Sobre tus alas [ Jason Todd]

XXXIX País de maravillas

Jason escucha atentamente cuando empiezo mi relato.

Todo comenzó antes de que yo naciera. Mi tía dice que quizás fue por el abandono de mi padre o el uso de sustancias ilegales, o quizás mucho antes. A los seis años se dio un golpe en la cabeza y estuvo inconsciente por tres días.

¿Qué ocurre en la mente de las personas que están en coma?

¿Sueñan quizás, oyen lo que ocurre en el mundo exterior?

Lo cierto es que la niña que despertó no fue la misma que se durmió. La pequeña Mary que se cayó del columpio jamás volvió del hospital.

De una niña con una imaginación muy desarrollada, se convirtió en una adolescente retraída y de conducta errática que un día de verano, sin que nadie lo esperara, se lanzó de un puente.

Cuando le recriminaron su intento de suicidio, que falló porque alguien la sacó del agua a tiempo, ella dijo que estaba persiguiendo a un conejo que había atravesado un portal en el río.

El hombre que la rescató fue quien más tarde se convertiría en mi padre. Era un hombre mayor, casado y con hijos suficientes como para desear uno más.

Ella cayó en una profunda depresión que la llevó a ingerir drogas. Supongo que soy afortunada por no haber nacido con alguna secuela o quizás aún no se ha manifestado.

Mi tía dice que cuando nací, mi madre lloraba más que yo.

Ella me detestaba y se escapó del hospital para no verme. He leído que aquello se llama depresión post parto y es algo común en las mujeres.  

La aversión por mí le duró tres meses. Regresó y al parecer todo siguió bien. Era muy pequeña como para recordar algo de esos días. Sólo recuerdo algunos eventos de años después.

Ella me leía cuentos. Amaba Alicia en el país de las maravillas.

—Siempre pensé que yo era Alicia —me decía—, pero resultaste ser tú.

En los peores momentos, cuando la realidad se fundía con la ficción y la locura dominaba a la razón, ella me llamaba Alicia.

Ese nombre era sinónimo de dolor y miedo. Alicia viajaba por lugares extraños, interactuando con seres excéntricos y consumiendo sustancias químicas con efectos fantásticos. Terminé en el hospital varias veces por aquello.

Mi tía me salvó. Fue a nuestra casa un día y me encontró en la tina. Mi mamá me estaba dando un baño y pese a sus esfuerzos, decía que yo seguía sucia. Frotó mi espalda con tanta fuerza que rasgó mi piel.

Luego fue el turno de mi cabello. Empezó a peinarlo normalmente, pero sus movimientos fueron haciéndose mecánicos e intensos, hasta clavar la peineta en mi cabeza, arañándola con los pequeños dientes.

No soy capaz de mirar a Jason mientras hablo.

Mis gritos no la detuvieron, ni menos mi llanto. Sólo lo hizo el conejo. Él apareció en el baño. Mi madre apuntó al rincón donde supuestamente estaba y yo estoy segura de que también lo vi. Supongo que me estaba volviendo loca igual que ella.

Y habría terminado mucho peor de no ser por mi tía. Mi madre salió persiguiendo al conejo y nunca regresó, dejándome en la tina donde estuve por dos días. Mi tía consiguió mi tuición y cuando encontraron a mi madre, la internaron en un hospital psiquiátrico.

Fui a visitarla sólo una vez, por petición de su médico. Yo ya tenía diez años, sabía que mamá estaba enferma y esparaba que hubiera mejorado.

Ella se alegró genuinamente al verme y me abrazó. Un abrazo que partió siendo amoroso, pero que escondía sus retorcidas intenciones.

—Pequeña Alicia —susurró y comencé a temblar—. Quédate conmigo. Si estás junto a mí, podremos viajar juntas.

Sus brazos se cerraron más estrechamente en torno a mi cuerpo. Ni mi tía, ni el enfermero presente, pudieron impedir que me rompiera algunas costillas.

Se necesitaron a cuatro personas para lograr apartarla de mí y en su desesperación incluso me mordió un hombro. He leído de algunos animales que deboran a sus hijos muertos.

Siempre pensé que de haber estado solas, ella me habría comido. Así nadie podría separarnos, así habríamos sido una sola.

Y ahora ella escapó del hospital y regresó por mí. Probablemente para acabar lo que comenzó aquel día en que nos vimos por última vez.

—Ella me asusta mucho, Jason. Es a lo que más le temo en todo el mundo y es mi propia madre ¿No es eso triste?

Me arrepiento de haberle contado en cuanto lo veo llevarse una mano a la cabeza.

—Lo lamento, Isabel. Debió ser muy difícil. Yo jamás habría imaginado que guardaras algo así, porque te ves... tan normal.

Normal es una palabra tan relativa como irreal.

—Prométeme que no le contarás a nadie sobre esto —le pido.

Él asiente, aferrando con fuerza mi mano. En este momento, agradezco tanto haberlo conocido. 




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