La semana antes de los exámenes de acceso a la universidad se caracterizó por un estrés general que parecía afectar a todo el mundo menos a Moon y, en parte, a mí.
—Esto está acabando con mi vida —se quejó Hayden, dejando los apuntes encima de la mesa de un fuerte golpe, y enterró la cara entre sus manos.
—Son los exámenes finales del instituto, no de tu vida, exagerado —le dije, mientras repasaba mis anotaciones sin hacerle demasiado caso.
—No entiendo cómo estás tan tranquilo —me dijo—. Debe ser la demencia que te ha dado en el último mes, porque es que se te ha ido la olla. ¿Cómo puedes elegir presentarte al examen de la asignatura que peor se te da y decidirlo con un menos de un mes de antelación?
Si mi charla con Moon, tres semanas atrás, había servido para algo a parte de hacerme pensar demasiado, fue para darme el empujón que necesitaba para presentarme al examen de Física.
Siempre había querido estudiar Astrofísica, pero dada mi poca capacidad para memorizar las fórmulas físicas, me había resignado a vivir con ese sueño frustrado. Con ese examen y Matemáticas, si conseguía aprobarlos con nota, podría entrar en la carrera. Así que descarté el examen de Literatura y elegí Física en su lugar, para el horror de mi madre. No es que no confiara en mis capacidades, pero pensaba que había enloquecido al hacer ese cambio tan repentino de asignaturas.
Así que, aunque todos pensaran que la demencia se había apoderado de mi capacidad para decidir, en mi cabeza tenía perfectamente claro que iba a estudiar el grado en Astronomía, Ciencias del espacio y Astrofísica en la Universidad de Kent.
—Hijo, si esa universidad está a más de tres horas de aquí, ¿cómo piensas hacerlo? —me preguntó mamá—. Yo puedo ayudarte a pagar la matrícula, pero ¿qué harás con el transporte?
—Tengo ahorros del supermercado, y este verano también trabajaré allí —contesté, refiriéndome a cuando estuve trabajando en un supermercado cercano el verano pasado—. Además, papá dice que si me mudo a Kent puede ayudarme con el alquiler, y me buscaré un trabajo.
Mamá suspiraba cada vez que hablábamos de eso, como si no tuviera ningún sentido, y cuando lo hablé con mi padre me dijo que estaba loco pero que, si ese era mi sueño, me apoyaba.
—Solo espero que todo te salga bien —me decía mi madre.
—Si no me da la nota siempre tengo la segunda opción, estudiar Historia y Literatura en la universidad de Birmingham —le contestaba yo para tranquilizarla.
Así que ese mes de mayo consistió en encerrarme en mi casa y estudiar como un poseso. Poco a poco las fórmulas empezaron a grabarse en mi cabeza y cada vez me costaba menos. Dormía pocas horas, pero no me importaba. Fue como si algún tipo de fuerza sobrenatural se hubiera apoderado de mí.
En cuanto a Moon, debido a mi arresto domiciliario por elección y a que en el instituto tampoco estaba para socializar porque me dedicaba a acosar al profesor de Física con decenas de preguntas, apenas hablé con ella, pero a veces, cuando necesitaba un respiro, subía a la terraza, y muchas de esas veces ella estaba allí. Apenas hablábamos, pero me sentía completamente en paz.
Fue una de las veces que bajamos juntos de la terraza que Hayden, Jim y un par de chicos más nos vieron, y empezaron los rumores y las bromas.
—Así que te has decidido a hacer Astrofísica para impresionar a Moon, eh —me dijo un día Jim, y yo lo miré como si fuera estúpido, porque de verdad que a veces pensaba que lo era.
—¿Por qué iba a hacer eso? —pregunté, sin entender por qué malgastaba tiempo contestando a esas tonterías.
—Porque te gusta —apoyó su mejilla en su mano, y me miró levantando las cejas—. Y porque su nombre significa “luna”.
—¿Qué dices? —Negué con la cabeza y volví mi atención a los apuntes, aunque ya no podía concentrarme.
No era raro pensar que me gustaba Moon, porque ni yo sabía qué me pasaba con ella, pero supongo que “gustar” era lo que más se le parecía, y cada vez era más intenso. Aún así, me lo tomaba con más calma que al principio. No me ponía nervioso ni me avergonzaba, pero aún seguía intentando negarlo. Enamorarme de Moon no era nada recomendable, porque querer algo que sabes que nunca podrás comprender significa sufrir, pero ¿no decía ella misma que la vida es sufrimiento? Si es que Schopenhauer aún tendría razón.
Esa noche, en vez de quedarme en casa estudiando, decidí salir con Hayden a cenar. Como él decía, a ambos nos iría bien salir, tomar el aire y pensar en otras cosas que no fueran los exámenes, lo cual seguramente terminaría con Hayden hablándome de sus dramas amorosos, pero me parecía una buena idea de todos modos.
—Te juro que no entiendo a las mujeres —dijo.
Para variar un poco, habíamos ido a cenar al centro de Birmingham, ya que había un restaurante de hamburguesas que nos encantaba. Siempre nos pedíamos lo mismo, y Hayden lloraba sobre sus supuestos problemas amorosos mientras se comía una hamburguesa con bacon y una salsa desconocida.