Se lo dije. No puedo creer que lo haya hecho. Esto es la confirmación de mi actual estado de locura.
Jason permanece en silencio, con la vista fija sobre las ropas de cama. Busco su mirada, no sin sentir miedo por lo que me dirá.
—Ya lo sabía.
¿Qué?
—¿Cómo?... ¿Cuándo?
No puedo creer que sabiéndolo, él no me haya dicho nada.
—Cuando volví a usar el cuaderno, luego de regresar. Fuiste muy cuidadosa al dejar todo en su lugar, pero olvidaste un pequeño detalle.
Eso me intriga. Pensé que había cubierto bien mi rastro. Lo insto a que me responda.
—Tu perfume. Apenas entré a la habitación, noté que olía a ti y mi cuaderno no fue la excepción. Una regla básica para no dejar rastro de tu presencia es evitar el uso de cualquier producto con aroma, como perfumes, shampoo, cremas o lociones corporales, nada debe oler.
Por instantes, hay tal convicción en su mirada que parece alguien más, alguien con un propósito muy definido.
"¿Quién es Jason, además de ser Jason?"
Creo que acabo de entender esa parte del "sueño". En su cuaderno, todos eran alguien más, incluso él.
"¿Dónde ha quedado su otra mitad?"
Ahí es donde entraría el asunto del gato de Schrödinger. Si suponemos que Jason es el gato, él sería quien es ahora y a la vez sería alguien más, ese otro cuya esencia se acaba de asomar en su mirada ¿Cómo se llamaba?...
—Creo que será mejor dejar esta conversación para después, estás muy cansada.
Lo sujeto de la camisa. Puede que esta oportunidad no vuelva a repetirse ¡Al diablo el sueño!
—Sí, yo estuve en tu habitación, pero no hurgué demasiado, sólo vi tu escritorio y revisé algunos libros y luego busqué bajo el colchón y no sabes lo feliz que estuve de que no tuvieras porno allí, sino tu cuaderno.
Él vuelve a sentarse a mi lado, riendo traviesamente.
—¡Sabelotodo, que anticuada! Nadie tiene revistas hoy en día, todo es digital —asegura. La convicción tan bella en sus ojos se convierte lentamente en morbo—. Pero si quieres, puedo conseguir una para que la veamos juntos.
—¡No seas puerco! —me alejo, asqueada, olvidando lo que él hace cuando tiene espacio libre en mi cama.
No tarda nada en subir, acercándose cada vez más a mí. La sorpresa me deja a su merced y termino atrapada bajo su cuerpo.
¡¿Qué diablos le pasa?!
—¿Yo un puerco? Si de verdad creyeras eso, no te andarías quitando la ropa frente a mí a cada rato.
Está demasiado cerca, sometiendo mi cuerpo bajo el peso del suyo. Las ropas de cama que nos separan, me impiden darle un rodillazo y cuando intento empujarlo, me sujeta también las manos.
De todos los escenarios que imaginé posibles cuando le confesara mi intromisión a su privacidad, jamás consideré algo como esto. Jason se ha vuelto completamente impredecible.
—Retráctate —exige—. Y discúlpate por lo que acabas de decir.
¡Qué cinismo el suyo!
—¡Estábamos teniendo una conversación importante y haces esto de la nada!
—¿Qué hay que hablar? Estoy loco y ya. —Acerca su rostro al mío y le rehúyo.
Aprieto los ojos, conteniendo la respiración. Luego de varios segundos, tras los que pienso que no hará nada, siento sus labios en mi mejilla. Y su sutil y breve toque, genera una corriente que me recorre de pies cabeza.
—Retráctate —susurra sobre mi piel y la corriente regresa, concentrándose en mi vientre.
—¡¿Cómo podría hacerlo?! Estás revolcándote en el barro en este preciso momento.
La contradicción entre lo que dice y lo que hace es abrumadora.
—Que feas palabras, sabelotodo. Nunca he sido más amable con alguien de lo que lo soy contigo, pero si insistes. —Sus labios besan ahora mi cuello y junto al aire tibio que exhala, son una combinación demasiado intensa para mi inocencia.
Me retuerzo, intentando escapar. Sólo logro que me aprisione con más fuerza y mi nerviosismo aumenta de manera proporcional al calor que emana de su cuerpo.
Quiero gritar por ayuda, pero no puedo perder el control.
—Estás haciendo esto para evitar nuestra conversación, es muy inmaduro de tu parte —alego, evitando sus ojos, tan cercanos y seductores.
—Soy inmaduro ¿Y qué? También es inmaduro llamarme puerco cuando soy un chico tan caballeroso. —Baja nuevamente hasta mi cuello y en vez de su beso, siento algo húmedo recorriendo mi piel.
—¡Aaaaah! ¡Jason que asco, detente!
Él lo hace y su sonrisa perversa me indica que está lejos de acabar con su injustificable ataque.
—¿Y ahora me llamas asqueroso? Sabelotodo, el sueño te ha quitado todos los escrúpulos y no creo que estés lista para mis castigos.
—¡No, no estoy lista! Suéltame, esto no es divertido.
—Para mí sí —admite el muy desvergonzado, besando mi clavícula.
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Editado: 27.10.2020