Sobre tus alas [ Jason Todd]

XXXII Cuentos de fantasmas

Un grupo de niños, de no más de diez años, se agolpa en la acera, murmurando entre ellos.    

Podría tratarse de cualquier juego de niños, si no fuera por sus extrañas vestimentas. Llevan improvisadas armaduras, hechas de cartón y cojines, que envuelven sus cuerpos precariamente.

También tienen armas. Palos, piedras y pistolas de agua se incluyen dentro de su arsenal. De vez en cuando, dirigen su mirada hacia la vieja casa frente a ellos.

Es una casa conocida en el sector por estar abandonada y las leyendas de fantasmas y espectros en su interior han crecido en torno a ella. Recuerdo con diversión que, de pequeña, le pedía a mi tía que cruzáramos la calle para evitarla.

Me acerco a los niños para oír qué es lo que traman.

—Vamos a tirar piedras a las ventanas para atraer su atención y luego ustedes entran por atrás —decía el que, al parecer, era el líder.

—¿Y por qué yo tengo que entrar? Yo prefiero tirar las piedras —se quejaba otro, visiblemente asustado.

—Porque yo tiro las piedras más fuerte y la pistola es tuya —repuso el líder.

—¿Contra quién están peleando?

No pude contener mi curiosidad.

Los niños dieron un respingo al oírme y pronto todos se ocultaron tras el que resultó ser efectivamente el líder.

—No hablamos con extraños —afirmó, viéndome con desconfianza.

Un chico listo.

—No soy una extraña. Vivo cerca de aquí, me llamo Isabel.

Extendí mi mano, pero retrocedieron ante mi cercanía.

—Si me dicen lo que planean, tal vez podría ayudarlos —ofrecí entusiasmada.

Una parte de mí extraña esos tiempos en que podía jugar sin preocupaciones. Fueron tan breves.

—¿Por qué querríamos la ayuda de una chica? —dijo un insolente, que llevaba una olla en la cabeza.

—Porque esta chica es más grande, más lista y más valiente que tú.

El niño me miró con horror y el líder comenzó a reír.

—En eso ella tiene razón.

Perfecto, ya me gané al líder.

—Entonces soldado ¿Quién es el enemigo? —pregunté en tono firme, ante el que uno de ellos se cuadró, dándome un saludo militar.

Tuve que esforzarme para no reír.

—Hemos oído rumores de que en esta casa hay fantasmas —informó el líder.

—Esos rumores existen desde antes de que ustedes nacieran.

—¡Yo lo vi! —dijo uno, levantando la mano—. Vivo en la casa de en frente y hace unas noches, vi una bola de fuego que flotaba en la ventana del segundo piso.

Apuntó a una de las ventanas, cuyos cristales se habían roto hace mucho.

—Los fantasmas no existen.

—¡Eso les dije! Pero ayer estábamos aquí hablando del tema y oímos gritos y lamentos que venían de la casa.

El líder hablaba con absoluta seriedad.

—¡Fueron aterradores!

—Debe ser más de uno. Aquí asesinaron a toda una familia.

—¡Yo oí que uno se pasea con la cabeza en la mano!

Nuevamente los rumores hacen de las suyas.

—Yo no creo que los fantasmas existan, pero aun si fueran reales ¿Creen que podrían hacerle algo con una pistola de agua?

El líder parece ofendido.

—Está cargada con agua bendita. No somos tan tontos como piensas —dice, indicándole a otro que me enseñe lo que guarda bajo su chaqueta.

Es un crucifijo.

No puedo evitar sentirme conmovida por lo bien organizados que están los niños. En lo único que fallan es en el valor para entrar a la casa.

—Tengo una idea. Yo entraré a la casa y ustedes esperarán afuera.

Parece que van a saltar de alegría.

—Así, les demostraré que no hay ningún fantasma.

Comienzo a avanzar por el árido jardín.

—¡Espera! —me llama el líder—. Los gritos que oí eran reales. Tal vez no sea un fantasma, pero definitivamente hay algo ahí dentro.

Me entrega un palo, que recibo sin quejas, pese a saber que difícilmente podría golpear a alguien con él.

La puerta de la casa, que se ha salido de su marco y se mantiene sujeta a penas de una bisagra, se abre fácilmente ante mi empuje.

—¡Si algo pasa, grita y llamaremos a la policía!

Les enseño mi pulgar hacia arriba y entro en la casa.

El lugar resulta estar en ruinas, con un intenso olor a polvo y humedad que resulta asfixiante.

Los finos rayos de luz que entran por las ventanas tapiadas, me permiten ver gruesas telarañas ennegrecida, que cuelgan del techo y atraviesan el lugar, dándole un aspecto aún más aterrador.

En la sala, los únicos muebles que hay son unos gastados sillones, que parecen estar hechos de polvo.




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