Sobre tus alas [ Jason Todd]

CXXVIII Un instante en el tiempo 2.0

Algo suave golpea mi cara, sobresaltándome. Otros golpes se le suman, livianos, llevados por el viento. Pienso en las cartas y me despierto bruscamente.

Hay hojas secas sobre mi sweater y siguen cayendo desde el árbol que nos daba sombra.

Las cartas de Alicia, que no eran más que hojas cayendo sobre ella, cobran forma en mi mente. Creo que soñaba, un largo sueño con sabor a realidad.

La brisa enfría mi rostro húmedo. He llorado y siento en mi cuerpo la calidez de quien estaba junto a mí.

Ya no está.

Miro a todos lados y me pregunto si estuvo aquí alguna vez.

—Al fin despiertas ¿Fue un buen sueño?

Un chico, hincado en el pasto frente a mí, me observa con sonrisa burlona.

—¿Quién eres? —le pregunto.

—¿En serio lo has olvidado?

¿Acaso lo conozco? ¿Por qué no puedo recordarlo?

Las hojas siguen siendo llevadas por el viento, sin oponer resistencia, viajan suavemente montadas en las corrientes. Las que están sobre mi sweater emprenden el vuelo también. Tienen forma de abanico. Él sujetaba una entre sus dedos, mientras me miraba con fascinación.

Él... Lo he pensado tantas veces ¿Estaba despierta cuando lo hacía?

¿Estoy despierta ahora?

—Isabel, deja de soñar, se hace tarde. Piensa en el tiempo, es todo lo que tenemos.

No entiendo sus palabras, no reconozco su voz, ni su rostro, pero no puedo dejar de mirarlo.

—Jason estaba conmigo ¿Dónde está ahora? —cuestiono.

En los alrededores no lo encuentro y mis lágrimas no dejan de caer.

—Isabel... —Él se ha acercado. En menos de un parpadeo ha llegado a mi lado, susurrando al oído—. No ha sido él, he sido yo todo el tiempo.

Una intensa frialdad me paraliza. Sus ojos me evalúan, sin dejar de reír y sin apartarse. Es su cuerpo el que está tan frío. Nada vivo puede estar así de frío. Sus manos glaciales me sujetan de los hombros y su aliento escarcha mi oído cuando me susurra su nombre.

Un nombre más para la lista.

Y me congelo donde no existe el tiempo, donde es más relativo que nunca. Así es su prisión en las alturas, desde donde todo lo observa y nada puede hacer.

Ahora está aquí ¿O he ido yo a su prisión?

—Nadie está donde debería, nada es lo que parece ¿Eres tú, Isabel? ¿O debería llamarte Alicia?

Mis lágrimas aumentan en cantidad y se congelan antes de tocar el suelo. Él no me deja ir y yo no puedo moverme. Estoy atrapada en esta escena irreal, y tan real a la vez.

No soy Alicia, pero lo soy al mismo tiempo que soy Isabel. Es un estado cuántico de superposición. El chico frío es una revelación y una mentira.

¿Quién es Jason además de ser Jason? ¿Dónde ha quedado su otra mitad?

—Piensa en el gatito... —vuelve a susurrar.

El gato de Schrödinger...

Cualquier intento por desentrañar el misterio, modificará el sistema, decantándose por una de las opciones.

¿Y si no se decanta por la que quiero?

¿Cómo saberlo?

—Necesitaré un computador cuántico... para calcular las probabilidades... —balbuceo, adormeciéndome por la hipotermia—. No quiero que el gatito muera...

—Medita muy bien tus pasos, Alicia. No caerás en la madriguera dos veces... no volverás a tener otra oportunidad de alcanzar al conejo... No lo olvides, el reloj sigue marcando las horas, aunque ya no duren lo mismo...

Se aparta, llevándose mi aliento y retrocede, sin dejar de verme. Sus ojos azules se oscurecen, al igual que sus ropas. Algo aparece por breves momentos en su pecho, brilla simbólicamente y se difumina. Vuelvo a estar sola.

Mi cuerpo congelado recupera su movilidad y me levanto. Sin pensar, sin entender, sin saber, empiezo a correr sin rumbo, sin razón más que hallar una razón. Me vuelvo a mirar hacia el árbol donde estaba, solitario y resistente a la radioactividad. Alguien se materializa frente a mí y choco. Sus brazos me reciben y me hundo en su pecho, con su aroma tan conocido.

Jason.

—¡¿Dónde estabas?! ¡¿Por qué me dejaste sola?! —Lloro, aferrándolo con todas mis fuerzas, confiando en que sigue siendo quien creo que es.

—Sólo fui unos segundos al baño. ¡Por Dios, Isabel! Estás congelada. —Frota mi cuerpo, cobijándolo junto al suyo.

El frío fue real, es real. Tengo miedo.

—Estás llorando ¿Alguien te hizo algo?

—No lo sé... Ha-había un chico, me dijo cosas extrañas... ¡No sé si fue real o un sueño!

El miedo también aparece en sus ojos y vuelve a abrazarme. Mi corazón martillea contra su pecho, con tal fervor como el suyo. La brisa lleva nuevas hojas en torno a nosotros, envolviéndonos, entremezclando nuestros miedos, fundiéndolos en uno.

—Te llevaré a casa —dice, besando mi cabeza—. Te prepararé chocolate caliente y te sentirás mejor. —Se aparta para verme. Su mejilla también está húmeda y no sé si son sus lágrimas o las mías.




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