Sobre tus alas [ Jason Todd]

LVIII Isabel y Jason: Detectives II

—¡No, es imposible!      

Jason ha acusado a la siguiente persona que iba a escribir en mi lista.

—No lo es, Isabel. Tú misma dijiste que debíamos pensar en quién se beneficiaba con el tema. Es evidente que esta persona tenía motivos suficientes: Yo.

Él ha acusado a Brenda.

—Ella me detesta y habría sido capaz de hacer cualquier cosa con tal de no compartir el escenario conmigo.

Ahora que lo recuerdo, ella incluso se mostró feliz por lo ocurrido, quizás...

No. No, ella no lo hizo. Es mi amiga y la conozco. Puede ser algo radical y dramática, pero no a tal extremo y menos con personas que pudieran salir lastimadas. Ella jamás haría algo así.

—Imposible, Watson... digo Jason, ella no lo hizo.

—No estás siendo imparcial, sabelotodo. Debes centrarte en la evidencia y no dejarte llevar por tus sentimientos.

¡Eso es todo lo contrario a lo que siempre me dice!

—No hay evidencia contra ella, sólo tus prejuicios.

Pone mala cara, dándome la razón.

—Además, estás pasando por alto que Dick y yo estábamos ahí ¿Por qué esa persona se arriesgaría a que pudiéramos descubrirla? ¿Por qué no esperó a que nos fuéramos?

—No me preguntes a mí, yo no soy el detective, nunca he sido bueno en eso. Soy de los que pega primero y pregunta después.

Nuevamente mi compañero hace una excelente observación, evidenciando su diligente aunque tosco razonamiento.

—No es necesario que contestes, mi querido Jason. Yo te diré la respuesta sin mayores dilaciones.

—Estoy entendiendo la mitad de lo que dices —ríe, algo abrumado por mi locuaz intervención—. ¿Dilaciones? Ser detective te está volviendo más vieja.

Ignoro sus burlas y lo corrijo.

—No me vuelve más vieja, sino más sagaz. Siento que mi cerebro se ha convertido en una máquina recién aceitada y cada parte trabaja en total coordinación con el resto, logrando una eficacia superior a la habitual. Es... ¡Excitante!

—¿Excitante? Osea que ¿Estás... excitada?

—¡Sí!... Digo no... ¡No es lo que piensas! ¡Argh, por qué tienes que enredarlo todo!

Es tan frustrante a veces.

—¿Enredarlo yo? Eres tú la que se excita hablando raro —sigue burlándose—. La gente normal lo hace hablando obscenidades —suelta y no sé qué es peor, las idioteces que dice o la forma sugerente en que me mira.

—Escucha Jason —lo sujeto por los hombros, captando su total atención—. Esto es algo serio y necesito que pienses con tu cabeza y no con tu pene.

Sí, eso le digo y por supuesto, él explota en risas.

—¡Por Dios, Isabel! Sí que eres rápida, ya empezaste con las obscenidades... —se sostiene el vientre, presa de su risa convulsiva.

—No es una obscenidad, es como se llama y no tiene nada de malo que lo diga. Eres hombre, tienes pene y dejas que eso afecte tu juicio.

—¡Estás excitada y ahora piensas en mi pene! ¿Me estás intentando seducir?

Al idiota ya se le salen algunas lágrimas de tanto reír.

—¡No estoy pensando en tu pene! —grito enfadada y me cubro la boca con espanto.

Demasiado tarde. Oigo exclamaciones de burla de unos chicos que van pasando y quiero que la tierra me trague, mientras Jason se retuerce de risa a mi lado.

Mi Watson sólo me trae dolores de cabeza.

—¡Ya es suficiente! —le reclamo.

—¿Ya se te pasó la excitación o sigo en peligro?

Cretino.

Hundo la cara en mis rodillas, esperando que se le pase la risa y a mi la vergüenza. Este parece ser el fin de mi carrera de detective.

—Hmm... Aaahhh... Aaaahhh...

Me sobresalto cuando oigo los extraños sonidos que reemplazan a las risas de Jason. Son... ¿Gemidos?

—¿Qué te pasa? —lo miro con espanto.

—¡Ay, Isabel! Hmm.. ¡Eso ha estado tan bueno! —celebra, jadeante y placenteramente—. Hmmm... Aaahhh...

—¡Jason, para! ¡Que asco! —Mis mejillas arden y ya no aguanto más esta embarazosa situación. Me levanto para salir corriendo, pero él me jala del brazo, regresándome a mi lugar.

—No te vayas... es sólo que... Aaauch.. Me duele el vientre de tanto reír... —respira entrecortadamente y eso me pone nerviosa.

Y el que me ponga nerviosa me pone más nerviosa todavía. Un nerviosismo muy inquietante.

—Lo siento... es sólo que... ¡Nunca me había reído tanto...!

Un nuevo acceso de risa lo ataca y pienso que lo que acaba de decir es bastante triste. Al menos en este momento es feliz, aunque sea a costa mía.

—¡N-No debería sorprenderme!... —intenta hablar, entre las risas inundadas en las lágrimas que no le dejan de salir y que lo tienen casi sin aire—. Eso... Eso que dijiste... de mi... de mi pene... —se apoya en mis hombros, como si fuera a desmayarse por las violentas carcajadas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.