Tal vez tarde comprendí que la soledad sí estaba destinada a ser mi compañera. Después de ti, no me había enamorado con algarabía precaria e insulsa. Quizá porque tú te llevaste lo poco impoluto que albergaba en mí, quizá porque no podía dejar de extrañarte.
¿No me necesitaste?
Aclararé, ciertamente surcaron otras anatomías por mi vida. Sin embargo, ninguna suplió aquel estándar que estableciste en este corazón flechado y desangrándose por lo perecedero. Pues lo único inmarcesible aquí, en ti y en mí, era tu eterna vergüenza y la odiosa voz de mi cabeza.
¿No me respetaste?
El centro seguía tan estrecho como siempre, mas tus pasos no se cruzaron en seguida con los míos. Tu deambular errante con esa sonrisa lánguida y esa mirada ofuscada, con esa piel gélida y el pantalón ajado; eras ello. O si no lo eras, ¿por qué condescendí a quien no me merecía?
¿No me cuidaste?