Sobre tus alas [ Jason Todd]

XCVII La sabiduría de Salomón

—¿Fuiste a botarlos con el pie? —lo encaro.

—¡Claro que no! No se puede pisar la pista.

—Entonces mentiste al decirme que nunca habías jugado. De todos modos, eres un tramposo.

Me enfurezco y voy por mis cosas para irme.

—Oye, no seas mala perdedora.

Es un idiota por creer que me convencerá así.

—Escucha, Isabel. De verdad es la primera vez que vengo, debió ser suerte de principiante.

Lo miro con enfado y su expresión parece triste. Rayos, así sí puede convencerme. Vuelvo a guardar mis cosas y me siento a comer unas papas fritas, necesito recuperar mi centro. Él se sienta frente a mí, complacido y descansamos del estresante primer turno del juego.

¡Todavía nos quedan nueve!

Tal vez la apuesta no fue tan buena idea. Esto debería ser divertido y no desgastante.

De pronto, Jason coge sorpresivamente mi mano cuando estaba por limpiarme la boca. Iba a hacerlo con mi servilleta de cálculos. Él me la quita y me da otra. De todos modo, no sirve de nada en un sistema capitalista y corrupto como éste.

Voy de nuevo al frente de batalla. Tomo la bola calculando mentalmente cómo evadir la curva de la muerte. Quizás si la tiro chueca, con la curva se enderece y pueda ir en línea recta. Volteo a ver a Jason, extrañada por la ausencia de sus burlas y veo que la chica que lo miraba se ha sentado en mi puesto, frente a él.

Se ve turbado. Creo que ella le gusta y lo pone nervioso.

Vuelvo a mirar la pista rápidamente, esperando que no hayan notado que los vi. No puedo tirar todavía. Tendría que regresar y no quiero interrumpirlos.

Rayos.

Tendré que fingir que sigo ensayando el tiro y evaluando la trayectoria. Empiezo a imitar las poses que se ven en los videos tutoriales de las pantallas a los costados y me siento tan ridícula.

—¿Necesitas ayuda?

Un chico se me acerca. Estaba en la fila tras de mi cuando fui a quejarme. Fue uno de los que se rio.

—No soy una damisela en apuros ni necesito que te hagas el lindo conmigo. Sólo hago tiempo mientras mi amigo habla con esa chica.

Patán.

—Es mi hermana —dice, encogiéndose de hombros—. Podemos hacer tiempo juntos y de paso te doy unos consejos para que le patees el trasero a tu amigo.

El patán sabe exactamente lo que quiero. Tal vez podría intentarlo.

El chico resulta ser muy amable y es muy claro en sus explicaciones. Sigo al pie de la letra sus consejos y logro botar seis pinos. En mi segundo tiro boto dos más.

¡No puedo creerlo!

Es el turno de Jason y llega a mi lado. No parece muy feliz.

—Ahora eres tú la que hace trampa —se queja.

—No es cierto. Sólo estoy mejorando mis cálculos gracias a los magníficos consejos de Billy ¡Es maravilloso!

Jason ríe entre dientes.

—Debe ser una puta broma —masculla con furia, tomando su bola.

La lanza con tanta fuerza que toca el piso casi al llegar a la mitad de la pista y choca contra el fondo sonoramente, botando dos pinos.

Segundo lanzamiento y vuelve a ser muy fuerte. La bola se le va por la canaleta.

Los hermanos siguen jugando en la pista de al lado y cuando es mi turno, Billy vuelve para darme consejos, momento en que su hermana aprovecha para hablar con Jason, pero él está demasiado enojado como para notar la linda sonrisa que ella le dedica. Es un tonto.

Decido seguir jugando sin los consejos de Billy, para ver si así el ánimo de Jason mejora, pero no lo hace. Parece irritarse cada vez que ellos ríen o celebran por sus jugadas. Cuando lo veo aferrándose la cabeza, comprendo que su enfado no tiene nada que ver con el juego y que está empezando a sentirse mal.

—Ya me aburrí y estoy cansada ¿Nos vamos? Ya te pateé el trasero y con los turnos que quedan no podrás repuntar.

Su expresión parece mejorar. Me despido de Mary y de Billy y nos vamos. Pensé que ella había llamado la atención de Jason, pero apenas y la miró antes de salir.

—Supongo que hay cosas que sólo se aprenden con la práctica —reflexiono, sintiéndome absurda por hacer todos esos cálculos con los que pensé que le ganaría.

La noche está fría y él no tarda en darme su chaqueta.

—Pero te dará frío.

Sólo lleva una polera de mangas cortas, la mía al menos tiene mangas largas.

—Yo soy más caliente que tú —dice con sorna.

La acepto para no discutir sobre calentura.

La chaqueta es la misma que usaba la noche de la fiesta. La misma que usé cuando estaba desnuda, sólo que ya no huele a alcohol, sino sólo a Jason.

—Ahora tendré que ser tu esclavo ¿Me darás de latigazos?

—¡Claro que no! Nunca podría hacerte eso —le digo, subiendo a la motocicleta y aferrándome a su espalda. Está muy tibia y apoyo en ella mi mejilla fría.




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