Sobre tus alas [ Jason Todd]

XLIV Dickstracción

Con el rostro ardiendo, veo como Dick me sonríe.    

—Tenemos trabajo que hacer, vamos. —Jason me saca de la cocina y debe empujarme, porque mi cerebro no es capaz de coordinar algo tan simple como la marcha bípeda.

Entramos al cuarto de estudios y me dejo caer sobre el sillón, gritando contra uno de los cojines. Grito hasta que puedo recuperar mis facultades mentales.

—¡Jason, dime que no estoy soñando!

—Creo que ya se te calentó el cerebro —dice, abanicándome con el borrador de la obra.

No sólo se me calentó el cerebro y eso me hace sonrojar más todavía.

—Vamos, no es para tanto. Sólo fue un beso en la mejilla —exclama, bajándole el perfil a mi felicidad.

—¡Fue un beso! ¡Y de él!

—En la mejilla, y fue apenas un saludo. ¿No me digas que es la primera vez que un chico te besa la mejilla?

Me lo quedo mirando, sin contestarle.

—¡Por Dios, eres tan virgen!

—¿Quién es virgen? —pregunta Dick, que entra de pronto, usando unas muletas.

Quiero matar a Jason. Hace unos minutos estaba en el paraíso y ahora voy en picada hacia el infierno.

—Yo —dice el muy bruto.

—¡Si, claro! Y yo soy un dinosaurio —se burla Dick, sentándose junto a mí.

Ahora su cercanía me pone más nerviosa que antes. Creo que me voy a desmayar.

—¿Qué haces aquí? Se supone que debes guardar reposo —le reclama Jason.

—Vine a ayudarles.

—¡No necesitamos tu ayuda, Grayson! Necesito a la sabelotodo con un cerebro funcional y tú...

Le doy una mirada asesina.

—Tú... ¡Tú me desconcentras! —agrega y vuelvo a respirar.

Admito que tiene razón. Mi cerebro no funciona bien en este momento, sobre todo ahora que me siento tan... sensible. Es difícil explicar, pero quiero estar cerca de Dick... cerca de su cuerpo.

—¿Yo te desconcentro? Harás que me sonroje, Todd, eres como un hermano pequeño para mí, no confundas las cosas.

—¡Eres un puerco, Grayson! Y no haces reír a nadie con tus chistecitos.

—A Isabel sí le hace gracia ¿Verdad?

—¿Uh?

Dick me mira esperando una respuesta, pero estoy en las nubes y no se de qué hablaban.

—¿Tú quieres que me quede?

Su pregunta me toma por sorpresa. Miro a Jason, que está a punto de explotar en ira y a él, que me sonríe con coquetería.

Mi corazón se está partiendo en dos.




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