Sobreviviendo a Alen Bradford

El internado de Mirland 2

 

 

Era de noche, hacia rato que mi cabello se había secado, María me estaba cepillando, mi dulce maría, ella tan solo tenía veintinueve años, era tan joven, empezó a trabajar en mi casa cuando solo tenía doce años, desde entonces es mi sirvienta, su cabello castaño y rizado le daban un encanto excepcional, me gustaban sus manos, su sonrisa, el calor de sus brazos, ella no lo sabe, pero siempre desee que fuera mi madre, desde que tenía cinco años rezaba para que los papeles se invirtieran y ella remplazara a la frívola mujer que me había dado a luz.

No sé si me ama, o solo finge cariño por que trabaja para mí, si sus sonrisas son genuinas o forzadas, después de todo ¿Quién podría ser feliz de servirle a otra persona durante tantos años? ¿no es acaso una víctima de la desigualdad? no sé de dónde proviene, si tiene familia o aspiraciones, estoy acostumbrada a tenerla solo para mí, no es que no quiera que sea libre, es solo que tengo miedo de perderla.

—¿Por qué esta tan pensativa? ¿Esta nerviosa? —me pregunto María con dulzura.

—Si... ¿Y si no les agrado? ¿y si no puedo mantener una conversación con un chico sin que me tiemblen las piernas?

—¡Pff! —una risita se le escapó a María y me redirecciono hacia el espejo.

—¿A caso no se ve como yo la veo? Mírese bien, una mujer como usted no debería tener inseguridades, parece una princesa, mire lo hermoso que es su cabello, es tan largo y oscuro que no puedo dejar de tocarlo, ¿Ya vio su rostro? ¿Había visto uno tan hermoso en su vida? Yo no, cuando la vi por primera vez creí que era una muñeca y cuando la veo de lejos no puedo creer que le sirva a una belleza como usted, no tengo miedo de que se vaya al internado, tengo miedo de que las mujeres de su escuela la envidien, tengo miedo de que se enamore del primer hombre que le hable bonito, y le crea todas sus mentiras, por favor tenga más confianza en usted, prométame que mañana levantará el rostro con orgullo, deje que las personas se acerquen a usted y disfruten de su compañía, usted es un delite visual y una jovencita muy agradable.

—¿De verdad soy así? —le pregunté mirándome al espejo, las monjas me enseñaron que la belleza era un pecado, que las caras bonitas ofendían a Dios, porque seducían a los hombres y los llevaban a pecar, por mi mente no pasaba verme como María me describe, creí que era mala la apariencia que tenía, pues la belleza no me había traído amor o compañía, solo regaños y castigos, pero si lo que María decía era cierto, entonces agradecía verme así, si ella decía que era especial, entonces le creía.

—Mañana será uno de los mejores días de su vida, mire su uniforme ¿No es hermoso y elegante?

Mi uniforme era una falda corta y oscura, calcetas negras, zapatos con un tacón corto, suéter gris y un moño rojo en el pecho, la verdad era sombrío pero encantador.

—Si, me gusta mucho. —le dije mientras lo observaba.

—Descanse señorita, regresaré temprano a prepararla.

—Buenas noches María, que descanses.

—Igualmente señorita Armin.

Por fin se había llegado el día, estaba por subir al auto, Oliver me acompañaría hasta el internado, mis maletas estaban en la cajuela y no había vuelta atrás, María y el resto del personal me despidieron con amabilidad, yo hice lo mismo, tenía las palabras de María resonando en mi cabeza, tenía razón, no tenía por qué tener miedo, ese sentimiento no me ayudaría a cumplir mi propósito, en el colegio de señoritas no tenía nada a que aferrarme, mis amigas murmuraban sobre mí a escondidas, incluso las monjas me decían que era una vanidosa por el simple hecho de verme así, decían que Dios jamás perdonaría a las mujeres de mirada altiva y es que realmente me veo muy segura de mí, aunque por dentro sea todo lo contrario, los cambios me asustan, la novedad me asusta y el miedo de quedarme sola me aterra más que nada en este mundo, así que no extrañaré nada de ese reclusorio y aunque me internaré en esta academia misteriosa, siento que si supero mi miedo a los muchachos estaré bien, si, todo estará bien, después de todo soy una Tesland.

—Por fin llegamos señorita, ya puede abrir los ojos.

Me dijo Oliver con suavidad, mis ojos se abrieron lentamente, me asombraron los jardines que tenía a la vista, mire el paisaje y era hermoso, a lo lejos estaba la academia de Mirland, enorme he imponente ¿Quiénes se escondían detrás de sus muros? ¿Quiénes de esos estudiantes se volverían cercanos a mí? ¿Ahí era donde me enamoraría?

—Bien, bajemos del auto, el director nos está esperando. —dijo Oliver preparándose para bajar.

—Si

Oliver fue el primero en bajar del auto, me extendió la mano para ayudarme a salir, el aire fresco ondeaba mi cabello con suavidad como si me dará la bienvenida a este maravilloso lugar, fue ahí donde mis temores se disiparon, aquel internado no se veía aterrador, más bien parecía un castillo.

—Bienvenida al internado Mirland señorita Tesland, es un placer recibirla en esta academia. —dijo el director con gran elocuencia, se veía disciplinado he integro, al lado suyo se encontraba su secretaria, una mujer de gran seriedad, pero agradable.

—Ella es mi asistente, la señorita Brilleth.

—Es un placer conocerla señorita Tesland. —dijo la mujer con elegancia.

—El placer es mío. —le respondí con una sonrisa.

—Oliver nos contó su situación, admiro que tras ese sufrimiento sus calificaciones sean tan excepcionales y su educación tan impecable, seguramente se adaptará bien a las normas de esta academia, las visitas serán los días festivos establecidos al igual que las salidas, cada estudiante cuenta con habitaciones separadas y es importante recordarle que aquí, cada uno de nuestros alumnos haces sus deberes, no hay sirvientes para ustedes, y los trabajadores aquí solo sirven a la escuela ¿Entendido señorita Tesland?

—Si, gracias. —la verdad no me importaba ocuparme de mis tareas, las monjas me enseñaron a valerme por mí misma, aunque cuando estaba en casa no me dejaban hacer nada...




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