Sí, era la atmósfera perfecta, con las palabras más perfectas que Jason pudo decir, considerando que me vestí para no gustarle y, en sus ojos, la mirada que una vez anhelé ver en Dick y que, cuando la tuve, deseé ver en Jason. Ahora que la tenía frente a mí, no pensaba en nadie más que no fuera él.
Sus ojos, brillantes, abandonaron los míos para ver mis labios. Esperé el dulce momento en que se acercara para besarnos por fin. El tiempo pareció detenerse, estirarse. En cuanto di un paso al frente, él soltó mis manos, apartándose.
Caminó hacia el mural que hablaba sobre el espacio-tiempo, el material del que está hecho el universo.
—Cómo... ¿Cómo es eso de que el tiempo es relativo? —pregunta, ignorando lo que casi acaba de pasar.
Y no estoy muy segura de cómo sentirme al respecto, hasta que recuerdo la regla de "sin besos en la primera cita". Debió ser por eso que se alejó.
—Es relativo porque dependerá de las circunstancias del sistema en estudio, como la velocidad o la presencia de un campo gravitatorio —digo, yendo junto a él.
—Grayson me dijo que, en el hospital, te leía un libro sobre eso.
¿Por qué se lo diría?
—Creo que el muy imbécil quería que me pusiera celoso, por eso le pegué —masculla.
—Leerme mientras estaba en coma fue un lindo detalle de su parte.
—Era inútil, estabas inconsciente.
—Pero yo lo escuchaba, sus palabras se mezclaban con mis sueños. La física dice que el tiempo puede dilatarse y transcurrir más lento, tal como pasa en los sueños. En ellos, puedes vivir una vida completa en apenas un parpadeo.
Jason toca la imagen de un reloj, dibujando el contorno con sus dedos. Cierra los ojos, suspirando.
—Tal vez, todo sea un sueño —susurra, cansado—. Tal vez, sigo soñando.
No aguanto más y lo abrazo por detrás, pegando mi frente en su espalda. La confusión y el dolor son patentes en su voz.
—Si esto es un sueño, entonces la que sueña soy yo, porque soy la protagonista de esta historia —le digo, riendo—. Tú sólo eres un personaje secundario.
Él también ríe y el tiempo vuelve a transcurrir con normalidad. Dejamos atrás la sala del Universo, con sus grandes descubrimientos y profundos misterios y seguimos nuestro recorrido. Lo llevo a maravillarse con asombrosas reacciones químicas, que parecen magia y la preocupación abandona su rostro. Volvemos a reír y a divertirnos, como cuando fuimos a jugar Bowling.
Vuelve a ser el Jason que más me gusta.
Al terminar, vamos a la tienda de recuerdos.
—¿Qué cosa no has comprado? —me pregunta, revisando las vitrinas.
—La mayoría son para infantes.
O muy caras.
—Vamos, debe gustarte algo de aquí, además de mí, claro.
Ese lado coqueto suyo es encantador.
Recorro las vitrinas, buscando algo.
—Demasiado tarde, ya sé qué comprar, no mires —me hace gestos para que me aleje y termina volteándome de los hombros, de espaldas a los mostradores.
Minutos después, me entrega un paquete, indicándome que lo abra cuando llegue a casa. La curiosidad murmura fuerte en mi cabeza.
Son casi las dos de la tarde cuando dejamos el museo.
—Ya debo ir a casa, te dije que tengo cosas que hacer —aseguro.
Libre de la influencia de mi amor por la ciencia, vuelvo a recordar mi plan original.
—Apenas estamos a mitad de nuestra cita y ya sabes lo que pasará si intentas irte.
Ignoro la provocativa mirada que me da y me cruzo de brazos.
—¿Crees que no voy a defenderme? Intenta secuestrarme y ya verás lo que te pasará. A mí no me vas a forzar a hacer algo que no quiero.
Él ríe burlonamente.
—Ay, Isabel. Forzar suena tan feo, yo no soy una bestia. Jamás te obligaría a hacer algo que no quieres, sólo te dejaría sin opciones.
Trago saliva. Eso suena muy macabro.
—Explícate.
—Es bastante simple —dice, poniendo su mano en mi hombro—. En la primera mitad de la cita, nos divertimos haciendo lo que a ti te gusta y en la segunda, lo justo sería que hiciéramos algo que a mí me guste ¿O estoy siendo irracional?
No. De hecho es todo lo contrario.
—Bien, acepto, pero porque soy una persona considerada, no porque me hayas dejado sin opciones.
Él ríe, cogiendo su casco.
—Puedes irte si quieres, pero no llegarás muy lejos sin tu teléfono y tu billetera.
¡¿Qué?!
Busco inútilmente en mi bolso hasta que me enseña el bolsillo interno de su chaqueta, donde están mis cosas. Ni siquiera noté en qué momento me las robó.
La risa por su pequeña travesura se me contagia y termino subiendo a la moto con él.
—Tienes talentos muy oscuros —le comento, aferrándome de su cintura.
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Editado: 27.10.2020