Sobre tus alas [ Jason Todd]

XXIV Ironías de la vida

Quizás fue un poco apresurado. Después de todo, no lo conozco mucho.

Y tengo razones para sospechar sobre el estado de su salud mental.

Sin embargo, no pude evitarlo, mi curiosidad fue más fuerte.

—¡No vayas tan rápido!

En cualquier momento nos descalabramos.

—¡¿Qué?!

—¡Que no vayas tan rápido!

—¡¿Qué?!

Le doy un pellizco por insoportable y a pesar de los cascos y el ruido furioso de su motocicleta, logro oír perfectamente sus risas.

—¡Ahora tienes dos brazos, no hay excusas para la diversión!

La motocicleta ruge cuando acelera aún más y me aferro a su cuerpo, cerrando los ojos con fuerza.

Sólo espero llegar viva a donde sea que me lleve.

~🦇~

Dejamos atrás la ciudad y subimos hacia las colinas, donde la gente rica de Gotham, desde sus espléndidas casas, ve al resto hacia abajo.

Un enorme portón, con una W en el centro, se abre para dejarnos entrar.

La motocicleta avanza por un jardín gigantesco, como sólo he visto en libros de palacios europeos. Y casi parece que hasta ahí hemos llegado.

Nos detenemos frente a una verdadera mansión, con tantas ventanas que me pierdo contándolas.

En cuanto mis piernas pisan el suelo, las siento temblar.

—¿Vives aquí?

Él asiente como si no fuera la gran cosa y me siento un poco avergonzada. Debo parecer una bruta mirando todo como si lo viera por primera vez.

No puedo evitarlo porque es cierto.

Entramos al lugar y el interior es todavía más deslumbrante. No puedo observar en detalle el lujoso inmobiliario porque avanzo rápido tras Jason. Llegamos hasta a la cocina.

Debe ser del tamaño del primer piso de mi casa.

—Genial, Alfred no está —se lamenta, arrugando una nota que encontró en el refrigerador.

—¿Quién es Alfred?

—El que evita que este lugar sea un caos... Tendremos que pedir comida a domicilio.

—No es necesario, yo puedo preparar algo.

Se me queda mirando con sorpresa.

—De ningún modo, podrías quemar la casa.

Le insisto hasta que acepta y me pongo un mandil que encuentro colgado. Voy hacia lo que parece una despensa y encuentro de todo.

—Necesito una olla.

Jason empieza a buscar entre los muebles y sabe menos que yo donde están las cosas en su propia cocina.

—¡Dios! ¿Por qué hay tantas de estas cosas? —exclama, comparando dos que ha tomado.

—La de la izquierda está bien —le indico.

Prepararé pastas con la salsa especial de mi tía, que me queda tan buena como a ella.

Jason me observa con detención y curiosidad.

—¿Esto no te molesta? Ya sabes, siempre estás hablando de los estereotipos y el machismo y ahora estás aquí cocinando para mí.

—Estoy cocinando para ambos —le aclaro—. Además, me gusta cocinar y si tú no sabes hacerlo, no hay problema en que yo lo haga. Eso no tiene que ver con que sea hombre o mujer. Si fueras una chica también cocinaría para ti.

No parece muy convencido.

—¿Quieres ayudarme?

Él asiente, entusiasmado.

—Revuelve aquí mientras corto la carne.

—¡Yo la corto! Soy bueno con los cuchillos.

Prefiero no saber a qué se refiere y le indico cómo cortarla. Lo hace bastante bien.

Sin evitarlo, sigo pensando en sus palabras y sé que algo de razón tiene. Lo más probable es que si yo hubiese sido un chico, mi tía no me habría enseñado a cocinar.

Habría dicho que esas son cosas de mujeres. Me pregunto si a Jason le habrá pasado lo mismo.

Pongo a cocer la carne que él ha picado y no puedo evitar reírme por la ironía. Cocinando en esta enorme y lujosa mansión, donde a todas luces estoy fuera de lugar, me siento como la cenicienta.

Ahora sólo falta que aparezca un príncipe.

—¿Qué es eso que huele tan bien? 
 




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