Sobre tus alas [ Jason Todd]

CXXXVI Tu deseo

Abro mis ojos en un lugar rodeado de libros, el mejor lugar del mundo. Pese a eso, me dormí en mi santuario, que es la biblioteca.

Y tuve un extraño sueño.

Un sueño donde estaba loca, me volvía estúpida y olvidaba un examen.

Como si eso fuera posible, Isabel Ardila jamás olvida un examen.

Pero se sintió tan real. Y duró tanto tiempo. Mirando mi teléfono confirmo que me dormí sólo unos minutos.

Sin embargo, era posible vivir toda una vida en un parpadeo de sueño REM*.

Salgo corriendo del lugar, buscando a quien me está esperando. Ya no queda tiempo. Alcanzo a cruzar el pasillo hasta que choco con alguien y caigo al suelo. Froto mi frente adolorida, viendo a la pobre chica que también ha caído. Debe ser nueva porque jamás la había visto por aquí.

—Lo siento mucho, soy tan torpe.

—No te preocupes, siempre me pasa —dice ella, tanteando el suelo para hallar sus gafas.

Se las acerco, horrorizada. Ambos cristales están trizados.

—Todavía puedo ver con ellos —dice cuando se los pone, sonriendo con resignación.

—Lo lamento tanto, yo te los pagaré.

Espero que no sean tan costosos.

—Descuida, en casa tengo otros. Además, también fue mi culpa, estaba corriendo para llegar a la biblioteca —dice, rascando con timidez su hermosa cabellera roja.

Alguien que tiene tanta prisa por llegar al templo del conocimiento tiene toda mi admiración y simpatía.

—Te encantará la biblioteca, sobre todo la sección de Ciencias. Tiene una edición original de los "Principia" —le presumo, esperando que mi ñoñería encuentre cabida en ella.

—¡Ah! ¡Amo a Newton con todo mi corazón! Ya quiero verlo y tocarlo y...

—¡Olerlo! —decimos a coro y rompemos en carcajadas—. Soy Isabel —me presento, extendiéndole la mano.

—Me llamo Bárbara —dice, errando en al menos diez centímetros al intentar coger mi mano.

Con esas gafas no llegará viva hasta la biblioteca. La cojo de la mano para llevarla, sabiendo que casi no me queda tiempo. Al terminar el pasillo, veo a alguien que me puede ayudar.

—Dick, que bueno que te veo. Ella es Bárbara, es nueva, rompí sus gafas, está prácticamente ciega y necesita conocer los tesoros de la biblioteca ¿Puedes llevarla?

Él tarda en reaccionar, viéndola pasmado.

—Claro, yo te llevo —dice por fin, ofreciéndole el brazo—. Conozco un pasillo en el segundo piso que te va a encantar.

Los veo alejarse y vuelvo a correr. Termino de cruzar el pasillo y luego el patio, pasando junto al gimnasio y la entrada. En el estacionamiento lo veo por fin, esperando apoyado en su moto.

—¿Por qué tardaste tanto?

—Lo siento. Me dormí y luego choqué con una chica nueva y creo que es tan nerd como yo porque amamos a Newton. Fue como en esas novelas donde chocas con alguien y resulta ser tu alma gemela.

—Pensé que ella era el alma gemela de Grayson.

—¿Cómo sabes que se la presenté a Dick?

—Da igual, ahora por fin el puto te dejará en paz, no sé cómo no se me ocurrió antes —dice, pensativo—. Además, yo choqué contigo primero —agrega, besando el chichón que me quedó en la frente.

—Estás hablando extraño ¿Todo está bien?

Él asiente, con una relajada sonrisa en sus labios.

—Al fin lo entendí y todo estará bien, sabelotodo. Yo no estoy loco, tú no estás loca, la vida es un sueño y es el mejor del mundo. Pide un deseo y se hará realidad esta noche.

Me encanta verlo así de feliz. Cierro los ojos y busco en mi corazón, es decir, en la parte del encéfalo donde se guardan los anhelos más profundos.

—Listo —le digo.

—Si no se hace realidad, seré tu esclavo por toda la vida —afirma, atrayéndome de la cintura.

—¿Debo entender que me estás pidiendo matrimonio? Soy muy joven para eso.

—Novios del futuro, esposos del futuro, no hay mucha diferencia.

Sí, claro, cómo no. Tendré que darle un diccionario para que no confunda algunos conceptos.

~🦇~


—Nos vemos mañana en el parque, no lo olvides —me dice cuando nos despedimos fuera de mi casa.

Como si yo pudiera olvidar algo así.

Ceno con mi tía en absoluta tranquilidad. Hemos preparado pastas de varios tipos, bañadas en su salsa especial. Es un deleite para el paladar.

El timbre suena.

—¿Quién podrá ser? Ya es bastante tarde —dice ella, yendo a abrir—. ¿Será alguno de tus amigos guapos, querida?

Río por su comentario, llevándome otro poco de pasta a la boca. Son ravioles rellenos con espinaca. Los saboreo hasta que un desgarrador grito de mi tía me hace soltar el tenedor, que cae sonoramente contra el plato. Corro hacia ella, rogando que no sea un asaltante. A medio camino mis piernas se congelan y las lágrimas inundan mi rostro.




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