Sobre tus alas [ Jason Todd]

CXXXV Despertar

Llego a casa en taxi. En cuanto cruzo la puerta, oigo ruido en la cocina. Es Jason. No sólo no se ha ido, él está cocinando.

—¿Por qué sigues aquí? Deberías estar en la secundaria, tomando apuntes para mí —le reclamo.

—¿Cuál sería el sentido de ir si no estás tú? Ahora podremos pasar todo el día juntos. Le hablé a Gar y él me prestará sus apuntes.

—Suerte descifrando los jeroglíficos con los que escribe. —Me siento a la mesa y él llega a mi lado.

Lleva puesto mi mandil.

—¿Estuviste llorando? ¿Qué ocurre?

Dudo en contarle, pero su mirada de preocupación me insta a hacerlo.

—Yo... no me siento como si estuviera loca ¿Tú crees que lo estoy?

Sonríe con indulgencia, acariciando mi mejilla.

—Isabel, tú eres la persona más cuerda y racional que conozco, claro que no estás loca.

No, no estoy loca, es el mundo el que se ha vuelto loco. Río, comprendiendo que exactamente así es como siempre se ha sentido mi pobre madre. Tengo tantas ganas de abrazarla en este momento y de decirle que no está loca, que nunca lo ha estado.

Jason me abraza y mis lágrimas caen sobre su hombro.

—No soporto verte triste, Isabel. Dime qué pasa.

¿Por dónde empiezo?

¿Por la ginecóloga?, que sabía que él es un chico sexy y que dormimos juntos luego de que me negara a seguir siendo su novia ¿O por el psiquiatra?, que me habló de los mundos alternos sin que yo se lo hubiera mencionado siquiera.

Háblale de mí —dice Superboy, que me ha estado siguiendo desde que dejé el centro médico.

Me aferro a Jason con fuerza, rogando por dejar de oír aquella voz.

Él se siente miserable por estar atrapado en otro mundo, yo estoy atrapado entre mundos, eso es mucho peor.

—Cállate...

—No he dicho nada —se queja Jason.

—Tú no, el chico frío.

—¿El hijo de puta imaginario está aquí?

Cuida tus palabras, Todd. Mi ira puede matarte ¿No has oído hablar de las ondas de alteración temporal, marca Superboy prime? ¿Adivina quién las inventó?

—Está detrás de ti. Habla sobre... sobre cosas que no entiendo.

Jason cubre mis oídos, depositando un dulce beso en mi frente. Eso no evita que lo siga oyendo.

Vamos, dile mi nombre para que veas lo que pasa. No te arrepentirás, será divertido.

Cierro los ojos, negándome a verlo. Si lo percibo con menos sentidos, puede que deje de sentirse tan real.

No me iré hasta que le digas quien soy.

Agotada y con la desesperación a punto de hacerme colapsar, grito su nombre. Al instante el chico se esfuma y sonrío, incrédula.

—¡¿Qué dijiste?! —Jason me cuestiona, con expresión enajenada, aferrándome de los brazos fuertemente.

Repito el nombre y se aparta, caminando por la casa con las manos en la cabeza, aferrándose el cabello.

—Ese nombre no estaba escrito en mi cuaderno ¡¿Cómo lo supiste?! ¡¿Cómo...?! —se desploma en medio de la sala, sufriendo de esos dolores de cabeza, que parecen mucho más intensos esta vez.

Intento ir a su lado, pero me tambaleo y caigo. No son mis piernas las que tiemblan, es la casa. Todo a nuestro alrededor cruje con el estremecimiento, en un estruendo cacofónico y pareciera que la estructura misma fuera a desplomarse en cualquier momento sobre nosotros.

¿Será un terremoto? En Gotham no hay terremotos.

—¡Jason!

No puedo ponerme de pie sin volver a caer. La casa no sólo se sacude, se inclina también, se transforma. La luz que entra por la ventana parpadea y, tras la oscuridad, a la que le sigue un nuevo instante de luz, su apariencia es otra. Es una casa y una bodega, superpuestas en un sólo lugar, vibrando a la misma frecuencia.

Y entre los crujidos de tablas y cristales rotos, llega un tenue palpitar, que late tortuoso como un corazón agónico. Es un reloj, que marca el tiempo hacia atrás, en una bodega llena de gritos.

Y risas.

Una sombra se proyecta como un espectro y cobra vida en la pared de mi sala, que se convierte a ratos en un muro de madera rústica. Es un hombre que golpea con frenesí un bulto a sus pies, un cuerpo abatido... una pequeña sombra que nace de Jason, tumbado sobre la alfombra de la sala.

Arrastrándome logro darle alcance a ese ser cuántico, mezcla de muchas realidades.

Robin.

Jason.

El conejo.

—Isabel —susurra, apenas consciente—. No me dejes aquí... quiero volver a dormirme y soñar contigo... ya no hay tiempo para nada más...

.
.
.
.
.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.