Sobre tus alas [ Jason Todd]

CXII Instinto detectivesco

Pese a que mi tía no había regresado a casa todavía, le pedí a Dick que fuera a dejarme. En cuanto llegué, me cambié rápido de ropa y busqué un taxi.

No podía decirle a Dick la verdad. Él habría insistido en acompañarme y si vamos los dos, Jason podría sentirse acorralado y huir.

No, debo ir yo sola.

En el asiento trasero del auto miro mi rostro con el teléfono. Me puse un polerón con capucha que era de Donny y unas gafas oscuras de mi tía. Así, si Jason me ve primero que yo a él, no me reconocerá y no huirá.

He pensado en todo.

Por fin llegamos. El sol del atardecer ha teñido con sus reflejos rojizos el mar sereno, haciéndolo lucir bellamente. A mi espalda, las edificaciones de las partes bajas de Gotham contrastan llamativamente, haciéndome desear desviar la vista y sólo ver hacia delante.

Es tarde, pero las faenas portuarias no se han detenido. Por todos lados veo buques mercantes siendo descargados, hombres y máquinas yendo de un lado para otro, enormes grúas alzando contenedores por sobre mi cabeza y el atronador saludo de los barcos que se van, y de las gaviotas que buscan conseguir alimento en un ambiente tan invadido por la humanidad, hacen de este puerto uno de los lugares más ruidosos de la ciudad.

Sin embargo, aquí me trajo Jason la última vez que intentaba escapar del sonido de las risas, un lugar donde el ruido ambiente es tan intenso que no le permite oír el que hay en su cabeza. Aquí él puede disfrutar del silencio.

Dirijo mis pasos hacia el muelle donde nos sentamos a ver el océano en aquella ocasión y él no está allí.

¿Qué esperabas, Isabel?

Tu deducción pudo ser correcta y él quizás vino aquí, pero han pasado dos semanas, no iba a estar sentado allí dos semanas.

Me siento, exactamente donde recuerdo que él se sentó ese día. Aquí él logró aclarar su mente, eso es lo que necesito ahora.

Él no está aquí y ya no sé qué hacer.

Por un momento, mi imaginación vuela y quisiera quedarme aquí para siempre, así, si él regresara podría verlo y ayudarlo a resolver lo que está ocurriendo.

Y que regrese a casa.

Miro el mar a mis pies, que luce oscuro y abismante y el temor del suicidio regresa. ¿Y si no pudo soportarlo y se lanzó al océano?

Las lágrimas empiezan a caer tras mis gafas y me levanto antes de que la tristeza me debilite. Debo confiar en mi deducción y confirmarla, no puedo rendirme tan fácilmente.

Empiezo a preguntarle a los trabajadores del puerto si han visto a alguien con las características de Jason. Todo sería más fácil si tuviera una fotografía suya. Tomo nota mental de sacarle muchas fotos cuando lo recupere.

Y no sería mala idea ponerle un chip con GPS también. Sería algo posesivo y tal vez humillante para él, pero así no volvería a perderse ¿No lo hacen las personas que aman a sus mascotas? Él no es una mascota, pero es mi esclavo, no he olvidado nuestra apuesta y me encargaré de recordársela.

Llego a la zona donde están los barcos más pequeños tras preguntar sin éxito a los trabajadores de los grandes mercantes. Ya casi ha oscurecido y no queda mucha gente. Tendré que volver más temprano, tal vez deba faltar a la secundaria.

Hablo con un hombre de mediana edad que me mira con curiosidad. Tiene una boina negra bajo la que se asoma su cabellera rubia, la piel tostada por el sol y unos ojos verdes que parecen muy transparentes, tanto que he notado perfectamente su sorpresa cuando describí a Jason. Él lo conoce, estoy segura.

—Y... ¿Por qué lo buscas? ¿Hizo algo malo? —se acomoda la boina, viéndome con sospecha.

Me quito las gafas y lo miro con la expresión más tierna y dulce de la que soy capaz.

—¡Él es mi hermano querido! Discutió con papá y huyó de casa, pero él ya lo perdonó y lo hemos buscado con desesperación por todas partes —me cubro la cara con las manos, metiéndome un dedo al ojo para llorar.

El hombre luce afligido, pero sigue sin hablar. Un perro llega junto a nosotros, alertado por mi llanto. Nos mira con curiosidad y se frota en la pierna del hombre, que lo mira con dulzura.

—¡Mamá no duerme, sólo se dedica a llorar día y noche!... Y... y nuestro perrito no quiere comer, extraña demasiado los paseos que él le daba... ¡Si no lo encuentro pronto, me temo que se morirá de la pena! —vuelvo a cubrirme, fingiendo que lloro amargamente.

—¡Oh, por Dios! Eso sería terrible... Escucha... no llores más, por favor.

Me limpio las lágrimas, oyéndolo con toda la atención y esperanza del mundo.

—Hace unas dos semanas llegó un chico y lo acepté en mi barco, pero no se llama Jason, sino Peter.

Él está escondiéndose, la probabilidad de que se cambiara el nombre es de un 100%.

Lo mismo piensa el señor y me guía hasta su barco.

—¡Hey Kal! Dile a Peter que venga —le grita a un chico que está a bordo de un pequeño barco.

Es pequeño comparado con los enormes mercantes, pero luce bastante imponente al verlo de cerca. Una bandera ondea débilmente desde el palo mayor con la tenue brisa salobre y a un costado del casco, pintada en verde sobre el blanco metal, destaca la palabra "Atlantis".




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