Sobre tus alas [ Jason Todd]

CI Dulce afecto

No quiero voltear. El agujero en mi pecho se vuelve más grande y aferro el pajarillo que cuelga de mi pulsera. Se ha convertido en un amuleto, en él deposito mis esperanzas. A cambio, me da fuerzas para continuar.

No volteo y es él quien llega frente a mí.

—Lo lamento —dice.

Me atrevo a buscar sus ojos y allí están, tan azules como los recordaba, tan llenos de arrepentimiento como no creí posible.

—Debí haberte escuchado, pero me sentí tan decepcionado, tan engañado y lo que dijiste me hizo sentir muy estúpido también. Antes, otras chicas me habían engañado, pero nunca me dolió tanto como verte besando a Roy.

Yo nunca he tenido un novio y, por ende, nunca me han engañado, pero sé lo que duele ser traicionada por alguien que estimas.

—Luego, cuando la verdad salió a la luz, me sentí mucho más estúpido todavía, por caer en ese juego absurdo, pero supongo que necesitaba evidencia para creer.

Eso lo entiendo muy bien, la ciencia avanza en base a la evidencia, sin ella sólo nos queda la superstición, los engaños y las ilusiones; los cuentos fantásticos que nos hacen felices.

—Lo que más lamento es que hayas salido herida por mi culpa.

Estira su mano y acaricia mi cabeza, peinando mi cabello con sus dedos.

Bajo él tengo una herida que requirió de siete puntos y todo el cabello alrededor rasurado, por suerte lo cubre el de más arriba. La mira y su expresión se entristece aún más.

Su mano es tan cálida como la recordaba y por instantes, el tiempo se detiene, como antes, cuando sentir su tacto era lo que más deseaba en el mundo.

Aferro su mano para apartarla.

—Veo que todavía la llevas ¿Te gustó?

Mi pulsera.

Entonces fue su mano la que sostuvo la mía. Y era su cálida voz la que me llamaba en la oscuridad, negándose a dejarme ir. Sin saberlo, era él a quien he deseado ver todo este tiempo.

Es Dick quien sigue haciendo latir mi corazón, como siempre ha sido.

¿Cómo pude confundirme tanto y malinterpretar la profunda amistad que tengo con Jason?

Estoy mareada.

—¿Crees que aún haya una oportunidad para nosotros? —pregunta, con su mano aún en mi rostro y la mía sobre ella.

Nosotros, no creí que fuera posible.

—Tal vez...

Él me abraza y lloro sobre su hombro. Aferro el pajarillo azul y mi llanto se intensifica. Éste era el mejor lugar del mundo, lo descubrí la primera vez que me abrazó, pero sigo llorando.

Deben ser lágrimas de felicidad.

—¿Fuiste a visitarme al hospital?

—Todas las tardes. Cada vez que llegaba deseaba ver que por fin te habías despertado y me sentía culpable de que estuvieras allí... Y de haberte dejado sola esa noche.

La congoja en su voz me hace aferrarlo con más fuerza todavía.

—¿Y decías mi nombre?

—Sí. He leído que las personas en coma pueden oír lo que ocurre alrededor y quería que supieras que yo estaba contigo, que no estabas sola. Te llevé la pulsera para que te acompañara cuando yo no estuviera allí. Iba a dártela en nuestra primera cita.

Sus palabras sólo me hacen llorar más.

—Incluso llevé un libro para leértelo.

Eso es muy dulce.

—¿Me leías cuentos? —le pregunto, intentando animarme.

—Eso no hubiese estado a tu nivel. Te leía un libro de astrofísica. Trataba sobre teorías del espacio tiempo y cómo la gravedad influye en él o eso creo. No entendí mucho, pero supuse que tú sí lo harías.

El espacio y el tiempo. Entonces por eso tuve esos pensamientos.

Al parecer, he seguido soñando desde que abrí los ojos en el hospital y por fin me estoy despertando realmente.

—Me gustaría que volvieras a leer ese libro para mí.

Oigo su risa y el agujero en mi pecho se vuelve más pequeño.

—Claro. Así por fin podré entender de qué se trata.

Seguimos abrazados por largo rato. Mis lágrimas han dejado de caer y disfruto del gentil afecto de Dick. Me refugio en su calor y siento que mis fuerzas regresan, pero mi felicidad no es completa.

La angustia sigue allí, profunda y palpitante.

—¿Dick?

—Sí, Isabel.

—¿Sabes dónde está Jason? 




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