Sobre Moon y otras cosas que nunca comprenderé

Sobre cómo entré en el inevitable proceso de enamorarme de Moon

Hay cosas que empiezan mucho más rápido de lo que esperas. 

Yo siempre había dicho que, para enamorarme de alguien, tendría que conocer bien a esa persona, pasar tiempo con ella, que me gustara su forma de ser. Sentir mariposas en el estómago y ese agradable cosquilleo cada vez que la viera. Salir, organizar citas, cenar, ir al cine, y luego de todo eso llegaría el amor. Pero vino Moon y, como siempre, rompió mis esquemas.

Supongo que era inevitable que algo como eso terminara pasando, pero eso no significa que no me costara de asimilar. Es como cuando estás cogiendo un resfriado: empiezas a notar los síntomas, pero te niegas a admitirlo hasta que es obvio.

Aquella mañana, cuando desperté, mi madre no estaba. Había dejado una nota en la cocina diciendo que tenía que irse antes. Cogí la pequeña nota de papel, con los bordes rasgados porque la habría arrancado de algún papel más grande, probablemente de su libreta, la arrugué y la tiré a la basura. 

Yo, cuando iba tarde, no desayunaba, pero esa mañana empecé a hacerme el desayuno tranquilamente, preparándome incluso un poco de té. Me daba igual llegar tarde. Por una vez, ese día, no me importaba. No sentía ese estrés tan familiar fruto de tener que llegar a una hora concreta y no estar consiguiéndolo, así que aproveché para hacerme un desayuno completo.

Llegué a clase una hora tarde. Ese día teníamos clase con la profesora Collins a primera hora, y me la encontré por el pasillo cuando llegué.

—Holloway, espero que tengas una buena excusa para no haber asistido a mi clase —contestó—. Los exámenes de acceso a la universidad son en menos de un mes, y si pretendes presentarte al de Historia vas a tener que venir a mis clases.

—Mis notas en historia son inmejorables —contesté con una pedantería nada usual en mí. Decididamente esa mañana algo estaba mal conmigo.

—Pues más te vale que siga así. —La profesora suspiró.— Nos vemos en la clase del miércoles.

Dicho eso, se fue. Yo seguí mi camino a clase, y cuando entré Hayden casi se me tiró encima.

—Tío, ¡ya te vale! —dijo, frotándome la cabeza de una forma que sabía perfectamente que no soportaba—. Mira que saltarte clase, eso no es propio de ti.

—Me encontraba mal —mentí, porque si le decía que me había saltado clase porque me apetecía prepararme el desayuno, se habría pensado que estaba loco.

—Ya, seguro —contestó, y cuando sonó el timbre fui a mi pupitre a coger del cajón de abajo la libreta de la asignatura que me tocaba, Matemáticas. 

Por algún motivo, al no estar yo seguro de lo que quería estudiar, me había apuntado a los exámenes de varias asignaturas que me interesaban. Entre ellas, Historia, Filosofía, Literatura y Matemáticas. Un poco de humanidades y algo de ciencias. Me gustaban ambas. Seguramente terminaría apuntándome a hacer Literatura o algo así, porque Matemáticas me gustaba mucho pero veía la carrera como algo muy complicado para alguien tan distraído como yo.

Cogí todo el material que necesitaba y salí de la clase mientras entraba la profesora de Latín, una asignatura que yo no tomaba pero que la mayoría de mis compañeros, todos orientados a Humanidades, sí. 

Entonces pasó algo muy extraño. En el pasillo, dirigiéndose al aula de la que yo acababa de salir, vi a Moon. Ella me dio una pequeña sonrisa, de esas que en las dos semanas que llevaba con ella había aprendido que eran muy suyas, y me quedé completamente en blanco. Me puse nervioso, y aceleré el paso para llegar lo antes posible a la clase de Matemáticas. Mi pulso estaba acelerado, y podía notar el calor en mis mejillas.

Cuando me senté en mi sitio, pensé “¿Qué acaba de ocurrir?”.

Estuve toda la clase tomando apuntes sin estar realmente registrando en mi cabeza lo que iba escribiendo, y pasó sorprendentemente rápido. Por algún motivo, no paraba de pensar en cuando había visto a Moon en el pasillo y en lo avergonzado que me sentía de haberme comportado así. A veces hacía cosas que ni yo mismo entendía, aunque podía que tuviera que ver con el hecho de que llevara unos días pensando en ella más de lo normal.

Salí de clase aún dándole vueltas a la cabeza. Me tocaba una hora más de la insoportable clase de Física —ni siquiera comprendo por qué me apunté, si ni por asomo pensaba hacerla en los exámenes de acceso— antes de ir a comer. Mi historia con la asignatura de Física era larga y enrevesada: me encantaba la Física, quería comprenderla, pero era malísimo para hacer cálculos, y entre eso y el hecho de que el profesor explicaba la asignatura como si la odiara a muerte, no había manera de que me entrara en la cabeza.

Mis divagaciones internas fueron interrumpidas por ni más ni menos que Georgia, que me frenó en medio del pasillo con una expresión de incomodidad nada propia en ella, pero que podía entender si tenía en cuenta lo que pasó la noche de la fiesta.



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En el texto hay: fantasia, amor y magia, amor

Editado: 25.07.2018

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