—Perfecto, vayámonos ahora.
Casi me dan ganas de reír.
—¿Te golpeaste la cabeza? Quiero irme para no estar cerca de ti —avanzo, pero él se me interpone.
—Pensé que estábamos en tregua.
—Yo pensé lo mismo, pero me equivoqué. No se puede confiar en ti, eres un mentiroso compulsivo.
Paso por su lado y le oigo reír hasta que vuelve a cruzarse en mi camino.
—¿Esto es por lo de la cenicienta? Fue una broma, sí creo que es una mierda.
—Ya es tarde, no te creo nada y no volveré a confiar en ti.
—Espera... —sujeta mi brazo inmovilizado y siento un tirón que me arranca un grito.
—¡Jason, no hagas eso!
Intento zafarme de su agarre, cuando noto que en vez de aprisionarme él se está afirmando para no caer.
—¡Mi cabeza...! —se queja.
Y no sé si creerle.
—¿Jason?
—Me... duele... —suelta mi brazo y se apoya de un árbol, sin dejar de apretar su cabeza.
—Vayamos a la enfermería.
—No...
—Puede ser algo grave. Vamos, yo te ayudo a llegar.
—¡Te dije que no! ¡Déjame en paz de una puta vez! —grita antes de desmayarse.
~🦇~
—¿Otra vez tú? —pregunta la enfermera, viéndome de pie junto a la camilla. Unos chicos me ayudaron a traerlo—. ¿Cuántos novios tienes?
Con razón es enfermera. Ella tiene la habilidad de hacerme sonreír en medio de todo este caos que ha llegado a mi vida.
—Ninguno.
Y será mejor que siga siendo así. Empiezo a creer que los chicos son un problema.
La mujer moja con alcohol un trozo de algodón y tras acercarlo a la nariz de Jason, él empieza a recuperar la conciencia.
Y el nudo que sentía en el estómago se afloja.
Comienza a interrogarlo y mide su presión. Yo observo todo desde un rincón, cuidando no estorbar.
—¿Desayunaste?
Él niega.
Ella lo regaña y saca una barra de cereal de un cajón. También le da una leche en caja.
—Vigila que se lo coma todo, ya vuelvo —me indica y él se percata de mi presencia.
Aquello parece incomodarlo.
Termina de comer el cereal y deja la leche a un costado.
—Escuchaste lo que dijo la enfermera.
—No me gusta la leche.
—No se trata de que te guste o no, tienes que tomártela por tu bien.
Mis palabras le hacen gracia.
—¿Ya no estás enfadada conmigo?
—Sí lo estoy, pero postergaré mi ira para cuando te sientas mejor.
Ríe débilmente.
—Tu amabilidad me hará llorar.
Vuelve a tomar la caja de leche y empieza a beberla. Permanecemos en absoluto silencio hasta que se la acaba.
—Lo siento —dice de pronto, sorprendiéndome—. No pude ayudarte a escapar.
Suspiro.
—Era una pésima idea de todos modos.
Y me traería muchos problemas, sobre todo considerando que estoy aquí por caridad.
Pero tampoco quiero regresar y que me vean con los ojos hinchados por llorar. Y mucho menos quiero ver a Brenda o encontrarme con Kory en los pasillos. Para mí, la secundaria era un refugio y ahora se siente como una prisión.
Un castigo.
—¿Porque te meterías en problemas? No van a suspenderte por escaparte. Además, si nos fugáramos juntos probablemente dirían que yo te secuestré.
—¿Por qué te gusta meterte en problemas?
Acerco una silla y me siento junto a él.
—Porque de lo contrario, la vida sería muy aburrida.
—No lo sé, no le encuentro lógica.
—Eso es porque te acostumbraste a ser aburrida. Necesitas una dosis a la vena de adrenalina, para que te sientas viva.
Adrenalina... Eso tiene sentido, después de todo, las emociones dependen de procesos químicos.
—Si fuera por eso, me bastaría con subirme a la montaña rusa. No necesito meterme en problemas.
—¡No es lo mismo! Es como si compararas fumar un cigarrillo electrónico con uno de verdad.
Me lo quedo viendo boquiabierta ¿Acaso no sabe lo malo que es eso para la salud?
—Eres una chica lista. Ya debes haber notado que las personas aburridas terminan siendo depresivas y quedan atrapadas un rutinas monótonas y asfixiantes. Y luego se lanzan de los puentes. Hay estudios que lo confirman.
—Eso te lo estás inventando. No he leído nada parecido y yo no soy aburrida, siempre me divierto.
No oculta su mueca de burla.
—Leer en la biblioteca no cuenta como diversión.
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Editado: 27.10.2020