A la sorpresa de encontrarme con Roy aquí se suma la noticia de que Kory es una paciente.
Me siento mareada y me apoyo en la pared. Junto a mi mano hay un cuadro de una mujer arrodillada en señal de súplica. Alza sus manos al cielo con el pecho descubierto mientras sobre su cabeza revolotean criaturas aladas que no deberían existir.
Su expresión al verlos es de un terror difícil de describir a menos de que lo hayas vivido. Es el miedo de comprobar que lo que creías falso se ha vuelto real y podría matarte o de que todo lo que pensabas que era cierto, no era más que una ilusión.
El miedo a una verdad inconcebible.
¿Es lo que siento ahora?
Tal vez una pequeña pizca, pero tengo la certeza de que esos bellos cuadros podrían no ser tan adecuados para estar aquí, con personas de mentes dañadas y frágiles, tan susceptibles a esas fantásticas ensoñaciones.
—Isabel ¿Estás bien?
Roy se acerca y retrocedo. Su aroma me produce náuseas.
—Sí. Estoy bien. Tengo... tengo prisa, nos vemos.
Sigo avanzando por el pasillo, sin mirar atrás. Kory debe estar internada en este piso también. La idea de encontrármela por casualidad me aterra.
Y la cabeza me palpita y pica donde los puntos obligan a mi cuero cabelludo a mantenerse unido, pero no puedo dejar que el miedo me domine.
Sigo adelante.
El pasillo me lleva a una pequeña sala de espera, frente a la que hay una recepcionista. Ella ya sabe la razón de mi presencia allí, probablemente se lo dijo la primera recepcionista con la que hablé.
Dice que el psiquiatra de mamá hablará conmigo antes de que pueda verla.
Tomo asiento, esperando que me dé buenas noticias y que mamá esté mejor.
Quiero que me diga que ella sanará.
Una mamá sana. Sería algo completamente nuevo. Una mamá nueva para conocer.
Mantengo mis expectativas bajo control, para no decepcionarme, pero a nadie le hace mal soñar un poco.
Por fin me llaman y voy hasta la oficina del doctor. Es un hombre joven y puedo ver unos ojos serenos y sabios, propios de alguien mucho mayor.
El gafete en su delantal dice "Hector Hall".
—Doctor Hall ¿Cómo está mi mamá?
Él me da una sonrisa dulce y conciliadora. Supongo que mi expresión de terror es muy evidente.
El hombre dice que ella ha tenido una notable mejoría. Está más tranquila y cooperadora y se toma las medicinas sin problemas. Dice que su conducta destaca por sobre las demás pacientes.
—¿Podría ser que esté fingiendo?
Siento que se me llenan los ojos de lágrimas de sólo pensarlo y me siento terrible por concebir una idea tan retorcida, pero ella ya lo ha hecho antes.
"Anda, tu mami sólo quiere darte un abrazo", me dijo uno de los enfermeros la última vez que la visité en el hospital, segundos antes de que me rompiera las costillas con su abrazo.
Él ríe por mi desconfianza, invitándome a verla. En el camino me cuenta que ella participa en un taller de arte y que ha hecho muchas pinturas, que el avance en su estabilidad mental es distinguible en ellas.
La idea me resulta fascinante y le digo que me gustaría poder verlas. Promete que lo haremos en mi siguiente visita porque no tiene mucho tiempo.
Yo espero poder tener una siguiente visita.
Me da indicaciones de seguridad hasta que nos detenemos frente a una puerta de vidrio con un guardia de aspecto severo. Allí debo firmar el libro de visitas.
—Ella estará feliz de verte. Siempre le habla a las enfermeras y a otros pacientes sobre ti. Dice que eres una niña muy inteligente.
Se me hace un nudo en la garganta y no me atrevo a preguntarle si les dice que me llamo Alicia o Isabel. Ya lo averiguaré.
—Sería bueno que más familiares vinieran a verla. El apoyo de los seres queridos es fundamental para su progreso y además de ti, sólo ha venido su sobrino.
Un frío glacial recorre mi espalda.
—¿So-sobrino? ¿Cu-cuándo vino?
—Hace dos días.
Hojeo con las manos temblorosas el libro de registros buscando el nombre de mamá. Al encontrarlo, deslizo mi dedo hasta la columna de "visita".
Contengo el aliento leyendo el nombre que allí aparece.
"Donny".
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Editado: 27.10.2020