—¿No vas a salir a recreo?
Jason está parado frente a mí, pero desvío la mirada, ignorándolo.
Oigo que bufa y se va. Me quedo sola en el salón, que se ha convertido en mi escondite. Creo que lo mío con Dick ha terminado antes de empezar. Ni siquiera soy capaz de verlo a la cara.
—¿Te pasa algo? —pregunta Brenda, que se ha quedado a almorzar conmigo en el salón. —Pareces triste.
Con todo el asunto de la organización de la fiesta, ha estado tan ocupada que no había tenido ocasión de contarle nada.
—¡¿En serio Dick te invitó a salir?!
Asiento y chilla emocionada.
—Pero lo arruiné, Brenda. Hice algo estúpido y no sé como arreglarlo.
—¿No sabes? —me cuestiona—. Eso no suena como algo que diría la Isabel que conozco.
¿Será que tanto he cambiado? A decir verdad, llevo un tiempo sintiéndome diferente.
—Tengo que disculparme con él, pero me muero de la vergüenza.
Tendría que decirle que el mensaje era para Jason y eso empeoraría todo.
¿Cómo reaccionaría yo si de pronto descubriera que él habla de vaginas con alguna chica?
Probablemente me molestaría, asquearía, me pondría celosa y me decepcionaría.
Lo último sería lo más doloroso, que él se descepcionara de mí.
—Pues no puedes quedarte todo el día escondida aquí. Tarde o temprano tendrás que ir al baño.
Y sus palabras, que parecen tan obvias, son una sentencia. Mi vejiga está llena y a punto de explotar.
Le pido que me acompañe y me aferro a su brazo, llevándola corriendo por los pasillos. Cuando por fin libero mi urgencia, Brenda no se ve por ninguna parte. Me asomo a la entrada y ni rastros de ella.
Armándome de valor, empiezo a correr de regreso a la sala. Mi mirada se mantiene fija en el piso para no ver a nadie y al doblar en una esquina, choco violentamente con alguien, cayendo al piso un poco aturdida por el cabezazo que nos hemos dado.
—¡¿Eres idiota?! ¡¿Qué mierda te pasa?!
Resulta ser Jason. Literalmente el destino me lanza contra él una y otra vez y terminamos los dos en el suelo.
—Estás... sangrando —observo.
Tiene sangre en la frente y por un momento siento culpa. Sólo por un momento porque él también tiene parte de responsabilidad en todo esto. Él y sus obscenidades.
—No es mía —dice limpiándose y luego me ve con espanto.
De manera refleja me toco la frente y al llegar a la ceja derecha siento la humedad viscosa y un dolor punzante. La tibia sangre empieza a correr en abundancia, impidiéndome abrir el ojo.
—Vamos, tienes que ir a la enfermería. —Me ayuda a levantar y paso un brazo por sobre su hombro.
El dolor en la cadera apenas y me deja caminar.
—Tú y tu cabeza dura ¡Me partiste la cara! —La sangre ha chorreando por mi blusa y aunque intento cubrir la herida con mi mano, las gotas que se escurren por entre mis dedos van dejando un rastro espeluznante.
—No está tan mal como parece —intenta animarme.
Y no lo logra ni un poco. Voy a responderle, pero me entra sangre en la boca y siento que me voy a desmayar. No lo hago y estoy perfectamente consciente para escuchar las atrocidades de la enfermera cuando entramos.
—¡¿Qué le pasó a tu novia?! —exclama con sorpresa, viéndome toda ensangrentada.
De seguro ve muchas telenovelas, por eso encuentra romances en todas partes.
—Chocamos en el patio —le cuenta Jason, ayudándome a subir a la camilla.
Suelto un pequeño grito cuando la enfermera limpia mi herida con alcohol.
—Te hiciste un pequeño corte en la ceja, nada más.
¿Bromea? Estoy cubierta de sangre.
—¿Necesitaré puntadas?
—¡Claro que no! —ríe, ignorando como me desangro—. Esta zona es muy alaraca. Hay que aplicar un poco de presión...
—¡Auch!
—Y ya dejará de sangrar. Sostén aquí. —Me deja presionando un trozo de gasa humedecido en alcohol y parte a revisar a Jason.
Le da una compresa fría para bajar el chichón que apareció en una esquina de su frente y un analgésico. A mí también me da uno y vuelve a inspeccionar mi herida. Efectivamente ya no sangra. Pone unos pequeños parches que mantienen tirante mi adolorida ceja y luego se le ocurre la brillante idea de cubrirla con un trozo de gasa, incluyendo mi ojo.
—Quédate un momento cuidando a tu novia, ya vuelvo.
Jason asiente, algo contrariado y ella nos deja. Me pregunto a dónde va cada vez que sale.
—Ahora sí que me la voy a pasar chocando. Con un sólo ojo no podré distinguir profundidad —me lamento.
—¡¿Por qué mierda estabas corriendo como una loca?!
—¡No me grites, todo es tu culpa!
—¡¿Mía?! ¡¿Fuiste tú la que me chocó?! Ya perdí la cuenta de las veces que lo has hecho.
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Editado: 27.10.2020