Sobre tus alas [ Jason Todd]

XCI Éste no cuenta

Me levanto sintiendo que mi cabeza triplicó su peso en una noche. Corro hasta el baño a vomitar. La ausencia de la cortina de la ducha me recuerda la ceremonia que hice ayer. No hay rastros de cenizas ni olor a quemado, Jason debió limpiar.

Incluso llevo puesto mi pijama.

Por lo que sé, cuando la gente se emborracha es más común despertarse con menos ropa de la que se tenía, no con más. Él es un buen amigo.

—Hola —lo saludo en la cocina.

Está de espaldas, preparando algo.

—¿Te... Te acuerdas de todo lo que ocurrió anoche? —pregunto con los dedos cruzados.

Siento algo de ardor en las mejillas.

—¿Quieres saber si me acuerdo de tu trasero?

Maldición.

—¿O del interesante lunar que tienes en...?

Le cubro la boca, impidiéndole continuar y él me muerde un dedo.

Dice que tome una bebida hidratante para la resaca, junto a un analgésico.

¿En qué momento compró esto? ¿Por qué se ve mejor que yo si estaba más ebrio?

Los misterios de la vida que ya no me molestaré en resolver.

—¿Qué vamos a desayunar? —le preguntó, intentando ayudarle.

—Son las tres de la tarde, no será desayuno, sino desalmuerzo.

¿Desalmuerzo? Es tan absurdo que empiezo a reír.

—¿De dónde sacaste eso? ¿Lo inventaste tú?

Él niega, también sonriendo.

—Es lo que dice Bruce cuando... cuando llega tarde... Él trabaja mucho.

La risa se esfuma de su rostro y mi cabeza duele más todavía.

Desalmorzamos en silencio, perdidos en nuestros propios pensamientos, luchando con nuestros propios demonios. Horas después, finalmente le cuento lo que ocurrió y las lágrimas regresan.

Tengo que dejarlo salir o acabará por envenenarme.

—¡Ese hijo de puta de Roy! ¡Voy a golpearlo hasta que su cara se me quede pegada en los puños! ¡Puto pelirrojo! —gruñe Jason, caminando de un lado a otro.

Ojalá yo pudiera estar furiosa y gritar o golpear gente para que se me pase, pero sólo estoy triste, con las partes del cerebro que albergan los sentimientos destrozadas.

—Tu mejor amigo es pelirrojo —le digo—. Y la chica que te gusta también.

—¡Es una puta invasión! Nos tienen rodeados.

Rio de sus idioteces, limpiando mis lágrimas.

—Siempre pensé que mi primer beso sería un momento hermoso e inolvidable y esperé mucho hasta conocer a la persona adecuada, hasta estar segura de que sería especial... Y pensé que esa persona sería Dick... ¡Yo quería que fuera Dick! —mis lágrimas vuelven a salir a borbotones y Jason me abraza.

—A veces la vida no es color de rosas y tienes que aceptarlo —dice—. A veces sólo te tocan las espinas.

Sigo sollozando apoyada en su pecho. Él acaricia mi espalda con serenidad.

—¿Tú primer beso tampoco fue lindo?

Él se encoge de hombros.

—Fue con una mujer mayor, como de la edad de tu tía.

Me quedo sin aliento. Todo empeora cuando me cuenta que él tenía once años. ¡Era un niño! ¿En qué estaba pensando esa mujer?

No me atrevo a preguntarle más, pero él sigue hablando.

—Mi madre llevaba muerta mucho tiempo, mi padre no había ido a casa en días, probablemente estaba en la cárcel o había muerto también. Tenía mucha hambre.

El vientre se me contrae y lo abrazo con más fuerza aún.

—Ella me descubrió intentando robarle la radio del auto. Me dio unas cachetadas y luego de que le conté mis razones, ella me invitó a comer. Sentí que era mi noche de suerte. Fuimos a un restaurante y me dejó pedir todo lo que quisiera. Supongo que se sentía sola. Su esposo la había dejado por otra y necesitaba desesperadamente conversar con alguien.

Él hace una pausa y pienso que ya no continuará, pero lo hace.

—Ella averiguó donde vivía y llegó a verme un día. Me dijo que si la besaba me compraría una pizza.

El corazón se me aprieta y mis lágrimas se vuelven más abundantes.

—Para mí no fue mi primer beso, fue mi primera pizza —dice riendo y no entiendo cómo logra recordar algo así con alegría.

Yo no podría.

—¿Sólo la besaste? —me atrevo a preguntar, temiendo por su respuesta.

—¿Quieres saber qué me ofreció a cambio de sexo? No te lo diré.

No hace falta que lo haga. Se suponía que su relato me haría sentir mejor, pero ahora estoy más triste que antes. Lloro por mí y por él, porque sé que no se permite hacerlo.

—Vamos, Isabel, deja de llorar. La moraleja de esta historia es que el beso que le diste a ese imbécil no cuenta. Lo importante no es cuántas veces lo hagas, sino cómo lo sientas y tú no lo sentiste como el primero.




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