasar por el salón, vi a mamá dormida en el sofá, con la televisión aún encendida. Al parecer ella no había conseguido dormir bien esa noche. Apagué la pantalla, que emitía luces muy fuertes para ser tan temprano, conseguí ese vaso de agua y volví al salón para sentarme en una de las dos solitarias sillas marrones que rodeaban la mesa donde rara vez comíamos los dos juntos.

Miré a mamá. Eso de que las personas parecen más jóvenes cuando duermen es totalmente cierto, pero mamá, además de más joven, parecía más feliz.

Ella, cuando estaba despierta, siempre tenía esa expresión en el rostro de agobio y estrés. Iba corriendo a todos lados y trabajaba muchas más horas de las que debería, aunque no necesitáramos el dinero. No éramos ricos, en absoluto, pero tampoco íbamos demasiado mal de dinero. Mi padre me pasaba bastante dinero al mes, así que ella apenas tenía que pagarme nada. Supongo que papá lo hacía para borrar ese sentimiento de culpa por haberse ido tan lejos, quién sabe. A día de hoy sé que se sentía mal porque a él las cosas le habían ido bien y a mamá no, pero ¿qué culpa iba a tener él? La vida es así.

Mi cuerpo no se libraba de esa fatiga que siente uno cuando se levanta más temprano de lo normal, pero sabía que si intentaba volver a dormir no iba a conseguirlo. De pequeño me costaba horrores dormir, mi madre tenía que quedarse despierta conmigo, a veces hasta el amanecer, porque no había manera. Con los años fue mejorando, pero seguía teniendo épocas de insomnio o de despertarme muy temprano y no poder volver a dormir.

El tiempo hasta las siete pasó lentamente. Estuve en mi cama, sin hacer mucho más que pensar, mirando el móvil de vez en cuando. Empecé a escuchar a mi madre en el piso inferior a las seis y media. Cuando sonó mi despertador me levanté y me fui a la ducha. Saludé a mamá y ella me contestó con una sonrisa cansada, a pesar de que el día solo acababa de empezar.

Me di una ducha rápida y me fui de casa sin desayunar poco después de mi madre. La fatiga me había anudado el estómago así que lo único que cogí fue un paquete de galletas por si me entraba hambre en algún momento.

Ese día no llegué tarde. Tan solo abrir la puerta de la clase vi que los únicos que estábamos en el aula éramos Sammie, Moon y yo.

—Buenos días —saludé al aire, sin dirigirme a nadie en concreto, y fui a sentarme en mi sitio.

Sammie me saludó distraídamente mientras su atención seguía fija en el móvil, y Moon se acercó a mí, sentándose en el asiento de delante y girando la silla.

—¿No has dormido bien? —preguntó, y estuve a punto de pedirle por favor que dejara de leerme la mente, pero me di cuenta de que probablemente llevaba escrito en la cara que había dormido fatal.

—No mucho —contesté, intentando aparentar tranquilidad pese a que delante de mí estaba la protagonista de esa especie de sueño o pesadilla extraña que había tenido y que me había desvelado.

—A mí también me cuesta dormir —comentó.

—Ah… —contesté, queriendo alargar la conversación pero sin saber muy bien cómo.



#23472 en Fantasía
#5033 en Magia
#49144 en Novela romántica

En el texto hay: fantasia, amor y magia, amor

Editado: 25.07.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.