Sobre tus alas [ Jason Todd]

LXXXVIII Inmóvil

Mi pecho duele. Estoy asustada y no me muevo. ¿Cuándo fue la última vez que me sentí así?

¿Cuándo me convencí a mí misma de que si dejaba de existir el dolor se iría conmigo?

Fue hace una vida atrás. Me había escondido bajo una manta en el fondo del armario. Mamá se había enfadado, dijo que yo no hacía nada bien y me lo quitó todo, incluso mi nombre.

Ser Isabel estaba mal, pero yo no sabía ser nadie más ¿Cómo podía seguir existiendo?

¿Por qué nadie quería a Isabel?

No podía moverme o ella me encontraría. Si no me movía, todo volvería a estar bien, ella lo olvidaría, ella sonreiría.

Mis piernas dolían, pero las aferraba con fuerza, les pedía disculpas por maltratarlas, les suplicaba que no me traicionaran. Dejé de sentirlas y dejé de oír todo sonido en la casa.

Tal vez ella había salido a buscarme fuera, tal vez ya me había olvidado y nunca volvería. Tenía miedo de descubrirlo y no cambié de posición, no podía.

Las ganas de orinar llegaron de repente, pero con una intensidad que aguijoneaba mi vientre como un puñado de agujas, las que se esparcieron por mis piernas, recordándome que todavía existían.

Aguanté todo lo que pude, como siempre. Aguanté hasta que mi cuerpo se reveló y dejó de obedecerme. Sentí la tibieza del líquido fluyendo bajo mi cuerpo y di un suspiro de alivio. Algo del dolor que tenía había acabado.

El frío vino después, junto con el hambre y las agujas, que ahora estaban por doquier. Ya no pude más y todo seguía en silencio. Sólo estiraría las piernas y los brazos, nada más. No intentaría escapar, no intentaría desobedecer; ya no sería Isabel nunca más.

En cuanto mis brazos dejaron de rodear a mis piernas, la campanilla tintineó levemente. Mamá quería saber donde estaba en todo momento y la colgó en mi cuello, como si fuera un gato.

Tal vez era un gato y no un niña.

Estiré mis piernas y la campanilla volvió a sonar. Las puertas del armario se abrieron de golpe y dejé de respirar. Ella estuvo allí todo el tiempo, esperando igual que yo, evitando todo sonido que la delatara, pero yo perdí.

La manta que cubría mi cuerpo fue jalada y me sentí desnuda, expuesta y aterrada, como si me hubieran arrancado la piel, como si el aire me quemara y asfixiara. Cerré los ojos, deseando desaparecer y dejar de existir.

"Duraste mucho esta vez, Alicia. Mamá está muy enfadada".

¿Por qué ser Isabel estaba mal?

Odiaba a Isabel más que a nadie en el mundo.

Unas manos rodearon mi cuerpo y seguí inmóvil, esperando el castigo por no ser perfecta.

—¡Isabel! ¿Qué... Qué pasó?

No era la voz de mamá.

Jason.

Está aquí y no quiero ver sus ojos.

—Todos me odian, Jason... ¿Por qué tú también me odias? No quiero que me odies... Yo... Yo puedo cambiar... pero no puedo dejar de ser Isabel... Quiero desaparecer... No me dejes sola...

Lloro, aferrando su polera. El aire se vuelve más escaso y mi vista se nubla.

—No te dejaré, Isabel y si te vas, yo me iré contigo. 
 




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