Sobre tus alas [ Jason Todd]

CXXI Pipa de la paz 2.0

Me siento a la sombra de un árbol, cansada. Este día se ha hecho muy largo.

Jason se sienta junto a mí. Al fin está más calmado. Todo valió la pena por lograr que dejara ir ese deseo obsesivo y desquiciado.

—Verte golpear a ese tipo fue más excitante que lo que me hiciste en el auto —comenta, riendo despreocupadamente.

Extrañaba su risa, pero no sus bruscos cambios de humor, eso sigue asustándome un poco.

—Ese tipo pudo haberme lastimado y ni te importó. Incluso lo animaste a hacerlo.

Idiota inmaduro.

—Después de la cachetada que me diste, sabía que el imbécil ese no tendría ninguna oportunidad contra ti. Además, Grayson me contó de la luxación de muñeca que le hiciste —vuelve a reír burlonamente.

Pobre Dick.

—¡Lo encontré poniéndose ungüento, el muy marica!

En sus bellos ojos azules ya no hay rastro de la locura que antes los nublaba, nada queda ya de ira tampoco. Está sonriendo feliz, como si sólo importara el aquí y el ahora, pero...

¿Por cuánto será eso?

Acaricio su mejilla, donde mi mano quedó marcada. No me agrada haberle hecho daño, pero fue necesario. No puedo responder a su rudeza con sumisión o acabaríamos atrapados en un ciclo tóxico y sin retorno.

—Sigues siendo mi esclavo, te ordeno que dejes de hacer estupideces —le digo.

En el fondo, también es una súplica desesperada.

Él coge mi mano, manteniéndola en su lugar.

—La semana que debías ser mi ama, te dedicaste a dormir, sabelotodo. Me abandonaste.

La tristeza que, de pronto, ha impregnado su voz me hace un nudo en la garganta. Es un reproche cargado de dolor y no lo entiendo.

—Estuve en coma, yo no decidí que ocurriera. Fuiste tú quien me abandonó... ¿Por qué te fuiste? ¿Qué pasó?

Suelta mi mano, poniéndose de pie.

—Ya es tarde, regresemos —dice.

—No hagas esto, hablemos. Yo escucharé sin juzgarte, pero no me dejes fuera de lo que está ocurriendo, por favor, Jason.

—¿Cómo podría dejarte fuera si tú eres parte de todo lo que está ocurriendo?... ¡Maldición! —se aferra la cabeza, apesadumbrado.

Me apresuro a levantarme y lo abrazo.

—No vayas a ninguna otra parte, quédate conmigo —le pido.

Intenta reír, pero su risa es forzada y con tintes de frustración, como si mis palabras significaran mucho más de lo que quieren decir. Acaricio su cabeza, deseando extinguir los sonidos invasores y las ideas fuera de lugar y todo lo que lo atormenta.

—Quiero ayudarte, pero no sé cómo —lamento.

Un inoportuno gruñigo estomacal, digno de un oso famélico, nos sobresalta. Yo también estoy un poco hambrienta.

—De acuerdo, ya sé por dónde empezar. —Tomo su mano y lo llevo a conseguir algo de alimento.

~🦇~

A un costado del parque hay un puesto donde venden hot dogs, sándwiches, papas fritas y otras refinadas delicias libres de ácidos grasos trans.

Jason come ávidamente y no me extrañaría pensar que es lo primero que se lleva al estómago en el día. Cuando esas ideas obsesivas se instalan, no debe poder pensar en nada más, así pasaba con mamá y como ella no comía, yo tampoco.

¿Un futuro lleno de episodios como el de hoy me esperará con Jason? ¿Una vida como la que tuve con mamá?

Quiero creer, con todas mis fuerzas, que él está a tiempo de mejorar, pero si no es así... por mucho que lo ame, no quiero vivir una vida llena de horror y locura a su lado, merezco algo mejor que eso. Tardé muchos años en convencerme de aquello y no voy a retroceder. El poco romanticismo que hay en mí no bastará para tanto.

—¿En qué piensas, sabelotodo? Si estás en las nubes me comeré todas las papas —enarca una ceja traviesa.

Es tan lindo cuando está bien.

—Si no comes, tendré que alimentarte. Abre la boca —indica.

Sonrío, mirando la papa que me extiende.

—¿No la quieres? ¿Qué tal así? —sostiene un extremo de la papa en su boca y se acerca, cogiéndome de los brazos.

—Olvídalo, Jason. No quiero que mi primer beso sea salado y aceitoso —lo aparto, viendo cómo se come la papa y sonríe juguetonamente.

—¿El primero? —cuestiona con interés.

—Por supuesto. Tú me dijiste que los otros no contaban, el primero será cuando vuele.

—Me lo pones difícil, sabelotodo —suspira, comiendo otra papa— ¿Qué tal si conmigo acabas estrellándote contra el piso?

Es lo mismo que yo temo, pero nunca he dejado que el miedo me detenga.

—Confío en que tú no dejarás que eso pase y que no vas a decepcionarme.

Ojalá y mis esperanzas calaran en esa cabeza suya, llena de risas, relojes, payasos y fantasías y pueda reaccionar por fin.

Termina de comer, se limpia con una servilleta y me abraza, como cuando éramos amigos. Es un abrazo dulce y protector, justo lo que necesitaba luego de unos días de tanto espanto y tristeza.




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