Sobre tus alas [ Jason Todd]

LIX Isabel y Jason: Detectives III

Intento irme, pero él tiene mi mano aferrada con fuerza y no la suelta.

Y no puedo más con la vergüenza.

—Lo... Lo siento... ¡No pude evitarlo!... Fue... Fue perfecto... —Limpia sus lágrimas, inhalando profundamente.

—¡Que perfecto ni que nada! Lo arruinaste todo. Ahora cada vez que piense en Dick voy a recordar este momento.

Y moriré de la vergüenza.

—Tienes razón, es una mierda —lamenta, poniendo una mano sobre mi hombro—. Estar con un hombre mientras piensas en el pene de otro, no es de niñas buenas como tú. —Vuelve a reír y me libero de su mano, aprovechando para salir corriendo.

Necesito un respiro y sacarme de encima esta sensación de incomodidad y hastío. En el baño mojo mi cara y me deshago del sonrojo que la hacía arder.

El trabajo detectivesco definitivamente es muy duro.

Voy a los casilleros para dejar mis libros. Aún me quedan quince minutos antes de partir al Iceberg y todas las ganas de seguir investigando se han esfumado. Tal vez vaya a la biblioteca para estudiar mientras tanto.

Una mano se posa en mi hombro y la ira resurge como un huracán.

—¡No quiero saber nada de ti, eres un imbécil!

La mano se aparta y cierro de un portazo el casillero. Al voltear, no es la cara de Jason con la que me encuentro, sino la de alguien en cuyo nombre no quiero pensar.

—¿Hice algo que te molestara? —Su mirada luce contrariada y triste.

Y el corazón se me parte.

—¡No, no, claro que no! Yo... Pensé que eras alguien más... ¿Cómo... Cómo estás? —le sonrío nerviosamente.

—Yo bien, eres tú la que me preocupa. Te vi hace un rato con Todd y parecías bastante incómoda mientras él no dejaba de reír ¿Te hizo algo?

No puedo evitar que la preocupación en sus ojos me derrita. Es tan dulce y encantador. Tengo ganas de abrazarlo, pero estamos en medio del patio y no sería prudente.

—¿Isabel? —vuelve a preguntar.

—¡Ah, sí! Digo no... Él no me hizo nada, sólo hablábamos de una tarea.

No parece muy convencido.

—De todos modos, si hace algo extraño, me gustaría que me lo dijeras ¿De acuerdo? —acaricia mi mentón y el cerebro se me apaga, colapsado por los estímulos que los millones de receptores le envían cuando él los roza, sin piedad, sin saber lo que aquel inocente toque provoca en mi cuerpo.

En mi mente.

—Ajá —logro balbucear, perdida en su sonrisa, esa que sabe como doblegar mi voluntad.

—Hablamos en la noche —anuncia, besando mi mejilla y lo veo alejarse, conteniendo el aliento.

Vuelvo a respirar en cuanto lo pierdo de vista y recupero mis facultades mentales, al tiempo que regresa el deseo de volver a la investigación, por Dick...

...

¡Maldito Jason!

Avanzo por el corredor y me lo encuentro en la esquina, apoyado y de brazos cruzados. La diversión es evidente en su rostro.

—Habría pagado lo que fuera por ver su cara cuando lo llamaste imbécil —se burla, pero eso no es lo que me enfada.

—¿Estabas escuchando nuestra conversación?

—Este lugar es público, además, yo iba a ir a hablarte cuando él se acercó y me quedé esperando. ¿Por qué no le dijiste la verdad? —cuestiona, recuperando la seriedad.

—¿A qué te refieres? —Empiezo a andar, alejándonos de los estudiantes que por ahí transitan.

—De nuestra conversación —dice, siguiéndome el paso.

—¡¿Querías que le dijera que hablábamos de tu pene?!

¿Acaso está loco? Yo no podría decirle algo así a nadie.

Empieza a reír, meneando la cabeza.

—No, Isabel. Eso habría sido divertido, pero no me refería a eso, sino a tu investigación.

Lo miro sin comprender la razón de su pregunta.

—Porque no confías en él, Isabel, por eso no le dijiste sobre tus ideas locas del supuesto incendiario. Y si no confías en él para decirle algo tan simple ¿Cómo puedes hacerlo para entregarle tu corazón?

Me paro en seco, pensando si realmente ha sido Jason quien ha dicho todo eso.

Me ve con genuina preocupación y me parece tan extrañamente dulce viniendo de él. Nuevamente, mi sagaz compañero Jason me sorprende con una de sus intrépidas observaciones.

—Escucha, Jason. Di... Él me gusta, pero recién lo estoy conociendo. No puedo ir con él y esperar que se me una en una misión tan ardua como ésta, que requiere de un compañero con tus habilidades.

Me mira con incredulidad.

—¡Tú eres mi Watson! Y esta es nuestra misión, sólo nuestra. ¿Me vas a seguir ayudando?

Lo miro con ilusión y asiente con fastidio.

—Bien, porque con el asunto del pene, no logré decirte cuál es mi hipótesis del caso.

Me oye con atención, esforzándose por no empezar a reír.




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