Es Dick, y mi corazón late tan fuerte que siento que podría partirme en dos.
—¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —Apenas y puedo hablar de la impresión.
—Intento hacer tus sueños realidad.
Por un momento pienso que estoy soñando, que me dormí tras el telón o me cayó un foco en la cabeza, pero no; él está parado frente a mí en el escenario, tan cerca que podría tocarlo.
—¿Qué?
—Tu sueño. Me lo contaste anoche cuando hablamos por teléfono. —Sonríe y ahora sí que me desmayo.
Dejo de respirar.
—¡¿Hablamos por teléfono?! —mi voz se oye más chillona y desesperada de lo que pretendía.
Y mis piernas se sienten como si pisara arenas movedizas.
—Sí. Me preocupé porque no contestabas mis mensajes y te llamé. Te oías algo adormilada, pero fue muy divertido.
¿En serio pasó eso? No puedo recordar nada. Así debe sentirse la gente cuando se despierta en la cama de alguien más después de una borrachera.
—Y... ¿Qué te dije?
—Bueno, me hablaste del sueño que tuviste: tú y yo viendo el atardecer tomados de la mano, escuchando esta canción, entre otras cosas.
¡AAAAAHHHHHH!
Me tapo la cara con horror. Quiero que las arenas movedizas por fin me traguen y desaparecer. Y que Dick olvide todo, por supuesto.
—No te avergüences, ya pasó y no puedes cambiarlo.
—¡Soy una tonta!... Y estaba muy cansada...
—Es una situación bastante cómica, pero tu sueño fue lindo.
Lo observo por entre mis dedos y parece sincero.
—Cuando vi que todavía estabas aquí, se me ocurrió poner la canción y darte una sorpresa ¿Te sorprendí?
—Creo que me va a dar un infarto —le digo, todavía con la cara tapada.
Él ríe y siento su brazo rodeando mi cintura, atrayéndome hacia él.
—Baila conmigo —me susurra al oído, provocándome una extraña contracción en el vientre, como si el infarto me estuviera dando en el estómago.
—No sé bailar —digo más apenada todavía, y nerviosa, muy nerviosa por sus manos aferrando mi cintura, por el calor que de ellas emana y que siento sobre la piel.
—Yo te enseño.
Empieza a moverse lentamente, en una especie de vals hipnótico que acabará conmigo desmayada en cualquier momento. Sabiendo que ya no puede ver mi cara, me la destapo para rodear su cuello, así no me caeré.
Me muevo también a su ritmo y poco a poco mi nerviosismo desaparece, como si fuera un nudo que cede lentamente y se desenrrolla al compás de sus suaves movimientos. Siento sus fuertes brazos rodeándome y sé que estoy a salvo, en el mejor lugar del mundo. Incluso mi corazón late más lento.
Estoy en paz.
—¿Qué otras cosas te dije? —No puedo evitar torturarme.
Creo que sonríe, pero no podría asegurarlo porque tengo la cabeza cómodamente apoyada en su hombro.
—Es un secreto. Sólo te diré que volveré a llamarte a medianoche.
—¿Quieres que esté más avergonzada todavía?
Él niega.
—Quiero que seas sincera conmigo. Sé que te pongo nerviosa, por eso te invité a salir por un mensaje. Si lo hubiera hecho en persona, no quiero imaginar lo que podría haber pasado.
Rio, pensando que ahí sí que me hubiera muerto de una hemorragia nasal. Me extraña que no haya ocurrido ahora, que estoy bailando con él, sintiendo su estimulante aroma, tan pegada a su atlético cuerpo...
Siento como aumenta la presión en mi cabeza. Deja de pensar, Isabel. Deja de pensar.
—Ya quiero que sea domingo —susurra.
El domingo será nuestra cita.
Luego del shock que tuve al leer su propuesta, le pregunté por Kory. Dijo que lo de ellos no resultó y que decidieron ser sólo amigos. Eso trajo de inmediato paz a mi alma y pude dejar de llorar.
Ahora sólo quiero reír. Creo que nunca me había sentido tan feliz.
La música se acaba y no quiero apartarme de él, pero es inevitable. En cuanto sus brazos abandonan mi cintura, un repentino frío me invade y comprendo que estoy perdidamente enamorada de él, y que eso es lo que sentiré cada vez que estemos separados; frío.
Volvemos a recuperar el contacto cuando toma mi rostro entre sus manos. Acaricia mis mejillas y nuevamente mi vientre se contrae. Yo también quiero acariciarlo, pero no me atrevo.
Sus ojos están fijos en los míos. Son tan azules como el mar de esas playas caribeñas que salen en las revistas. Ahora se posan en mis labios y sé que ya no besará mi mejilla.
Mi primer beso...
De pronto, y antes de que nuestros labios lleguen a tocarse, las luces se apagan y un estruendo nos sobresalta. Algo ha caído detrás del escenario.
Alumbrando con su teléfono, Dick va a investigar cuando lo detengo del brazo.
—Espera, Dick ¿No hueles a quemado?
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Editado: 27.10.2020