—Yo... he oído que su equipo de gimnasia es el mejor entre las secundarias de la ciudad, además he visto los trofeos que han ganado y me sentiría muy honrada de poder ser parte de él. Daré lo mejor de mí para estar a la altura de los demás.
Debí oírme como una lame botas, pero mi discurso dio resultado y aprobé la primera parte, ser considerada por el maestro.
—Bien, Ardila. Veamos de qué estás hecha.
Trago saliva al ver lo que me espera, demostrar las habilidades que no tengo.
Miro a Brenda en las gradas y sé que debe estar rezando, busco a Dick y lo veo al fondo, elongando.
Debo hacer esto y debo hacerlo bien.
Inhalo profundamente, me encomiendo a los santos, aunque no creo mucho en ninguno; y me abalanzó sobre el cajón, esperando no romperme el cuello en el proceso.
Y caigo de pie, ni yo me lo creo. Seguidamente le comento lo del ballet y le muestro que tengo buena elongación antes de que me mande a algún otro aparato mortal. Se queda pensativo.
—Bien. Creo que podremos hacer algo bueno contigo.
¿Entonces estoy dentro? No me lo creo. Hace una seña a una chica que se ejercita en el caballete. Ella se acerca a nosotros. Su caminar fino y ligero da la impresión de que se desplaza unos cuantos centímetros por sobre el piso, como si flotara.
—Donna, esta chica se integrará al equipo. Te la encargo.
El maestro se va con las otras aspirantes y volteo a ver a Brenda. Levantando sutilmente mi pulgar acabo con su angustia y la veo saltar en las gradas. Sus rezos dieron resultados.
—Te presentaré con los demás ¿Conoces a alguien del equipo?
—A ti —rio, ante mi penoso intento de broma. Tengo los nervios de punta y suelo decir estupideces para aliviar la tensión, aunque casi nunca da resultado.
¡No sé por qué lo sigo haciendo!
A ella no le hace gracia y presiento que ya empecé mal. Tranquila Isabel, relájate.
Uno por uno voy presentándome y mi mano termina llena de un polvo, similar al talco, cuando me saludan.
—Es carbonato de magnesio. Lo usamos para que nuestras manos se mantengan secas y no resbalarnos de los aparatos.
Acabo de aprender algo nuevo. La química es genial, a mí me gusta la química, tengo buenas calificaciones, mucho mejor que en deportes.
De a poco nos acercamos al grupo donde está Dick y mi corazón se acelera. Creo que voy a infartarme.
Ningún chico me había hecho sentir así antes, es abrumador. Supongo que esto es lo que se siente al estar enamorada, palpitaciones aceleradas, temblor de extremidades, boca seca, respiración agitada, mariposas en el estómago, miedo a la muerte; es horroroso y, sin embargo, es la fuerza que mueve al mundo.
Una vez que lo conozca todo estará bien y me sentiré mucho mejor. Los nervios desaparecerán y volveré a la calma... y él sabrá que existo.
Sólo respira y no te desmayes.
Llegamos a su grupo. Donna me presenta a la chica pelirroja que no se le despega.
—Ella es Kory, una de nuestras estrellas.
La chica me mira de pies a cabeza con expresión despectiva y una sutil sonrisa burlona aparece en su rostro, como si yo fuera un chiste y mi presencia allí una gran broma.
En el fondo yo también lo creo, pero cuando hago algo, lo hago con convicción, aunque sea el ridículo, ese es mi lema. Digna hasta el final.
—Y él es nuestro capitán.
Él se incorpora y por primera vez, desde que lo vi hace meses, nuestras miradas se cruzan.
El mundo se detiene y todos a nuestro alrededor desaparecen. Somos sólo él y yo en un instante eterno y fugaz. Sólo nosotros en la inmensidad del mundo, que parece haberse reducido a la distancia que separa nuestros cuerpos cada vez más cercanos, con el sonido de mi corazón desbocado como banda sonora de nuestro encuentro.
Eso y la voz en mi cabeza. Esa vocecita que me mantiene consciente y que evita que me desmaye o salga corriendo. Esa vocecita que hace trabajar mi memoria para que siga lúcida y con las funciones nerviosas básicas en funcionamiento. Es mi truco para controlar la ansiedad y ahora lo necesito más que nunca.
Hidrógeno, helio, litio, berilio, boro...
—Hola, soy Dick.
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Editado: 27.10.2020