Sobre tus alas [ Jason Todd]

CVII Representaciones oníricas

Por un momento, tantas ideas se agolpan en mi cabeza que creo que voy a desmayarme.

Vuelvo a ver el registro.

"Donny Stone".

Es su nombre, escrito hace dos días a las diez y cuarto de la mañana. Y no tiene sentido.

Él se fue y si hubiera vuelto, no vendría aquí. Habría ido a casa, con mi tía.

—¿Lista? —pregunta el doctor y sé que la respuesta es no.

Estoy mucho menos lista que cuando llegué. Han sido demasiadas sorpresas y ahora esto. Quisiera salir de aquí y estar en un lugar donde pueda sentirme segura.

Me alegro tanto de no haberle pedido a mi tía que me acompañara. El impacto hubiese sido tal que habría terminado internada también.

Quiero irme, pero debo saber lo que está pasando.

—Sí —le digo al doctor Hall—. Estoy lista.

La puerta de vidrio se abre y un nuevo pasillo me lleva hasta la sala de visitas. Es bastante amplia y de un tono rosa pálido.

Hay varios sillones y mesitas, todo muy acogedor si no fuera porque la mitad de las personas lleva ropas blancas, características de los pacientes de esta clínica.

Tomo asiento en un rincón, cerca de la puerta por si debo salir corriendo. En un recorrido rápido cuento a seis pacientes con sus respectivas visitas y a tres enfermeros repartidos por la sala. Son altos y corpulentos. Hay uno a poco más de cuatro metros de mí, eso es bueno.

Espero en el sillón. La mesa frente a mí es pequeña y la empujo para evaluar su peso. Me alegra descubrir que está anclada al piso.

Unos cuantos minutos después, ella llega y se sienta en el sillón frente a mí. Su cabello rubio como el mío luce brillante y bien peinado. En sus ojos hay una quietud que me parece tan extraña como maravillosa.

—Hola —dice, sonriendo sutilmente.

—Hola —respondo, haciendo un gesto similar.

Debo tantear el terreno antes de hablar del visitante misterioso.

Le pregunto qué le parece la clínica, cómo es su habitación y si se lleva bien con sus compañeros. Sus respuestas se oyen perfectamente lúcidas y racionales. Ella habla con un tono suave y relajado.

El mismo que usaba frente a otras personas para que no sospecharan lo que ocurría en casa.

—Si hubiese sabido que vendrías, me habría preparado.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Tal vez lamenta no haber traído algo para apuñalarme.

—Te habría preparado galletas. Hay un taller de repostería.

Me siento mortificada por pensar mal de ella y pese a lo doloroso que resulta, sé que lo seguiré haciendo.

—Lo que sí traje fue uno de mis dibujos. Es para ti.

Cojo el rollo de papel que me extiende. Lo estiro con las manos temblorosas, esperando lo peor.

Soy yo.

La yo de hace unos once o doce años atrás.

En la pintura hay una pequeña niña rubia sentada bajo una ventana cerrada. Sonríe, sosteniendo en sus brazos un conejo de felpa.

Recuerdo ese juguete. Fue mi favorito hasta que las alucinaciones de mamá empeoraron y el conejo se volvió sinónimo de pesadilla.

—Así es como yo te recuerdo, Isabel.

Mi nombre.

Mi nombre saliendo de su boca, con su voz. Se siente como un sueño y sé que este es el momento en donde salto a sus brazos y lloramos juntas, prometiéndonos que todo estará bien y que por fin seremos felices.

Sigo en mi puesto, pensando en la ventana sobre mí.

—Así eras la última vez que te vi, el resto... Hay tanto que hemos perdido y que debemos recuperar. Mi pequeña niña ya es toda una jovencita.

No me muevo. Esa ventana bien podría representar el túnel de Alicia. Todo está allí, incluido el conejo.

—Ojalá pudiera retroceder el tiempo, cariño. Haría las cosas completamente diferente... Habría pedido ayuda a tiempo para no herirte.

Me parece ver algo que se refleja en el cristal de la ventana. Una silueta tal vez, una sombra del otro lado.

—Pero no podemos contar con el tiempo que se fue, sólo con el que viene. Serán buenos tiempos, cariño. Ahora todo estará bien, yo estaré bien, ya verás. No seguiré persiguiendo fantasías.

Es alguien detrás, aparentemente un hombre. En casa nunca vivió un hombre, sólo éramos ella y yo ¿Quién podrá ser?

—Isabel ¿Me estás escuchando?

Tal vez debería preguntárselo, aunque me asuste oír la respuesta.

—Alicia.

La pintura se me resbala de las manos. 




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