Sobre tus alas [ Jason Todd]

LXV Seductor

Vuelvo a clases recuperada parcialmente de mis lesiones. Me duele sentarme y tengo la ceja partida, pero siempre podría ser peor.      

El sábado será la fiesta de Brenda y me ha pedido que la acompañe después de clases a comprar un vestido. Ir con ella de compras es agotador, pero también muy divertido, así que me hago ánimos para caminar toda la tarde en el centro comercial.

Tras el almuerzo, voy a devolver unos libros a la biblioteca y me quedo buscando uno con ejercicios para estudiar álgebra.

—No hay nada como resolver unas ecuaciones antes de dormir —susurro para mí cogiendo un libro cuando oigo una risa a mi espalda y del susto el libro se me cae.

Él lo recoge y me lo entrega.

Mi héroe, mi príncipe, mi futuro novio.

Mi amor platónico que está dejando de serlo.

—De seguro hay cosas mejores para hacer antes de dormir. Yo podría enseñarte algunas. —Me da una sonrisa torcida y tengo que apoyarme en las estanterías para no desmayarme porque las piernas me tiemblan.

Eso ha sido muy intenso. ¿Lo ha dicho en doble sentido? No estoy segura de cómo interpretarlo.

—¿Eres bueno en matemáticas? —le pregunto con ilusión y su sonrisa traviesa me confirma que efectivamente tenía que mal pensar.

Lenta y torpe Isabel.

—Eres muy dulce —dice para rematar y me mareo.

Dulce = idiota, pienso con desgano.

¿Quién querría que la llamaran así? Yo no al menos, soy una persona, no una golosina.

—Me gustaría saber si sabes así también.

Lo miro boquiabierta, sin estar segura de que ha dicho lo que creo haber oído.

Este Dick está on fire.

Tartamudeo, incapaz de articular palabra con la turbadez mental que sus palabras me causan.

Y él parece disfrutar de mi nerviosismo.

—Me gusta cuando te sonrojas.

¡Ay, por favor, Dick detente!

Estamos tan cerca que puedo sentir el suave calor que emana de su cuerpo. Este pasillo de la biblioteca se ha convertido en testigo mudo de la faceta seductora de Dick, como nunca antes lo había visto.

—Eso es muy cruel de tu parte —me quejo, recuperando la cordura y empoderando a mi corazón enamorado, que en momentos como éste, se vuelve débil y cursi.

No puedo caer rendida con tanta facilidad, tengo que parecer más firme y fuerte.

—No quise sonar como un sádico, es sólo que... la forma en que me miras cuando estás nerviosa es muy estimulante.

Trago saliva, deseando apartar la mirada, pero no puedo. Estoy perdida en sus ojos azules, que me bañan como un mar en calma.

Antes de que pueda decir nada, él lleva su mano hasta mi mejilla y disfruto de su suave toque.

Y por breves segundos, soy como un chocolate que se derrite entre sus dedos.

—Me gustas mucho —confiesa, acortando aún más la poca distancia entre nosotros.

Acaricia mis labios con su pulgar y sé que quiere besarme.

Yo también quiero que lo haga, pero no aquí ni ahora, rodeados de personas y en un lugar que para mí es sagrado.

—Espera —me escapo antes de quedar acorralada contra los estantes.

Él me mira contrariado.

—Nada de besos antes de la primera cita.

Listo, se lo he dicho y no me importa si le parezco anticuada o muy conservadora. Sé que es lo correcto. Unas cuantas palabras encantadoras no pueden ser suficiente, lo tiene demasiado fácil. Yo tuve que entrar al equipo de gimnasia y arriesgar mi vida en esos aparatos mortales para llamar su atención, mientras a él con guiñarme un ojo le basta.

¡No es justo!

—De acuerdo, tú mandas —afirma sonriendo y acordamos que nuestra cita sea el domingo.

Busco a Brenda, sintiendo una alegría que no cabe en mi pecho.

—¿Te pasa algo? —pregunta ella, abanicándome el rostro.

—La biblioteca es un lugar maravilloso —declaro, caminando hacia la salida—, deberías ir más seguido. 




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